INTRODUCCION
Es fácil comprender por qué
esta contenciosa narración permanece en el anonimato. Escrita en tiempo en que
el arte del simbolismo reemplazaba los peligros de las expresiones realistas,
su autor se propuso, sin duda, transmitir a sus lectores el impulso sexual
interior de un hombre, comparándolo con su aspecto exterior. A mi modo de ver,
no cabe duda de que el narrador estaba tan lleno de sus descarriadas fantasías,
que imaginó todas las situaciones sexuales concebibles, por muy irreales e
increíbles que fuesen, con tal de dar satisfacción a su anormal lujuria.
El
relato abarca un conjunto de perversiones o desviaciones sexuales comunes y
anormales, y da comienzo con el despertar del deseo sexual de una jovencita por
el sexo opuesto, y que continúa describiendo actos anormales, como aquel en el
que el individuo encuentra placer sexual en ver cómo otros realizan el coito, o
el exhibicionismo, en méritos del cual el hombre muestra sus órganos sexuales a
una observadora del género femenino, y que encuentra satisfacción en el azoro
con que reacciona ella ante el espectáculo, sintiendo que ha efectuado un
desfloramiento psíquico.
El autor, al presentar esta extraña situación, sitúa
este aspecto desviacionista en el marco de una situación no natural. El sadismo
y el masoquismo están representados por tres hombres maduros que entablan
relaciones sexuales con la muchacha por las vías vaginal, anal y bucal. Sin
embargo, se introduce otro aspecto desviacionista cuando se presenta a la joven
como siendo de tipo ninfomaníaco, de deseos tan intensos que nunca pueden
encontrar satisfacción completa, y cuya libido va in crescendo con cada nueva
conquista. El incesto, es decir, las relaciones sexuales entre parientes
próximos, se manifiesta cuando el tío de la muchacha la seduce también. Por la
palabra “símbolo” entendemos que se sugiere algo por relación, asociación de
ideas o mutuo convenio. Muchas de nuestras imágenes recordadas pueden ser
realzadas y distorsionadas, hasta el punto de convertirlas en grotescas.
Pero en realidad no son sino
fantasías, o combinaciones de recuerdos varios.
Durante los siglos XVII y
XVIII, época en que se desarrolla la presente historia, se produjo en Europa
central un movimiento popular de protesta contra los convencionalismos,
llegándose al extremo de presentar a las figuras más astutas bajo extraños
aspectos, en una tentativa por escapar a los límites restrictivos. Thomas Paine
dijo: “Lo sublime y lo ridículo se encuentran a menudo tan próximos, que es
difícil separar uno de otro. Un paso más arriba lo sublime se vuelve ridículo;
un paso por encima de lo ridículo nos lleva a lo sublime”. El presente relato,
de ribaldo simbolismo, se ajusta extraordinariamente a esta definición. El
narrador de nuestra novelita es una pulga común y corriente (O extraordinaria,
por mejor decir, en el sentido del relato); una pulga que no es sino un insecto
succionador de sangre, altamente capacitado para la vida parasitaria y con gran
capacidad para deslizarse entre los pelos y las plumas. La pulga humana -Pulex
Irritans- acecha al hombre como lo hace la nigua.
Algunos seres humanos son
inmunes a las picaduras de la pulga, y no experimentan efectos irritantes, aun
cuando permanezcan por largo tiempo expuestos a las mismas. Esto explica por
qué nuestro amigo -el señor Pulga- pudo viajar por todas partes, inspeccionarlo
todo y contárnoslo todo. A título de digresión, diremos que es notable la gran
complejidad que puede llegar a alcanzar los parásitos. Por ejemplo, en una
determinada oruga pudieron descubrirse otras 23 variedades de insectos, cada
uno de los cuales soportaba a otros 13, los que, a su vez, daban también
albergue a dos o más cada uno. Observada en este nivel tan bajo, la vida, en
cualquiera de sus manifestaciones, tiene que ser considerada en un nuevo
aspecto. Tengo para mí que el autor, con un caprichoso toque de sátira, se
valió de la pulga como un símbolo de los ojos humanos, que desean ver las cosas
que no pueden observar abiertamente.
