Algunas ideas a partir del documental de Lucía Egaña “Mi
sexualidad es una creación artística”.
Algunas nociones.
El cuerpo (material y simbólico) humano ha sido una
zona privilegiada por las ciencias humanas para su control bío-político. Su
normalización corporal y discursiva generó en un momento muy particular del
siglo XIX una nueva clasificación.
Ese fichaje se expresó en el Catálogo corporal que
Krafft Ebing organizó en su libro Psychopathia sexualis (1886) y que constituye
un síntoma de lo que Foucault vendría a señalar en su proyecto de genealogía
del saber médico en el nacimiento de la clínica. Sabemos por el mismo autor que
la homosexualidad es una nueva “especie” del siglo XIX. Momento fundacional de
esta nueva criatura que, al nombrarse o clasificarse, comenzaría un nuevo
período para la configuración de la heterosexualidad como representación
normativa de la sexualidad moderna y contemporánea. En ese nacimiento, la
homosexualidad debe cristalizarse en los cuerpos, para ello se abrirá a todo un
conjunto de nociones y saberes construidos para expresar en el cuerpo anormal
de los sodomitas su síntoma de monstruosidad y diferencia. Locos, mujeres y
homosexuales entrarían en los vértices de objetivación donde el cuerpo es medio
y fin en sí mismo de una subalternidad naturalizada. A finales del siglo XIX y comienzos
del XX vimos aparecer un conjunto de saberes que modelaron y ubicaron al cuerpo
anormal en el mismo lugar de la diferencia sexual. En ese camino, el cuerpo
adquiere centralidad para ser vigilado, castigado y luego controlado. Una vez
que emerge el feminismo y las luchas de emancipación de las mujeres, el cuerpo
se volverá un campo político, de batalla y de plusvalías simbólicas para re-apropiarse
y exhibir. El cuerpo ha sido el botín que la modernidad ha ido modelando a
través de sucesivos momentos históricos.
Por otra parte, la inflexión realizada por los estudios
queer se funda sobre la idea de interrogar las políticas del sexo-género
y las políticas de identidad que pasaron por cuestionar el ordenamiento
cultural, pero dejaron intactos los cimientos estructurales de su constitución,
es decir, la reafirmación política de categorías de hombre y mujer, hétero y homo,
que fundamentalmente no desestabilizaron la producción de discursos y de
cuerpos normalizados.
Hoy podríamos aventurarnos a decir que el hombre y la
mujer han muerto, dice Roberto Echavarren, escritor uruguayo, integrante de la
escena neobarroca rioplatense. Por un rumbo cercano, Monique Wittig desplaza
del signo-mujer a las lesbianas, que no serán mujeres en la medida en que la noción
de mujer refuerza el sistema de dominio sexual y profundiza la heterosexualidad
obligatoria presente en la cultura. Wittig se conecta al otro extremo del
planteamiento de Echavarren en la perspectiva de criticar los lugares
naturalizados y estables de la mujer y del hombre, como categorías que
fortalecen el dominio cultural del sistema sexogénero.
El intento de estabilizar una identidad es en sí mismo
un proyecto disciplinario, dice Leo Bersani, por lo mismo cuando conjugamos la ecuación
hombre-mujer o heterosexual-homosexual, estamos hablando también de
construcción de cuerpos enmarcados en una maquinaria disciplinaria.
Con este breve paseo o caja de herramientas de algunas
nociones, comienzo a pensar el documental de Lucía Egaña dentro de un
territorio debatido, campo de batallas teóricas corporales que han situado al
cuerpo como un tesoro para poder tomar, re-significar, re-apropiar e investirlo
de nuevos propósitos, de nuevos lugares y múltiples identidades.
