viernes, 10 de agosto de 2018

Cuerpos a la brasileña - Eugenia de la Torriente



El romance de Mario Testino con Río de Janeiro empezó hace casi 40 años. Una relación tan larga como intensa. Por eso, el fotógrafo que mejor retrata a los ricos y famosos dedica su último libro a la ciudad. Y a la sensualidad de sus gentes.


Mario Testino es un hombre de familia. A su manera, claro. Y la manera de Testino tiende a incluir cuerpos fabulosos, fiestas memorables y cuantas ocasiones para el disfrute ponga a tiro la vida. Por eso, entre sus 13 ahijados están cinco de sus sobrinos y también Alex Dellal –el novio de Charlotte Casiraghi–, el hijo de la modelo Stella Tennant y el de la directora de Vogue Paris, Carine Roitfeld. “Son confirmaciones de amistad. 

Me gusta la fidelidad y la complicidad”, razona mientras desayuna un cruasán en la terraza del hotel Arts en Barcelona. Ha venido a la ciudad para la fiesta de presentación de la edición española de la revista estadounidense y nada en su impecable aspecto a las nueve de la mañana delata la juerga de la noche anterior. “Soy un pésimo padrino. En realidad, los entreno para que me cuiden de viejo”, suelta entre una de sus envolventes carcajadas.

“La vida te va deshaciendo de tus límites. Debes decidir cuántas facetas quieres explotar. Yo las quiero todas”

“En este mundo, la competencia es feroz. Todos queremos los mismos trabajos. Por eso debes ver algo de ti en cada foto”“Lo mío con los cariocas es como estar enamorado de alguien durante mucho tiempo y que éste finalmente te corresponda”



A los 54 años, el fotógrafo peruano ha encontrado en sus ahijados una forma más de seguir explorando su ávido –a la vez que gozoso– culto a todas las cosas jóvenes y bellas de este mundo. Ansiedad por hincarle el diente a la vida que se nota en las fotografías de moda y en las campañas publicitarias que ha realizado sin tregua durante casi treinta años. Y se hace explícita en su noveno libro, MaRIO DE JANEIRO Testino. Editado por Taschen, se trata de una peculiar mezcla de la ciudad y de sus espectaculares habitantes en su versión más desinhibida. “Siempre me ha fascinado su libertad con el cuerpo. El año pasado me dieron la medalla Tiradentes y dije que era como estar enamorado de alguien mucho tiempo y que finalmente te corresponda. Ésa es mi relación con los brasileños: ellos han reaccionado a mi desesperación por su belleza, por su alegría, por su energía, por su ligereza… Esa ligereza en mi trabajo de moda se considera banal, pero es maravilloso ser así: abierto y libre”. En el prólogo, el músico Caetano Veloso confirma lo recíproco del idilio y escribe: “La impresión de las fotografías de Mario en Río es la de un amor complejo, rico y profundo. Rebosante de intimidad y la lucidez de los sueños hechos realidad”.



El vínculo es tan largo como intenso. Mario Testino viajó a Río de Janeiro por primera vez a los 15 años, con dos de sus cinco hermanos. Fascinado por el contraste que la explosiva y hedonista cultura carioca ofrecía con el conservador ambiente de clase acomodada en el que vivía en Lima, se quedó los tres meses de aquel verano. Y varios de los siguientes. “Perú en esa época era sumamente convencional, muy católico. Viajábamos con mi papá a Nueva York y yo me compraba la ropa más estrafalaria. En Perú, eso era un escándalo, pero Brasil era mucho más abierto. A los 17 años me marcó un grupo musical llamado los Secos & Molhados. Iban con plumas y maquillados. Ver que eso existía en Brasil y era aceptado fue una revelación”. “La sangre de Mario es peruana, pero su corazón, brasileño”, escribe la modelo Gisele Bündchen en el libro. “La forma en que está cómodo en su piel; es un poco safadinho, es decir, travieso y pícaro. Es como un niño en algunos aspectos, y ese carácter juguetón se ve en sus fotos”.



En todo caso, cuando Testino decidió abandonar Perú para ser fotógrafo, no fue a Brasil adonde se dirigió. En 1976, con 20 años, aterrizó en el verano más caluroso que Londres recordaba y siguió alimentando su gusto por la algarabía. Se instaló con varios amigos en un piso de un antiguo hospital que pasó a dispensar singulares tratamientos: fiestas bohemias. “La magia de la vida es que no sabemos quién somos hasta el día que morimos. La gente cree que tienes que ir definiendo y cerrando quién eres. Yo lo veo completamente diferente. La vida te va deshaciendo de los límites. Es una decisión cuántas facetas quieres explotar y cuántas no. Y yo las quiero todas”. Mientras el sol de la mañana acaricia su bronceado ibicenco, medita un segundo ante la pregunta de si se considera un hedonista. “Sí, y a la vez no. Soy un loco de la fiesta, pero también me encanta la intimidad y la calma. Ésa es mi suerte. A veces me preguntan cómo no me he cansado tras tanto tiempo de hacer lo mismo. Tengo una curiosidad insaciable y por eso me sigo divirtiendo a diario”.



