-miércoles 1 agosto-
En Villa Mulos nunca pasa nada. Es un pueblo olvidado y
apartado de donde todos quieren irse. Solo quedan campesinos, granjeros y
algunos jubilados amantes de la tranquilidad que se respira en estos parajes.
Todos los vecinos se conocen y pasan el rato en la
plaza, hablando de sus hijos, sus nietos y otros parientes que viven en la
ciudad. Normalmente, solo se comunican con ellos por teléfono, pero ha llegado
el agosto y flota la ilusión en el aire.
Remedios le cuenta a su vecino Manuel que hoy llega su
familia. Vienen de visita para disfrutar de la naturaleza, la paz y los
cuidados de la abuela que, a pesar de sus años, sigue tan complaciente como de
costumbre.
****
Alfonso conduce, estresado, con los críos montando
escándalo en el asiento de atrás. No le apetece pasar esos calurosos días en el
pueblo donde nació, pero su voluntad flaquea frente a la firmeza de los
compromisos familiares.
¿Cómo negarles tan esperadas vacaciones a sus hijos?
Se aburrirá, como cada verano, y su hermano pequeño,
Doro, le seguirá restregando todos sus éxitos en la vida: dinero, respeto,
niños bien educados, una esposa más guapa…
Mira a su derecha, donde duerme su fea mujer, roncando,
ajena a los gritos de los niños. El calor le agobia y no para de sudar al
volante de su ruidoso coche de segunda mano.
Imagina a su hermano, con su clásica sonrisa de
superioridad, conduciendo su nuevo monovolumen con aire acondicionado, con los
niños bien sentaditos, atrás, y con su bella esposa; cantando, todos, una
alegre canción que refleja su optimista visión de la vida.
Doro siempre fue el hijo favorito, el vivo ejemplo de lo
que Alfonso nunca llegará a ser. Gracias a él, a su madre no le falta de nada y
vive como una reina. Además, la llama varias veces por semana y derrocha
dulzura cada vez que la trata.
Alfonso es un hombre más arisco y de poca conversación.
Aunque intenta ser amable con Remedios, siempre se le nota forzado y termina
colgando el teléfono prematuramente. Al menos, cuando están en familia, el
grupo da fluidez al encuentro y se disimulan sus propias limitaciones
empáticas.
Su deshonra no sería tan insultante si se tratara de su
hermano mayor, pero, ya a temprana edad, Doro le superaba en muchas cosas:
notas, chicas, sueldos, logros varios… Alfonso no es tan resuelto con su vida.
Apenas paga las facturas y encima le debe dinero a su querido hermano.
Por fin llegan. Subiendo la colina se encuentra la casa
más moderna del pueblo. Conserva toques rústicos, pero tiene todas las
comodidades tecnológicas y una vista envidiable. Rodeando la estancia, hay un
jardín bien cuidado. Es tan amplio que cuenta con varios niveles que se unen a
través de una escalera de piedra. Doro costeó todas esas reformas con sus
grandes ganancias en la bolsa, hace unos años.
“Todo es poco para mi madre preferida” repite cada año.
Pronto empezará el escarnio público y la humillación de
esas fraternales comparaciones.
Son la seis de la tarde cuando llegan y el Sol aún
aprieta. Muchos besos y abrazos aquí y allá. Su madre le dice que está delgado
y pellizca los mofletes de sus nietos. Alfonso no da crédito cuando ve lo gorda
que se ha puesto su cuñada, y apenas puede contener la risa al contemplar a su
sobrino obeso. Parece que la familia de su hermano tiene un problema de
sobrepeso.
-Doro ¿Dónde está tu hija?
Hace tanto que no la veo…-
-Ahora vendrá Fosy, se ha ido a vestir. Los niños
estaban en la piscina hasta ahora-
-Ahá, ¿Aún sigue tan estudiosa? Recuerdo que no hacía
nada más que leer y estudiar-
Natalia era una niña de lo más sosa. La última vez que
la vio, a sus doce años, ya empezaba a estar regordeta también. Usando una
regla de tres, en base a la gordura del resto de la familia, intenta imaginar
hasta qué punto puede haber engordado la hija de su hermano, quien ya es gordo
por naturaleza. El día se está arreglando por momentos.