De esta manera las visualiza mentalmente,
con lo que. de paso, para provocar sus emociones, profundiza hasta lo más hondo
de la marea sexual. Los necios son mi tema; dejad que la sátira sea mi
canción”. Este pensamiento, tomado de English Bards and Scotch Reuiewers, suele
ser aplicable cuando los hombres frustrados pugnan por desprenderse de sus
inhibiciones. Los motines iniciados al grito de “¡Abajo el papismo!”,
desencadenados en 1780, revelan la inquietud en aquellos tiempos de un
populacho soliviantado contra el autoritarismo y rebelándose para separar las
leyes de la naturaleza de las de los hombres, al parecer diametralmente
opuestas. El hombre, desde los albores de la humanidad, ha discrepado de las
leyes de la naturaleza y las ha alterado para adaptarlas mejor a sus impulsos
egoístas. Es a menudo cierto que aquellos individuos que más se ajustan a un
código ético abrigan en su seno los deseos sexuales más heterodoxos e
insatisfechos, aunque es este subconsciente el que los encamina hacia el campo
opuesto.
De manera similar, en la misma época, en las colonias de Norteamérica
los puritanos sujetaban al pueblo a leyes tan estrictas que, en realidad,
constituían la negación de una existencia normal. Las leyes matrimoniales
significaron la separación de muchos enamorados, quienes, temerosos de
disgustar a sus padres, recurrieron a entrevistas furtivas y a desahogos
clandestinos. El amor fue estigmatizado en todos sus aspectos por los teólogos
puritanos como el más poderoso instrumento de Satanás, y hasta el simple idilio
fue desaprobado, asociándolo con el pecado original. Con el más fútil pretexto
los jóvenes eran clasificados entre la gente más baja, anatematizándolos con
palabras en las que, lisa y llanamente, se proclamaba que “es práctica común en
diversos lugares destinados a los jóvenes que éstos muestren sus malvados
propósitos, y se acerquen a las doncellas con fines malévolos, por lo cual se
ha desarrollado mucha maldad en torno a nosotros para menosprecio de Dios y
daño de nuestras personas No hay que decir que en tales circunstancias los
adolescentes, como es el caso de la juvenil Bella y de su admirador, se
juntaran a escondidas para dar satisfacción a sus necesidades íntimas,
En el caso de los puritanos,
las leyes contra el galanteo secreto que acabamos de mencionar no aseguraron la
moral, como lo prueba un simple examen de los registros judiciales de la época.
En realidad, el vicio de una legislación excesiva tiende más bien a extender
los males que trata de prevenir. Esta rara situación vino a agravarse con la
costumbre del “enfardamiento”, que se hacia necesario cuando un joven había
caminado mucho para ver a su amada, y no tenía ya tiempo para regresar a su
hogar. Se le permitía entonces quedarse en la casa de la familia de la novia,
en la que dormía junto con los familiares de ella, cubriéndose todos con mantas
y pieles. De esto resultaba el coito entre el mozalbete y la doncella, y el
acto, realizado tan cerca de él, sin duda estimulaba sexual-mente al padre,
satisfecho de la parte que había tomado en la consumación de aquél. Por extraño
que ello pueda parecer, ninguna joven era criticada por errores cometidos
durante el “enfardamiento”, y éste no perjudicaba en nada las ulteriores
posibilidades matrimoniales de la muchacha.
En esta misma época se promulgó una
ley contra “la intemperancia, la inmoralidad y la irreverencia”, que prohibía
en todo momento cualquier clase de música, tanto de cuerda como de viento, en
las tabernas y casas públicas, así como cantar, bailar y hacer algazara en las
mismas. Para acentuar el resentimiento de la gente contra estas severas
prohibiciones, fue ésta la era en que la brujería comenzó a asomar su fea
cabeza. Sus verdaderos comienzos hay que buscarlos en los escritos hebreos,
donde encontramos a Bebemot, deidad monstruosa descrita por Job como “poderosa
criatura de cola grande como un cedro, los tendones de sus piedras están atados
juntos”. El vocablo latino para indicar la piedra es testiculus, con lo cual,
según se cree, se pretende asociar la divinidad con los atributos sexuales, de
la misma manera que el falo se ha tenido siempre como símbolo representativo de
la actividad creadora universal. Los sacerdotes de Baal siempre entraban
desnudos a sus templos, y las mujeres exhibían su cuerpo ante la imagen
adornada de un falo, a la que rendían pleitesía. En la edad media los hombres,
atosigados por el cúmulo de normas y de leyes que les imponían tanto los
gobernantes como los representantes de la religión, iban en busca de caminos
descarriados para dar satisfacción lo mismo a su naturaleza espiritual como a
la carnal. Siempre han existido dos principios de luz y sombra, en oposición y
conflicto permanentes,
Del centro de Europa partieron los adoradores de
Satanás, oficiales de la misa negra, cuya creencia en el agnosticismo situó a
la doctrina del conocimiento por encima de la fe, e incluso de la moral. A
menudo se recurrió al racionalismo para acomodarse a los niveles religiosos del
momento. Tales gentes creían en un Dios bueno, pero pensaban que el mundo
material, en el que estaba incluido el cuerpo físico, era creación de un
espíritu maligno.
