¿Por qué robar bragas? Para ver lo que contienen, carajo. Como
se desprende de una superficial ojeada al mundo del arte y la literatura, el
contenido de las bragas de las mujeres no ha dejado nunca de hacer soñar a los
hombres. Llámese «castor» como los americanos (beaber) o «baboso» (babeur) como
los franceses o, sencillamente, «coño» en el recio idioma de castilla.
Yo era operador en un
local cinematográfico precisamente cuando aparecieron en la pantalla, tímidamente
primero y luego poco a poco, con mucha menos timidez, las primeras pilosidades
púbicas femeninas, y la gente del oficio, al menos en Francia, inventamos un
término para designar la cosa: era «un barbudo». Decíamos: «Hay un barbudo en
el tercer rollo, sale durante treinta segundos». Entonces el otro preguntaba:
«¿De cara o de perfil?». Los culos, en cambio, y las tetas habían sido
admitidos hacía ya mucho tiempo; pero los primeros barbudos (¡imagínenlo, el
pelo de las damas!) fueron recibidos en la pantalla con una especie de
incrédulo estupor. ¡Una actriz enseñando los pelos del conejito! Increíble,
¿no?
Llegó luego la época de
preguntarse: «¿Pone mala cara o sonríe, el barbudo de marras?». Lo que
significaba: «¿Son visibles los labios del sexo o están ocultos por los pelos?»
Si el barbudo pone mala cara, frunce los labios, si sonríe, los abre... y se ve
la punta de la lengua. Con el transcurso del tiempo, los barbudos sonrieron
cada vez más. Entonces, nos preguntábamos: «¿Saca la lengua?». La lengua eran
las ninfas. Eso significaba, pues: ¿sobresalen los labios menores de los
mayores?
Tras la época de los
barbudos vino la de los schnauzers y los perritos de lanas. Son esas horrendas
bestezuelas peludas que las marujas llevan de la correa y a las que también
podría llamarse lameculos. Ya saben a lo que me refiero, esos perritos tan
peludos que apenas si asoma el hocico por entre el pelaje. Ya no recuerdo muy
bien la diferencia que había entre los schnauzers y los perritos de lanas; a
unos se les veía, entre el pelaje, mejor que a los otros, el hociquito, es
decir el clítoris. ¡Porque el primer clítoris fue una verdadera bomba! En los
tiempos que corren, un clítoris en la pantalla es tan trivial como un plato
congelado calentado al microondas. Pero hace veinte años, cuando comenzaron a
rodarse auténticas películas de teta y culo, un clítoris era realmente el nec
plus ultra.
Recuerdo mis
discusiones con las acomodadoras sobre los schnauzers y los perros de lana.
Creo que los schnauzers eran más peludos, aunque menos rizados. A veces
estudiábamos de cerca la cosa, en la cabina de proyección o en el vestuario de
las chicas, tras la marcha del director cuando la última película había
comenzado ya. El operador se encargaba del hocico del schnauzer de la acomodadora,
y ésta se lo agradecía con una mamadita. Un lametón por una chupada, como
simple aperitivo, era siempre más divertido que leer una policíaca.
Sí. Veinte años ya. Cómo pasa el tiempo. ¿Se sorbe ahora
tanto, entre chicos y chicas, como en tiempos de mi juventud? He vuelto a leer
El mundo según Garp, de John Irving, y describe bastantes mamadas. He advertido
que en las novelas americanas suele chuparse, sobre todo, a los hombres.
Lamer
a las mujeres no parece muy apreciado. O, en cualquier caso, se habla menos de
ello. Claro que Bukowski, creo, alude vagamente a un tío al que le gustaba
comerse los conejitos. Debía ser un tipo como yo. Siempre he preferido el
conejo al salmón, incluso a la nata batida. No hay nada mejor que un buen
conejito húmedo y perfumado por el placer. Cuando lo has lamido bien, como
diría Irving, la mujer está «lista». Podéis pasar a las cosas serias. ¡La
entrepierna! ¡Siempre la entrepierna!
Hasta pronto, obsesos,
hermanos míos
(Tomado de Vesper Galore: MIS APASIONADAS ZORRAS. Silenio,
Martínez Roca, Barcelona, 1997)
Foto: Naked Audrey Munson in Purity (1916)
Foto: Naked Audrey Munson in Purity (1916)
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