Los niños se muestran tímidos al principio, pero Alberto
ya empieza a gastar algunas bromas a sus recién llegados primos. En ese preciso
instante aparece Natalia con un andar tranquilo y distraído. Tiene el pelo aún
mojado y va ligera de ropa. Por un momento, de lejos, Alfonso no la reconoce;
hasta que su padre la llama:
-Natalia, hija, ven a saludar-
Alfonso
pierde el aliento mientras contempla esa preciosidad:
“¿Dónde está ese tapón con gafotas, hierros en
los dientes y el pelo corto de champiñón? ¿Dónde está la gorda sin encanto
alguno que esperaba encontrar?”
Ella camina de un modo turbador, luciendo unos
pantalones de un tamaño insignificante que dejan ver parte de sus jóvenes
nalgas. La camiseta, ligeramente mojada por la humedad de su cuerpo mal secado,
tiene una leve transparencia que, junto con su poco grosor, ayuda a vislumbrar
el relieve de esos pezones que coronan unas delirantes tetas puntiagudas.
La chica saluda a sus primos y a su tía. Ya de cerca,
Alfonso pude comprobar lo tremenda que está su sobrina y se ve sumergido en un
sofocón dramático. Empieza a notar una repentina presión en sus pantalones.
Quiere sentarse, pero no hay sitio. Natalia habla con su padre y parece que ignora
a Alfonso que, violento, se siente desnudo y temeroso de que alguien note su
incontrolable erección.
Ella se queda un momento en blanco, como si se hubiera
olvidado de algo, hasta que, al fin, tropieza con la mirada de su tío. Con una
sonrisa, se acerca para darle esos dos besos de rigor protocolario y se aparta,
sin más, para hablar con la abuela.
Alfonso ha aprovechado que nadie le presta atención y se
ha ido un rincón. No puede creer que su tienda de campaña haya pasado
inadvertida.
“Todo el mundo actúa como si nada; como si nadie
se diera cuenta que esa niña va enseñando su precioso culo, como si nadie viera
que lleva la camiseta mojada sin sujetador, !Cómo si nadie viera lo
buenísima que está!”
-jueves 2 agosto-
Alfonso se despierta solo, en la cama de la caseta de la
piscina, su “espacio de invitados residuales”. Mira el reloj y se siente
molesto al comprobar que son las doce del mediodía y nadie le ha despertado,
pero piensa:
“¿Qué más da?”
Por la noche, la abuela le dijo a Natalia que se vistiera
para cenar, pero, en la retina de Alfonso, quedaron grabadas esas
sobrecogedoras imágenes que le llevan camino de la obsesión.
Después, durante la ducha, volvió a empalmarse y, sin
dejar de pensar en su sobrina, tuvo que machacársela, hasta llegar al tercer
orgasmo, para sentirse mínimamente aliviado. Aun así, no consiguió conciliar el
sueño hasta altas horas.
Los gritos de los niños, jugando en la piscina, son lo
que le ha despertado. Aparta las cortinas y los ve. Los ojos se le ponen como
platos al comprobar que Natalia está con ellos, luciendo su escueto bikini
blanco.
“¿Cómo pueden jugar con ella como si fuera un niño
más? Mis hijos tienen seis y siete años, y el gordo de Alberto
diez, pero aun así…”
De pronto, la chica se acerca a la ducha del jardín,
justo al lado de la ventana tras la que se encuentra su tío. Alfonso se
incomoda y la saluda con la mano, pero ella no le ve, pues la habitación está
oscura y el Sol refleja por afuera, o puede que sea cosa del cristal.
Natalia empieza a ducharse ignorando que su tío la mira,
babeando, apenas a un metro. Vigila que los niños no la vean y se sube la parte
de arriba para sentir mejor el agua fría sobre sus increíbles pechos
adolescentes.
Al otro lado del cristal, Alfonso entra en shock al ver
esas tetas turgentes tan de cerca. Ella mira su propio reflejo y se gusta. Posa
para sí misma y, sin saberlo, también para su tío. Practica miradas sexys y se
masajea sus preciosos pechos mojados.
Con la polla tiesa como nunca, su tío sufre convulsiones
pélvicas y, tras bajarse el pantalón del pijama, se corre en el cristal de la
ventana sin si quiera tocarse.
Es tanto su desahogo que cae el suelo medio
inconsciente.
Alfonso no da crédito a lo que ha pasado. No se
considera eyaculador precoz. Puede que se le hayan cruzado los cables ante una
situación tan inverosímil. Después de limpiar cómo ha podido el pringue, se ha
limpiado él un poco.
Ahora se encuentra tomando el Sol con los ojos cerrados.