Sostiene Lucía Egaña:
“La post-pornografía no provoca que la pornografía
desaparezca, sino que plantea una revisión crítica de sus preceptos y mecánicas
y una reelaboración de sus productos. En este sentido, es que a partir de la aparición
del post-porno se puede establecer una historia y comenzar a analizarla como un
fenómeno cambiante, que adquiere nuevos matices, no sólo a nivel de estilo,
sino a nivel de contenido ideológico” (http://www.lafuga.cl/la-pornografia-como-tecnologia-de-genero/273)
Es llamativa e interesante esta afirmación, en la
medida en que se aleja de las definiciones más conservadoras de ciertos
feminismos esencialistas que vieron y ven con malos ojos la pornografía
“clásica”, por llamarla de alguna manera. La post-pornografía será entonces una
nueva forma de entender los cuerpos en crítica directa a las representaciones
de lo que entendemos por pornografía sin post. En esa perspectiva, quizá sea
bueno retomar ciertos tics de la cultura pornográfica gay de los años setenta, que
irrumpe en medio de la aparición de políticas de identidad que exhibió el
movimiento gay en el primer mundo. De la estética Pop a finales de ochenta con Village
People, como la expresión de cierto imaginario masculino e hipermasculino
presente en la industria porno, nos quedaron ciertos imaginarios de esa
tradición en las prácticas sexuales legitimadas por la sociabilidad homosexual
contemporánea. Recordemos los Dark room o cuartos oscuros en las discos
gays de los ochenta, que fueron diezmadas al aparecer el sida. En otro vértice
de esta sociabilidad homosexual callejera, los baños públicos, los puentes o
los parques, punctum de la postal sexual anónima, no fueron escenarios
de la representación escénica sexual performanceada en la vía pública, sino que
se volvieron prácticas de sexualización y de políticas urbanas en resistencia.
Bastaría recordar el estudio de prostitución masculina en Sao Paulo del
antropólogo y poeta Néstor Perlongher, a fin de pensar el tráfico de cuerpos y
poéticas de deseo, flujos cristalizados en mercados informales presentes en la
vía pública con toda su diversidad y estratificaciones. En ese momento, el VHS
con el VIH fueron contemporáneos en la búsqueda de un deseo por los
cuerpos. Así, tanto el dispositivo técnico de la fiesta porno íntima y pública
funcionó como correlato de otro dispositivo más feroz para los cuerpos, me
refiero al VIH/SIDA con todo su control medicalizado. Momento de irrupción
donde el deseo fue expulsado con culpa victimizadora o como nueva plaga que
borró la práctica pública del sexo anónimo y lo convirtió en estigma. No es menor
que el ACT UP (grupos de choque marica contra las farmacéuticas a inicios
del negocio del sida) en Nueva York, París y Londres, surgiera en medio del
revuelo de los emergentes movimientos queer a mediados de los ochenta.
Podríamos plantear que los antecedentes políticos del
post-porno se encuentran, además, en las prácticas de hipersexualización de
cuerpos maricas callejeros, de las prácticas anónimas y colectivas en los
cuartos oscuros y del nomadismo de las tortilleras políticas. Las
sociabilidades de las comunidades sexuales radicales cuestionaron el
ordenamiento de los cuerpos en el capital, y su control bío-político presente
en las técnicas de control y representación del sexo-género. Recordemos que el
propio Foucault era un visitante asiduo de los baños sauna de San Francisco, él
vivió la performance sadomasoquista como un contrato de legitimidad entre dos o
más cuerpos. Cuerpos que productivizaron espirales de placer en escenificaciones
de entrega y circulación del poder, articulando una micro política del deseo.
Quizá sea preciso agregar que la figura de un pornostar,
como la de Jeff Striker, ícono indiscutible de una generación que soñó
con su cuerpo perfecto y ausente de condón, se volvió un fetiche por
décadas. Cuerpo exuberante adherido a un excesivo dildo de carne (que
tanto deseo generó) puede presentarse hoy como prototipo de un
sexo-porno que nos propuso la mistificación del cuerpo homosexual.
