Fotografía de Amarna Miller
La
disposición. Las mamadas hechas con desgana nunca funcionan, y es que la
felatriz ha de disfrutar tanto o más que su amante en esta celebración del
placer. Esto ha de convertirse en un ir de la mano (o de la boca) en busca de
los campos del edén, los fuegos artificiales, la petite mort. En el momento en
el que uno camina hacia el orgasmo mientras el otro pone cara de circunstancias
algo está saliendo muy pero que muy mal.
Un
buen francés tiene que ser generoso, desinteresado, elaborado con la calma y la
precisión que pone el relojero en arreglar cada una de sus piezas. Haz que la
carne de tu amante vibre, se ensanche y crezca hasta que no quede ni un
resquicio seco en la tela de tus bragas. Disfruta del calor infinito dentro de
la boca, sabiendo que eres tú la que lleva el control de la situación. Cuando
la polla esté tan hinchada que parezca que va a explotar, para. Solo durante
unos milisegundos, los suficientes como para poner cara de hija de puta,
guiñarle un ojo para que sepa que puedes hacer que se corra en cuanto te dé la
gana, y cuando su cara se retuerza en una mueca de «¿no irás a parar ahora,
verdad?» le haces una buena garganta profunda. Hondo, que te den arcadas. Que
las babas le resbalen por los huevos.
Dejar
el orgasmo casi a punto unas cuantas veces te asegurará una corrida épica. De
las que atraviesan el cuarto y se quedan colgando de la pantalla de la tele.
Una de esas que te jode el tapizado del sofá de la salita. Digna de enmarcarla
y enseñársela a tus amigos cuando vengan a casa de visita: «Mira, mira, aquí
fue donde Eusebio dejó plasmado todo su amor. Su estirpe. Su virilidad. La
sábana santa de nuestra vida sexual».
Ay,
que me voy por las ramas. Yo estaba hablando de cómo hacer una buena mamada.
Punto
uno: ponle mucho interés.
Punto
dos: pierde el miedo al pene. El pene es tu amigo, está aquí para darte
gustito, así que nada de cogerlo como si estuvieses sosteniendo un jarrón de la
dinastía Ming. Agárralo con ganas.
Hay
chicos a los que les gustan las embestidas fuertes presionando la polla como si
no hubiese un mañana y otros que prefieren que les rechupetees como si te
comieses un Calippo. Para gustos colores, así que ante la duda es mejor
preguntar. O si te da un arrebato de vergüenza inesperado, ve probando cosas diferentes
(a ser posible de menor a mayor intensidad, no empieces con un mordisco en el
prepucio) y analiza las reacciones de tu compañero.
Lo
que me lleva al punto tres: utiliza la empatía. Observa si algo le está
gustando o no por los gestos, los gemidos… Si te grita con cara de dolor es
momento de parar. Si tiene espasmos en las piernas y sus ojos miran hacia el
cielo al estilo del éxtasis de santa
Teresa es que vas
por el buen camino. En general la zona del frenillo suele ser la más sensible,
y a muchos chicos les vuelve locos que les pases la lengua por los testículos.
Otros lo odian, así que hay que ser precavida.
Lo
que les suele gustar a todos por igual es que succiones la polla mientras
practicas un movimiento de torsión. Comprime tus mejillas hasta que parezcas Mario Vaquerizo y aspira todo el aire que puedas tener
dentro de la boca. La idea es que parezcas una aspiradora que gira sobre sí
misma —pese a mis descripciones todo esto se puede hacer de forma muy elegante,
lo prometo—. Las gargantas profundas siempre son el triple-hit-combo de la
cuestión, pero su buen hacer se merece un artículo aparte. Si tienes dudas en
cuanto a la teoría, deja que la intuición y el sentido común sean tus aliados.
Punto
cuatro: la humedad. No es cuestión de crear una inundación ni de encharcar la
cama a base de babas, pero en general nunca es mala idea un poco de saliva que
sirva de lubricación natural. Tocar un pene a palo seco es el equivalente a que
te metan tres dedos sin lubricante. Raspa. Duele.
Punto
cinco: el espectáculo. Si quieres que tu compañero te diga que haces el amor
igual que una estrella del porno (ja) tienes que aprender a hacer un buen show. El juego de las miradas suele ser
muy efectivo: en lugar de cerrar los ojos concentrada mantén su mirada mientras
te metes la polla en la boca, deja que los hilos de saliva cuelguen de tus
labios y míralo fijamente paseando tu lengua por su glande con movimientos
imposibles.
Las
opciones son infinitas, así que dale caña a la imaginación: busca posturas que
le dejen observar las formas más excitantes de tu cuerpo, usa un conjunto de
ropa interior que te guste, mastúrbate mientras le comes. La cuestión es crear
un contexto que tenga como fin la excitación.
Y
por último, el ansiado punto seis: la corrida.
Siempre
he dicho que los penes son bastante más interactivos que las vaginas. Sin
contar con aquellas afortunadas que hacen squirtings,
el hombre tiene un atributo que a mi gusto suma una cantidad maravillosa de
posibilidades al arte de la felación: poder elegir dónde correrse. En el fondo
me da envidia, y sé que Freudtendría
mucho que decir sobre esto.
Cara,
boca, tetas, culo, coño… Lo que debemos recordar a la hora de hacer que tu
amante eyacule es no apretar demasiado, aprender a parar en el momento adecuado
y no cambiar repentinamente el ritmo. Todo irá de perlas si además añades el show: miraditas, jugueteo y diversión.
Y
ahora que has leído todo esto, haz lo que te dé la gana; no soy nadie para
darte consejos. Hablad entre vosotros y decidáis lo que decidáis, poneos a
ello. Ahora, mientras acabáis de leer este texto. Y me contáis qué tal en los
comentarios.
(Este
artículo está redactado desde mi punto de vista, como mujer, y por tanto los
pronombres usados son los femeninos. Insto a los lectores a que sustituyan los
pronombres por él, ello, ellx, ell@ o la opción que más les apetezca).

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