Ella llega muy
altiva a la consulta, asegurando sentirse muy a gusto con su independencia y
soltería. Que el asunto del sexo lo resuelve con amantes ocasionales, pero a
veces la salida a “pescar” con sus amigas no resulta tan exitosa y más de una
noche tiene que volver sola a casa a morder la almohada. Por eso últimamente se
estaba preguntando que, por qué no, conseguiría un “aparatito” sustituto, que a
lo mejor no sería lo mismo, pero por lo menos calmaría por momentos la ansiedad
acumulada. ¿Tendría esto algo de malo?
El vibrador es
considerado por muchas personas como el mejor de los juguetes sexuales. Su
antecedente es el consolador, también llamado dildo, que en principio no es más que un objeto en forma de pene
(sin pilas, por supuesto) usado para la penetración vaginal o anal. Aquí
también puede incluirse un plátano o una zanahoria, todavía utilizado por
muchos, aunque no sean zonas rurales. La palabra comenzó a utilizarse en el
siglo XVI y se presume que proviene del italiano dilecto, que significa complacer. Aunque resulten muy promocionados
por la pornografía de nuestros días, griegos y egipcios ya conocían las
facultades de estos enseres para potenciar el goce. Las mujeres de la antigua
Grecia, por ejemplo, echaban mano del denominado olisbo, que era un suplente del pene hecho de madera que lubricaban
con suficiente aceite de oliva. Doblemente sano, dirían algunas.
El consolador que
vibra surgió con la difusión de la electricidad a finales del siglo XIX.
Curiosamente, sus primeras aplicaciones fueron eminentemente de carácter
médico, cuando se desató una “epidemia” de mujeres en la Inglaterra victoriana
que presentaban los síntomas de la histeria, una enfermedad que los antiguos
galenos griegos llamaron “útero ardiente”. Cualquier comportamiento que fuera
“extraño” (ansiedad, irritabilidad) podría considerarse histérico y no tenía
otro origen que una “frustración femenina”.
El remedio que
aplicaba el médico no era otro que masajear con el instrumento terapéutico el
clítoris de esas mujeres histéricas, hasta producirle un “paroxismo histérico”,
en pocas palabras, un orgasmo. Casi entrando el siglo XX la práctica médica se
había convertido en un fastidio, por lo que el científico británico Joseph
Mortimer Granville patentó un “aparato electromecánico de forma fálica” para
efectuar el masaje pélvico de una forma eficaz y rápida.
Hoy en día no hay
que ir al doctor para “calmar la histeria”. Las sex shops en Venezuela ofrecen variadísimos modelos en diseños y
funciones. Hay algunos que no sólo vibran de arriba hacia abajo, sino también
hacia los lados y tienen aditamentos para garantizar contacto absoluto con
todas las partes. Al final, son como electrodomésticos, más fáciles de manejar
que una lavadora.
Eso sí, los
vibradores, al igual otros juguetes sexuales, son potenciales propagadores de
enfermedades de transmisión sexual (ETS). Por ello es importante lavarlos y
desinfectarlos antes y después, sobre todo si se van a compartir. También
pueden ser utilizados con condones para mayor protección. Después, todo listo para
liberar su naturaleza lúdica.
María Gabriela Fleury
Sexóloga
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