miércoles, 15 de junio de 2016

Las primeras pilosidades púbicas en el cine - del libro Mis apasionadas zorras de Vesper Galore


¿Por qué robar bragas? Para ver lo que contienen, carajo. Como se desprende de una superficial ojeada al mundo del arte y la literatura, el contenido de las bragas de las mujeres no ha dejado nunca de hacer soñar a los hombres. Llámese «castor» como los americanos (beaber) o «baboso» (babeur) como los franceses o, sencillamente, «coño» en el recio idioma de castilla.

 Yo era operador en un local cinematográfico precisamente cuando aparecieron en la pantalla, tímidamente primero y luego poco a poco, con mucha menos timidez, las primeras pilosidades púbicas femeninas, y la gente del oficio, al menos en Francia, inventamos un término para designar la cosa: era «un barbudo». Decíamos: «Hay un barbudo en el tercer rollo, sale durante treinta segundos». Entonces el otro preguntaba: «¿De cara o de perfil?». Los culos, en cambio, y las tetas habían sido admitidos hacía ya mucho tiempo; pero los primeros barbudos (¡imagínenlo, el pelo de las damas!) fueron recibidos en la pantalla con una especie de incrédulo estupor. ¡Una actriz enseñando los pelos del conejito! Increíble, ¿no?

 Llegó luego la época de preguntarse: «¿Pone mala cara o sonríe, el barbudo de marras?». Lo que significaba: «¿Son visibles los labios del sexo o están ocultos por los pelos?» Si el barbudo pone mala cara, frunce los labios, si sonríe, los abre... y se ve la punta de la lengua. Con el transcurso del tiempo, los barbudos sonrieron cada vez más. Entonces, nos preguntábamos: «¿Saca la lengua?». La lengua eran las ninfas. Eso significaba, pues: ¿sobresalen los labios menores de los mayores?

 Tras la época de los barbudos vino la de los schnauzers y los perritos de lanas. Son esas horrendas bestezuelas peludas que las marujas llevan de la correa y a las que también podría llamarse lameculos. Ya saben a lo que me refiero, esos perritos tan peludos que apenas si asoma el hocico por entre el pelaje. Ya no recuerdo muy bien la diferencia que había entre los schnauzers y los perritos de lanas; a unos se les veía, entre el pelaje, mejor que a los otros, el hociquito, es decir el clítoris. ¡Porque el primer clítoris fue una verdadera bomba! En los tiempos que corren, un clítoris en la pantalla es tan trivial como un plato congelado calentado al microondas. Pero hace veinte años, cuando comenzaron a rodarse auténticas películas de teta y culo, un clítoris era realmente el nec plus ultra.

 Recuerdo mis discusiones con las acomodadoras sobre los schnauzers y los perros de lana. Creo que los schnauzers eran más peludos, aunque menos rizados. A veces estudiábamos de cerca la cosa, en la cabina de proyección o en el vestuario de las chicas, tras la marcha del director cuando la última película había comenzado ya. El operador se encargaba del hocico del schnauzer de la acomodadora, y ésta se lo agradecía con una mamadita. Un lametón por una chupada, como simple aperitivo, era siempre más divertido que leer una policíaca.

Sí. Veinte años ya. Cómo pasa el tiempo. ¿Se sorbe ahora tanto, entre chicos y chicas, como en tiempos de mi juventud? He vuelto a leer El mundo según Garp, de John Irving, y describe bastantes mamadas. He advertido que en las novelas americanas suele chuparse, sobre todo, a los hombres. 

Lamer a las mujeres no parece muy apreciado. O, en cualquier caso, se habla menos de ello. Claro que Bukowski, creo, alude vagamente a un tío al que le gustaba comerse los conejitos. Debía ser un tipo como yo. Siempre he preferido el conejo al salmón, incluso a la nata batida. No hay nada mejor que un buen conejito húmedo y perfumado por el placer. Cuando lo has lamido bien, como diría Irving, la mujer está «lista». Podéis pasar a las cosas serias. ¡La entrepierna! ¡Siempre la entrepierna!
 Hasta pronto, obsesos, hermanos míos


(Tomado de Vesper Galore: MIS APASIONADAS ZORRAS. Silenio, Martínez Roca, Barcelona, 1997)

Foto: Naked Audrey Munson in Purity (1916)



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