Los niños siguen jugando, pero Natalia, después de su
excitante ducha, ha subido otra vez a la casa. Su tío no puede parar de pensar
en lo cachondo que se ha puesto en pocos segundos, en la tensión asfixiante de
su propia calentura y en el chorro catártico que le ha dejado tumbado en el
suelo, exhausto de placer, después de salpicar el cristal.
Los minutos van corriendo, cada vez más suaves y,
finalmente, se queda dormido en la tumbona.
Los niños no callan, pero no le molestan. Juegan a la
guerra con las pistolas de agua. Cuando uno es alcanzado se cae y no se puede
levantar hasta que la enfermera le cura. Ahora que no está Natalia, el
enfermero es Toni, el hijo menor de Alfonso.
Una voz femenina le rescata de repente de sus confusos
sueños:
-!Alberto! Dice mamá que subas-
-Natalia, Natalia, ven aquí, mira esto…- le
contesta su hermano.
Los tres niños tienen los rifles de agua cargados y se
esconden para tenderle una emboscada. Valentín, casi no puede contener su
entusiasmo y le hace la señal del silencio a su padre.
-¿Qué pasa?- un poco molesta por haber
tenido que bajar las escaleras.
Los niños la asaltan en medio de gritos histéricos y la
rocían, mojándola bien, mientras ella intenta escapar corriendo. Se enfada
airadamente, pero, en cuando se hace con el rifle de su hermano, empieza a
repartir agua a diestro y siniestro.
Alfonso lo mira todo con cara de tonto. No se ha
despertado por completo y está un poco mareado por tanto Sol.
Esos críos no paran de correr y Natalia les persigue con
la camiseta totalmente mojada. La tela se le pega al cuerpo transparentando sus
tetas, las cuales no paran de balancearse al ritmo de sus juguetones
movimientos. Sus pantalones son más cortos, si cabe, que los del día anterior.
Esa tela es tan fina que revela, con atrevida elocuencia, el relieve de esas
nalgas de infarto.
Acalorado, su tío no le quita ojo:
“!Ese culo debería de estar prohibido! ¿Cómo le
permiten ir vestida de ese modo? ¿Cómo se puede ser el padre de una nena
así sin querer follarla? Yo no podría”
La vergüenza ajena se transforma, rápidamente, en una
tensión fálica que hincha su miembro con cada latido.
De pronto, el gordo de su sobrino resbala y cae en la
piscina. Alfonso, aún un poco atontado y con la polla tiesa, sale corriendo
para rescatarle, pero, antes de lanzarse, resbala él también y cae.
Al niño no le pasa nada, pero él se ha golpeado la
cabeza y está desorientado. Ha hecho un buen sprint y ha caído en la parte poco
profunda de la piscina.
Alberto está ahí, mirándose sus arañazos. Toni,
consternado por la violencia de la caída de su padre, se acerca para percatarse
de su estado.
Alfonso se siente extrañamente ligero en el agua y
repara en que su bañador ya no le cubre. Ha sido una buena hostia y, mientras
caía, la tela se le ha enganchado en la escalera metálica, se ha roto y ahora
se encuentra totalmente desnudo.
Valentín ha llegado corriendo y Natalia viene caminando.
Toni está asustado:
-Papá… ¿Qué te pasa en el pito?- señalándolo
con el dedo.
El pollón de su padre sigue tieso a reventar a pesar de
agua fría. Sin pensar dice:
-No te preocupes hijo; es que estoy enfermo y a veces me
pasa esto-
Presenciando la escena, Valentín le dice a su hermano:
-Tú eres el enfermero. !Cúrale!-
Alfonso lo mira sin entender el sentido o propósito de
esas palabras. Natalia acaba de llegar y se muestra extrañada. Toni,
sobrepasado por las circunstancias, protesta:
-!Yo no sé! Natalia es la enfermera jefa. Mira Natalia,
mi padre está enfermo, mira lo qué le pasa en el pito. !Cúrale!-
La chica guarda silencio y, levantando las cejas, emite
un suspiro de resignación. Se mete en el agua mientras todos la miran
pendientes de lo que hará. Alfonso está terriblemente avergonzado; la situación
le supera. No sabe qué hacer ni que decir y no entiende lo que dicen los niños.
“¿Quién es enfermero? ¿Quién me puede
curar? ¿Alguien se cree que realmente estoy enfermo? Mis hijos son
pequeños y tontos, pero: ¿De verdad que no entienden que su prima
está tan buena que me ha puesto a cien con sus micropantalones y su
camiseta mojada?”