Cuerpo representado en el éxtasis de la reproducción en serie del sexo,
reproductibilidad técnica del VHS, donde la fiesta pública del deseo
callejero se volvió al menos más íntima de lo que había sido. La
masificación del porno nos trajo a la casa a Jeff Striker, desterrando
por lo menos en algo, el deseo de lo público a lo íntimo. Tras décadas
de ser el fetiche de un calentamiento mecanizado en la productividad
eyaculadora masiva, no pudo competir en las nuevas apuestas del sexo
virtual y las tecnologías de comunicación actuales. Hoy el sexo o porno
virtual nos propone elevar nuestra masturbación local y mañanera al
conocimiento global en Cam4, o la representación espectral del chat gay
para ser cubículos de cualquier sexo posible. En ese intercambio
representado nos volvemos futbolistas, trans, tortas, guardias, bi,
choferes, hétero-curiosos, osos, travas, interx, todas estas nuevas taxonomías
en las políticas de representación subjetivas y corporales.
TODOS
PODEMOS SER ACTORES POST-PORNOS. CUERPO, BIOGRAFÍA Y TECNOLOGÍA.
“Mi sexualidad es una creación artística” de
Lucía Egaña, puede leerse como una apuesta documentada para pensar el cuerpo en
formato de biografía, testimonio político, masturbaciones escenificadas y
poética del fragmento y la discontinuidad discursiva destruyendo el gran
relato.
Este documental no trabaja solo con cuerpos, trabaja
con discursos, con tomas corridas, con definiciones inconclusas, con ojos a la
deriva y con una pulsión a ratos difícil de seguir en el delirio de la sobrerrepresentación
corporal del sexo. Obviamente es un documental que reconstruye técnicamente las
mismas operaciones del post-porno, es decir, un devenir visual que apela a la
discontinuidad y a cierta narrativa de lo que deberíamos entender como post.
Las protagonistas del documental, fundamentalmente
cuerpos politizados en pose queer, post-porno o terrorista
escenográfica, devuelven con una y otra definición su devenir político, aquí
las performances presentadas son secuencias de narrativas visuales que juegan a
la fugacidad del género y al manifiesto de múltiples deseos. Incluso se puede
ver las contradicciones propias de los protagonistas, algunas vomitan frente a los
discursos académicos y miran con desdén la crítica queer o los saberes
foucaultianos, pero finalmente todo ello dentro de un circuito para configurar el
deseo de una escena y un deseo final por pertenecer a cierta interrogación
de los relatos del cuerpo normativo.
Las nuevas tecnologías y el post-porno se intersectan
para sostener nuevos géneros y gestionar biografías sexuales más colectivas que
individuales. De alguna manera, fruto de la democratización o mercantilización
de las imágenes, todos podemos ser estrellas porno en un nuevo registro que
devela cueros imperfectos, deseos múltiples y discursos inexistentes en la
pornografía tradicional. Esta reproductibilidad técnica del deseo desbarata la
representación clásica del sexo-porno serializado y mercantilizado de la
industria. Escenifica nuevas aspiraciones de subjetividades absolutamente
marginalizadas de la normatividad de los cuerpos. Al contrario de la serialidad
sin aura de la industria porno, la post-pornografía camina con el aura de un cuestionamiento
a la representación, pero que se vuelve única en la práctica performativa. ¿Qué
es el post-porno? ¿Una práctica artística con pretensiones porno-evidentes?
¿Una práctica corporal con aspiraciones serías de teoría queer o
post-feminista? Es interesante la pregunta en la medida en que, por más
definiciones que se busquen, como todo buen movimiento tiene contradicciones en
su seno, o en su pecho, o en su pene de dildo, o de carne, o en su cabeza
rapada, en sus fluidos y en su devenir coño...etc. Dice Lucía Egaña:
“La post-pornografía establece que no existen los
géneros sino como construcciones, y se resiste a reproducir sus
representaciones tradicionales. Es quizás el post-porno uno de los lugares
donde se intenta poner en práctica una serie de postulados teóricos del
feminismo más contemporáneo (Butler, Haraway, entre otras), intentando
establecer las formas en que éste puede ser visualizado, convertido en
producción cultural”.(http://www.lafuga.cl/la-pornografia-como-tecnologia-degenero/
273)
¿Qué se hace primero? Se teoriza la práctica o se
practica la teoría, esta pregunta puede ser obscena desde la perspectiva de que
cada acción en sí misma puede tener efectos teóricos y políticos. Quizá la
pregunta tensione al post-porno en la medida en que su práctica intenta
deconstruir normativas y producir nuevos flujos e intersecciones en los cuerpos.