La ocupación cotidiana de Mario Testino incluye cruzar el globo para que Demi Moore y Ashton Kutcher se desnuden ante su objetivo, para fotografiar a la realeza británica en la intimidad o para dirigir una superproducción en un paraje exótico. Es famoso por retratar a famosos. Lejos de quedarse como notario de la realidad de las estrellas, se ha esforzado por convertirse en una de ellas. En la industria de la moda, cimentó su reputación con las campañas publicitarias para Gucci –bajo la batuta de Tom Ford– al inicio de los noventa. La popularidad a gran escala se debe a una sesión con la princesa Diana en 1997. “Ella fue la primera que me dijo: “Me encanta lo que haces, así que me pongo en tus manos”. Le cambié el pelo, el maquillaje, todo… Y eso hizo que las fotos fueran memorables. Al principio llegaba a fotografiar a gente como ella con miedo. Ahora hay una confianza. Viene de mi fama y del conocimiento de mi trabajo. Saben que cuando voy a retratarlos, no busco promocionarme a mí, sino a ellos. Porque salen increíbles”.

Tres décadas después de que Testino publicara su primera fotografía, no es fácil definir su estilo. El optimismo y la sensualidad están siempre ahí. También la impresión de que lo que ocurre fuera del cuadro es tanto o más interesante que lo que vemos. Ese anhelo que provoca abrir una ventana a otro mundo, del que sólo vislumbras un rincón. El resto es puro y deliberado eclecticismo. Del erotismo de Versace a la descarada juventud de Burberry, de la sofisticación de Vogue a la vanguardia de Visionaire. “Hay gente que sólo puede hacer una o dos cosas, y otra que puede hacer muchas. Me despierta curiosidad ver hasta dónde llega mi capacidad de adaptarme. A una temprana edad tomas una decisión fundamental respecto a tu gusto: o lo cierras o lo abres. Yo aposté por abrirlo”.

Esta permeabilidad no implica una ausencia de ego. Por si alguien tenía alguna duda, este amante de lo excesivo reivindica su propia mirada. “No soy un voyeur. Me obsesiona la idea de que la foto tiene algo mío, algo propio. Vivimos en un mundo de competencia feroz: todos queremos los mismos trabajos. Por eso es importante verte a ti en cada foto”.
Los fotógrafos de moda están de moda, pero él fue uno de los primeros en explotar su marca más allá de los límites del entorno profesional. Un énfasis mediático que convirtió su exposición individual en la Nacional Portait Gallery de Londres, en 2002, en la más exitosa de la institución hasta la fecha. La muestra, además, viajó durante cuatro años a Milán, Amsterdam, Edimburgo, Tokio y México. “Hay una curiosidad extrema hacia nuestro trabajo y cómo lo hacemos. La he aceptado porque cuando yo empecé no existía una referencia para que mis padres entendieran que ser fotógrafo no significaba retratar turistas o bodas. Abrir las puertas al interés mediático me parece positivo”.


De lo que estos días se habla, y mucho, en su profesión es del retoque. Inunda nuestras vidas. Se cuela hasta en los rincones más insospechados y surgen voces que claman ante la pérdida de humanidad de los ideales de belleza que se promueven. “No me gusta el exceso de retoque, ya que me gusta la verdad. Pero también me seduce la idea de que mi imaginación no tenga límites. Si deseo que esta puerta mida cinco metros, ¿por qué no puede tenerlos? Es como el alcohol o la comida. La clave está en la justa medida. La más difícil, sobre todo cuando algo nos gusta”.

Apura el café. Le espera uno de sus ahijados. El hijo de una de sus hermanas vive en Barcelona. Quiso verlo ayer en la fiesta, pero no figuraba correctamente en la lista de puerta. El chico y sus amigos no pudieron entrar. “¡Figúrate! ¡Y no se le ocurrió dejar mi nombre!”. El que abre todas las puertas. 


Gisele Bündchen (arriba, de espaldas) es una musa de Testino. Por eso ocupa la portada del libro ‘MaRIO DE JANEIRO Testino’ (Taschen), que sale a la venta el día 27 de septiembre en España. También escribe en él, junto a Caetano Veloso y Regina Casé. 

Precedentes. “Al principio tenía un poco de miedo con este libro porque Bruce Webber hizo uno muy lindo en los años ochenta, ‘O Rio de Janeiro’. Es una visión que me ha influenciado mucho. Pero nadie es dueño de nada. Quizá lo que tenía era inseguridad de si mis fotos eran tan buenas como las suyas”, confiesa Testino. En curva “Tengo miles de fotos de Brasil y al editarlas me pregunté: ¿dónde estoy yo en todo esto? Tengo fotos bonitas, pero que ya he visto en otros sitios. Mi obsesión era mostrar una visión particular”, explica.



La modelo Isabeli Fontana. PLACER CARNAL. “En Río están obsesionados por lo que llaman una mujer ‘gostosa’, con curvas. La belleza que gusta en la moda es para vestirla. La de Brasil, para desvestirla”, opina el fotógrafo.

EUGENIA DE LA TORRIENTE 20/09/2009

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