Se siente desnudo y vulnerable. El golpe le ha dejado
grogui y el irreparable bochorno le tiene paralizado. Su mirada, oscilante,
recorre, uno por uno, a los niños hasta centrarse en Natalia que,
inesperadamente, le coge la polla con fuerza y dice:
-Estás muy enfermo. Esto es muy grave. Si no intervengo
te podría explotar el pito, suerte que soy la enfermera- con cierta
soberbia.
Ya no está tan duro, pero todavía conserva un gran
tamaño. Natalia empieza a sacudirlo violentamente y, en pocos segundos,
recupera su máxima solidez. Alfonso contempla, fascinado, como su sobrina
escupe sobre su nabo, una y otra vez, mientras usa sus dos manos para
recorrerlo con entusiasmo; acompañándose del hipnótico movimiento de sus
maravillosos pechos mojados. Observa a sus hijos y a su sobrino, quienes no se
pierden detalle.
El pensamiento de ese jubiloso paciente empieza a
nublarse. La fragilidad de su desnudez, el dolor del golpe en la cabeza, la
insolación, el miedo a que un familiar adulto les sorprenda, el temor a las
ideas que estarán pasando por la mente de los niños… son sensaciones que han perdido
su razón de ser y que se han unido en una lujuriosa mezcla que intensifica su
gozo, disparado frente a la subida del rimo de Natalia y sus jadeos:
-Mh… … sí… … va… … ahora, un poco más, mmsi… … ya-
-!!JoooOh Natalia!!-
El chorro sale tan presurizado que se eleva varios
metros, dando un licuado sonido a cada contracción fálica.
****
Durante la comida familiar, ninguno de los demás adultos
percibe nada; a pesar de la mirada perdida de los niños, que están extrañamente
callados. Alfonso intenta adivinar qué es lo que pasa por sus cabecitas
traumatizadas.
Natalia, en cambio, actúa como si nada hubiera pasado y
sigue bromeando, alegremente, con la familia.
Alfonso solo puede pensar en lo que ha ocurrido hace
poco más de una hora. Apenas ha probado la comilona de la abuela.
La chica se ha cambiado, pero, aun así, y a pesar de
haberse corrido varias veces hoy, su tío sigue completamente fascinado por
ella. Natalia lo ignora por completo; ni lo mira.
Después de los postres, Doro lleva a los niños a la cabaña
del río. Un refugio que construyó, con su hermano, cuando los dos eran
pequeños. Natalia prefiere irse a tomar el Sol.
Cuando las mujeres terminan de recoger la mesa, se
disponen a fregar los platos.
Alfonso se ha quedado solo en la terraza. Se levanta y
baja, muy lentamente, los escalones que conducen a la piscina. En un mar de
dudas, solo está seguro de algo: quiere follar con su sobrina; y es que la
manera en que ella le ignora hace que la desee todavía más.
Cuando llega, Natalia está tumbada bocabajo, leyendo un
libro, sobre su toalla de Hello Kitty. Él intenta entablar conversación
torpemente, pero ella lo desoye:
-Que calor ¿Eh Natalia?… … ¿Cómo te van las cosas?… …
¿Qué tal los estudios?… … a ver si te quedarás dormida al Sol ja, ja, jah-
Ella a penas contesta con un “bien” sin interés.
-Verás, estoy muy enfermo y cómo tú eres
enfermera…- dice inseguro.
-Eres un asqueroso. Déjame en paz. Cómo se lo diga a
papá…- asediada.
-Nonono, tranquila. Era una broma. No quiero
molestarte- reconciliadoramente.
Se queda allá plantado unos momentos, de pie, mirándola
con cara de tonto. Ella suspira y dice:
-¿Qué quieres?-
-Emmm, nada Natalia, lo que estaba pensando que hace
mucho Sol y no creo que sea bueno para tu piel estar…-
-Cállate anda-
-No, de verdad: creo que mi mujer tiene crema solar.
Espérate que la voy a buscar-
Va y viene a toda prisa. Al llegar, ya sin su camiseta,
dice:
-Aquí la tienes-
La chica sigue ignorándolo por completo y no despega los
ojos de las páginas de su tomo. Sin pensarlo demasiado, Alfonso quita el tapón
y le echa un chorro en la espalda. Ella ni se inmuta hasta que su tío empieza a
masajearle la espalda para esparcir la crema. Natalia parece inquietarse al
sentir sus manos.