Devenir sexual que no se ancle en cualquier normatividad o antinormatividad
fijas a priori.
Celebro el documental de Lucía Egaña en tanto pone en
escena y hace circular prácticas anti-normativas que traducen o de-construyen
nuevos imaginarios corporales donde el agenciamiento colectivo, comunitario,
es un valor en sí mismo, el cuerpo en relación con otros cuerpos se
vuelve político. El post-porno de este documental apela al cruce entre una politicidad
de los cuerpos y los deseos traspasando lo público, escenifica coitos altamente
productivos en fluidos, gritos, orgasmos en contra de la producción
naturalizada de cuerpos de signo-mujer.
Hora de incidentes: ciertas traducciones y configuraciones
del post-porno en Chile.
Termino con la siguiente imagen: La foto de Pedro
Lemebel rodeada de una corona de flores. Instalada en la inauguración del
Festival “El dildo rosa” el año 2011 en Cine Capri en Santiago, corona
mortuoria que llevaba la siguiente frase: El post-porno mató a Lemebel.
Tomando cierta distancia con esa escena, que causó más
de alguna micro guerrilla virtual, creo interesante citar ese momento para
entender qué se intentó decir o qué se propuso problematizar con dicha acción.
De alguna manera pudiésemos leer que la figura del autor, con el aura de su firma,
compareció ante el intento de gestionar la deslocalización de su discurso
estético y político. Luego de la revuelta se podría pensar que cierta
interpretación local del post-porno resultaría algo mezquina o limitada o
precipitada, en la medida en que su apuesta política expulsa toda posibilidad
de leer la política del autor como prácticas antinormalizantes del deseo en
medio de la violencia del capital-autoritario de una dictadura de extrema
derecha en Chile. En ese marco, las prácticas escénicas y performáticas de la
que fue parte el autor2, tuvieron como centralidad desarmar el aparato
homo-normativo y hétero-sexista con un fuerte arrojo anti-neoliberal.
Haciéndome cómplice y problematizador del post-porno o de lo que entiendo por
post-porno (pues no es una marca administrada por nadie sino más bien un
movimiento con múltiples contradicciones, que cuenta con seguidores e
interpretadores entusiastas), me inclino a asegurar que el post-porno no mató a
Pedro Lemebel.
Juan
Pablo Sutherland
Referencias
bibliográficas:
- Bersani, Leo, Homos, Manantial, Buenos Aires,
1998.
- Butler, Judith, Deshacer el género, Paidós,
Barcelona, 2006.
- Eribon, Didier, Reflexiones sobre la cuestión gay,
Anagrama, Barcelona, 2001.
- Foucault, Michel, La historia de la sexualidad, la
voluntad de saber, Siglo XXI editores, México, 1995.
- Perlongher, Néstor, Prosa Plebeya, Ediciones
Colihue, Buenos Aires, 1997.
- Preciado, Beatriz, Manifiesto Contrasexual,
Opera Prima, Madrid, 2002.
- Salessi, Jorge, Médicos, maleantes y maricas, Beatriz
Viterbo Editora, Rosario, 1995.
- Sutherland, Juan Pablo, Nación Marica, prácticas
culturales y crítica activista, Ripio Ediciones, Santiago, 2009.
- Wittig, Monique, El pensamiento heterosexual y
otros ensayos, Editorial Egales, Madrid, 1992.
1 El
siguiente texto se presentó el 30 de mayo de 2012 en una actividad organizada
por la Carrera de Licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Universidad
ARCIS y la Coordinadora de Disidencia Sexual CUDS. Participaron con
presentaciones, Jorge Díaz (CUDS), Alejandra Castillo (UARCIS) y Juan Pablo
Sutherland (U ARCIS, Literatura).
2 Pedro
Lemebel, junto a Pancho Casas, formaron a mediados de los años ochenta el colectivo
de arte homosexual Las Yeguas del Apocalipsis. Juntos desarrollaron una serie
de performances, videos-arte, manifiestos e intervenciones públicas, donde se
expresó con fuerza un imaginario marica disidente al modelo político y sexual de
esos años.
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