Para quienes aún entienden que la literatura y la
diversión no deben andar reñidas ha escrito Juan Manuel de Prada este libro,
una pieza insólita en el panorama editorial de nuestro país que, sin duda,
promoverá adhesiones feroces y exabruptos no menos feroces. Entre la narración
lírica y el poema en prosa, entre el disparate y la delicadeza, entre la
escritura automática y la orfebrería del idioma, coños constituye un homenaje a
la mujer y a la literatura, que aspira a la celebración episódica del cuerpo
femenino, a la divinización obsesiva de las mujeres a través de las palabras, y
muestra al lector que la diversidad es sólo un camino hacia la unidad íntima de
la mujer.
Burlándose de los géneros, entremezclando lúdicamente
el fragmento lírico con las memorias apócrifas, la prosa de estirpe clásica con
un humor tributario de las vanguardias, Juan Manuel de Prada nos sirve, en un
estilo propio, millonario de metáforas, un libro que podría adscribirse a un
género nuevo o excluirse de toda adscripción.
Prehistoria y noticia de un libro de coños
Un breve anticipo de Coños, de Juan Manuel de
Prada, fue publicado de forma casi clandestina y deliciosamente provocadora en
las divertidas galeradas de Ediciones Virtuales (EE W, Salamanca, 1994). De
esta curiosa edición no venal, hoy definitivamente agotada, se hicieron tres
reimpresiones más a lo largo de ese año, todas ellas de cincuenta ejemplares,
salvo la última, de 69, numerados y firmados por el autor. Incluía «Los
anticipos del coño», «El coño de las desconocidas», «El coño de las vírgenes»,
«La vecina de enfrente», «El coño de la tenista», «Refutación de Henry Miller»,
«El coño de las niñas», «Tascar un coño», «El coño de las viudas», «El coño de
las putas» y «Coños en la morgue», con dibujos de mujeres desnudas en posturas
risueñas, ingenuas o deportivas, y una llamativa portada con la imagen de Melusina.
A pesar de tratarse de una edición casera y muy
restringida, desde entonces ha circulado de mano en mano y de boca en boca, en
original o en fotocopia, por diferentes lugares de esta y otras geografías.
Reseñado en periódicos y revistas, comentado en tertulias y radios libres, glosado
por entusiastas y anónimos lectores, y apreciado por poetas, escritores y
especialistas en literatura erótica (Rafael Alberti, Luís García Berlanga, Luís
Alberto de Cuenca, Abelardo Linares, Gonzalo Santonja, Víctor Infantes…), Coños
ha llegado a convertirse en objeto de devoción y culto entre unos pocos
iniciados en los misterios gozosos del coño.
Hacía falta, pues, una edición al fin completa y al
alcance de todos como la que hoy nos ofrece, con su habitual pulcritud, calidad
de diseño y elegancia, VALDEMAR. En ella encontrará el lector de cualquier sexo
ese libro que tanto deseaba y nunca se atrevió a imaginar.
Libro sin precedentes en la literatura española, Coños
fue concebido por su autor, en un principio, como un homenaje a Ramón Gómez
de la Serna, autor, como se sabe, de unos célebres Senos (Imprenta
Latina, 1917). Poco tienen que ver, sin embargo, estos Coños con
aquellos Senos, salvo su pertenencia al mismo campo semántico, su
espíritu lúdico y su carácter monográfico. Según ha precisado, en este sentido,
el escritor Juan Bonilla, el libro de Juan Manuel de Prada «es algo más que un
homenaje a Ramón Gómez de la Serna: es un homenaje a la literatura y otro a las
mujeres, dos de las cosas que siguen haciendo apetecible este ejercicio de
vivir».
Pero Coños no es un libro escrito sólo para
hombres. Tampoco es, claro está, un espejo de mujeres. Ni un manual de
educación sexual.
Ni un prontuario de ginecología. Ni, mucho menos, un simple
opúsculo pornográfico. A pesar de su título, estos Coños no tienen
género conocido. La única etiqueta que les cuadra es la de libro insólito, no
tanto por el tema como por el modo de tratarlo, a mitad de camino entre lo
narrativo y lo lírico, el cuento y la poesía, con la brevedad y el matiz, la
variedad y el esmero que siempre exige materia tan sagrada.
(Luís Carda Jambrina)
Los anticipos del coño
Pasa el año y las facciones de Nuria se van
desgastando, hasta que ya sólo sobrevive el triángulo isósceles que forman su
pubis y la materia frondosa de sus sobacos, que no se los afeita nunca. Cuando
llega el mes de agosto, la llamo por teléfono y me cito con ella para tomar un
refresco en cualquier cafetería de la plaza.
A Nuria este calor bochornoso del verano le produce
sofocos y la saca casi desnuda a la calle, con un vestidito floreado de
tirantes que le deja al natural un mordisco enorme de espalda, una superficie
amplia de piel que mis manos hubiesen querido acariciar, pero no se atreven.
Nuria llega casi media hora tarde a la cita, y su tardanza me llena de ese
desasosiego levemente sexual que producen las postergaciones, pero cuando la
veo aparecer, bajo un sol inclemente y redondo, caminar con dificultades de
anciana (y eso que Nuria es joven, muy joven, pero el calor la avejenta), me reconcilio
con el mundo y aguardo el instante en que, alargando sus brazos de porcelana,
me tomará de los hombros y me dará un par de besos castos, uno en cada mejilla.
Yo, entonces, aprovecharé para desviar la mirada hacia sus axilas, hacia esos penachos,
intonsos y tupidísimos, que Nuria siempre lleva, y los imaginaré como anticipos
del coño (el coño de Nuria, que siempre me ha sido vedado), como coños excedentes
que, a falta de sitio en la entrepierna, han venido a alojarse a la sombra del
brazo, en una espera acechante que algún día dará fruto y los restituirá al
lugar al que pertenecen. Los sobacos de Nuria, misteriosos de tanto pelo que
les asoma, me guiñan su ojo ciego en cuanto ella se despista, con una morosidad
de párpados que caen para mostrar una pestaña inverosímil de tan peluda.
Después del refresco, Nuria pretexta labores domésticas y se pierde en la
arquitectura incendiada de la plaza. Son las cinco de la tarde de un día
cualquiera de agosto, hace un calor pacífico, y Nuria se aleja como
derritiéndose bajo el sol, con el vestido de tirantes que le transparenta unas
bragas que no tiene y la materia frondosa de sus sobacos que forman triángulo isósceles
con el vértice del coño. Yo la sigo con la mirada hasta que desaparece y deseo
que le dé un soponcio en mitad de la plaza (el calor marchita a Nuria), para correr
a recogerla entre mis manos, levantarla del suelo tomándola por las axilas y sentir
el contacto intrépido y sudoroso de esos dos coños suplentes que algún día tendrán
su alternativa.
DESCARGAR
EL LIBRO COÑOS DE JUAN MANUEL DE
PRADA AQUÍ:
No hay comentarios:
Publicar un comentario