Siendo mala la materia prima,
creían que ésta no podía ser el vehículo de la gracia divina. Otros creían que
la divinidad era el origen de todo -el bien y el mal- y que el hombre se
inclinaba hacia la luz o hacia la sombra, siguiendo sus inclinaciones. En
realidad, la brujería es una forma de dualismo religioso que a menudo encuentra
adeptos entre los confusos e ignorantes miembros de la ortodoxia organizada,
quienes no pueden adaptarse a las rígidas normas a las que tienen que hacer
frente. Es en esta confusa era donde hay que buscar las raíces de estas
MEMORIAS DE UNA PULGA. El hombre, siempre reacio a someterse al conformismo y a
la autoridad, pensó en poner al descubierto las fuerzas de la pasión sexual más
crasa, la lujuria y la algolagnia (al causar o sufrir dolor para incrementar el
placer sexual› que proporcionan tanto mayor satisfacción a su naturaleza sexual
cuanto más alta es la categoría social de las personas de quienes se trata.
El
barón Gules de Laval Rais, conocido como el “Barón Negro”, e íntimamente
asociado con la iglesia, fue uno de los que fueron desenmascarados como
cultivadores del satanismo. Después de su captura y enjuiciamiento confesó sus
monstruosas actividades y sus crímenes sádicos, cometidos en niños a los que
sacrificó al diablo, practicando incisiones en su garganta para sorberles la
sangre por la yugular, además de vio-bríos antes y después del sacrificio. Fue
ahorcado y quemado y después de muerto se descubrieron en la torre de su
castillo los esqueletos de alrededor de doscientas de sus víctimas. Sin
embargo, por extraño que parezca, cuando era conducido al suplicio rogó -y le
fue permitido- que se le autorizara para arrodillarse a orar y pedir perdón a
Dios y a los cientos de personas que se habían congregado para presenciar su
ejecución. Tanto poder había en su verbo, y tanto magnetismo irradiaba su
personalidad, que más tarde fue erigida una estatua en el lugar donde se le
ajustició y quemó, y por años las mujeres estériles acudieron al sitio del
sacrificio para implorar el don de la maternidad.
Cabe en lo posible que una
personalidad sumamente narcisista sea la autora de este librito, MEMORIAS DE
UNA PULGA. La autosexualidad, o el amor a sí mismo, es tal vez la forma más
trágica y perversa de amor sexual conocida, ya que nadie comparte con esta
clase de enfermos los placeres del amor erótico. El mismo es su compañero en el
acto sexual, excitado por escritos sensuales o por ideas de la naturaleza más
erótica. Después que el narcisista llega al clímax de la masturbación se siente
cada vez más solo y culpable, así como menos capacitado para competir con el
mundo normal. El autosexual por lo común, es aquel a quien las circunstancias
han negado el escape de la energía sexual por conductos normales o irregulares,
por cuya razón se evade hacia el mundo de la autosexualidad. Muy a menudo llega
a este punto culminante sin experimentar placer alguno que valga la pena,
denotando conflicto entre el Id. la disposición inconsciente y fundamental a
partir de la cual se desarrollan el anhelo y el placer, y el Súper Ego, censor
interno del Ego. la parte del inconsciente influenciado por los sentidos,
habiendo tomado conciencia al contacto con la realidad, y con el placer
asociado al acto. El verdadero homosexual sólo encuentra placer sexual en la
masturbación, durante cuyo acto puede ponerse a sí mismo en relación a una
situación erótica de su gusto.
LAS MEMORIAS DE UNA PULGA son un relato para
mentes adultas, la expresión de una mente humana en busca de renunciar a lo
anormal para encaminarse hacia lo normal, y caen dentro de un tipo de
literatura que actualmente se reconoce como necesaria para el estudio de la
conducta humana. Es cierto que cuando comenzamos a investigar los hechos
íntimos y reales de la vida sexual del hombre tropezaremos con tantos modelos
como individuos examinamos. Frecuentemente, demasiado frecuentemente, son
aquellos que en apariencia parecen reprobar las manifestaciones sexuales
quienes poseen una naturaleza más marcadamente erótica. En esta ambivalencia de
sentimientos, en el experimentar dos sentimientos contrarios, tales como el
amor y el odio, lo correcto y lo erróneo, se encuentran las raíces mismas de la
desviación y la variedad sexuales. En último término, diciéndolo con palabras
de Freud: ¿quién puede decir, a fin de cuentas, qué es lo normal y qué es lo
correcto…, o lo que puede ser anormal o erróneo? ¿Quién puede decirlo?
LEONARD A. LOWAG,
Ph.D.
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