Después de otro profundo suspiro protesta:
-Joh tío, qué cansino eres-
Alfonso no se da por aludido y sigue con lo suyo, pero
la cantidad de crema es demasiada. Decide aprovechar el excedente para rebañar
bien las nalgas de su infartante sobrina. La braguita del bikini le estorba,
así que decide deshacer los nudos laterales que la mantienen sujeta y lanzarla
bien lejos.
Natalia pasa una de esas páginas y no reacciona a los
tocamientos. Su tío aprovecha para realizar el magreo de su vida, manoseando
con intensidad ese precioso culo quinceañero.
A los dos minutos, ella se da la vuelta, irritada, y lo
aparta con un “!Quitaah!”.
Se desprende también de la parte de arriba y dice:
-No quiero tener las tetas blancas. ¿Hay más crema?-
Alfonso sujeta la botella y le dispara un chorro,
todavía más exagerado, sobre los firmes pechos de su sobrina. Ella pone mala
cara. Todavía de rodillas y tras un “xcht” molesto, le da la espalda. Su nueva
pose no impide que su tío, desde atrás, deslice sus largos dedos hasta sus
juveniles senos. Natalia se deja tocar con indiferencia. Esas grandes manos se
mueven rápidamente, como si quisieran tocarla por muchos sitios a la vez. Le
estruja tan fuerte las tetas que la chica emite otro chasquido de enfado.
Cuando su tío ha recorrido ya casi todo
su cuerpo ella le dice:
-¿Eres tonto o qué? ¿Ni esto sabes hacer bien? Mira cómo
me has puesto. !Estoy tan pringada que doy asco! !¿Qué quieres que haga
con tanta crema en las tetas?!-
-Natalia… … no te enfades… … deja que intente limpiarte-
-!Quitaaaa!… … Túmbate. Te voy a pasar la crema que me sobra-
Alfonso, emocionado como nunca, se tumba en la toalla,
bocarriba, y deja que su sobrina restriegue sus tetas saturadas de crema sobre
su propio pecho. Intenta tocarla, pero ella se lo prohíbe y le sujeta las manos
sobre el césped.
-Quieto. Ya me has tocado suficiente. Si no te estés
quieto se lo voy a decir a mi padre-
Alfonso intenta bajarse el bañador al tiempo que su
sobrina se desliza encima de él con su resplandeciente y resbaladizo cuerpo
completamente desnudo.
Por fin, su polla queda liberada. La nena sigue
moviéndose, horizontalmente, empeñada en transferirle hasta el último chorretón
de crema que aún permanezca en ella.
El pene de su tío se ve vapuleado por esos incesantes
vaivenes hasta que, de pronto y como por accidente, esa enorme polla entra en
el coño de la chica impulsado por uno de sus viciosos movimientos. Ella se
detiene y lanza un “!Oh!” de sorpresa. Como si no supiera lo que ha pasado.
Mantiene cara de extrañada hasta que rompe su quietud
con una ráfaga de movimientos pélvicos en círculos. Empieza a gemir,
aceleradamente, mientras se mueve a toda prisa.
Alfonso nota cómo todo su ser se proyecta a través de su
miembro viril, se siente tan bien acogido dentro de su sobrina que nada más
parece importarle ya en su vida.
Ese ajetreado tráfico genital le proporciona más gozo
del que ha sentido en toda su vida, haciendo que todas sus frustraciones y sus
complejos familiares quedan muy lejos.
Se trata de un placer que trasciende a muchos niveles
físicos, pero sobre todo mentales.
Durante unos minutos extasiantes, follan como locos
ajenos a cualquier prejuicio que pudieran suscitar tan censurables actos.
Alfonso se estremece en silencio y se corre mientras
Natalia no para de moverse haciendo sonar sus choques a modo de palmas. Él no
es capaz de detenerla a pesar del dolor. Ella se pronuncia al respecto:
-Sí… … sí… … sí… … sí… … SÏIÏ-
Su polla consigue mantenerse los instantes suficientes
para que la niña se corra en medio de esos alarmantes y desinhibidos gritos de
placer. Sus movimientos se ralentizan al tiempo que el pene de su tío empieza a
flojear. Dicho pedazo de carne, ya sin consistencia, se queda fuera en uno de
esos últimos impulsos. Natalia, exhausta, intenta recuperar el aliento con el
pelo mojado encima de la cara de su tío.
Alfonso por fin se siente como un triunfador y agradece
el haber venido a Villa Mulos de vacaciones. Desearía poder restregarle, a su
querido hermano, lo que acaba de hacer, pero el sentido común más elemental se
lo impide. Ni siquiera tiene la seguridad de que las mujeres de la casa no se
hayan percatado.
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