Bajar el volumen a los tertulianos y
subírselo a John Coltrane o a Paquito D’Rivera… o poner Dreamland de Joni Mitchell en la versión de Caetano Veloso, y bailar y masturbarse y hacer el amor, pero con ligereza.
Alivianar diagnósticos y pronósticos, olvidar la incertidumbre y la intemperie.
En fin, ahogar la asfixia de los tiempos de naufragio colectivo en sexo lúdico, con poco equipaje y
con orgasmos que terminan en risas amplias. Eso propongo hoy.
Porque hay un sexo grave, otro melancólico,
otro de presencias que evocan ausencias, otro de restañar viejas heridas, otro
de una pasión que hasta duele y hay uno ligero que no suplanta a nada ni a
nadie, que no repara daños ajenos, que se derrama por toda la piel y que da más
placer que cualquier vieja reivindicación vinculante (amorosa, política o
religiosa).
Un sexo sin dogmas, sin solemnidad ni
rescates (que luego se pagan caros).
No es el de El último tango en París de Bertolucci y mucho menos el de El imperio de los
sentidos de
Oshima. No es épico, aunque sus efectos
beneficiosos perduran
y provocan más deseo.
Quizá lo que sucede es que, después de dos
sesiones de goce fálico bastante
movidas (por todo lo que convoca semejante
símbolo en
la vida de todos) y en vista de la crispación ambiente por motivos
extrafálicos, lo que apetece
es retozar sin exigencias.
Esto es, rozarse el cuello y la cintura, tocarse como al
pasar en zonas aledañas a los territorios más erógenos, lamerse mucho y suavemente,
mordisquearse despacito la boca después de esquivarse los
labios varias veces (aumentando
el deseo y la voracidad), darse mordisquitos en los pezones (ambos) y comerse
los dedos (todos, los veinte), montarse y no penetrarse, penetrarse y volver a
jugar fuera, frotarse, probar a hacer sombras chinescas usando menos las manos, ser y estar sexies, y sonreír.
A ello podemos contribuir con una banda de sonido ad-hoc.
Probemos con jazz latino, que es alegre y pícaro: hay quien dice que un solo de Paquito D’Rivera te puede arreglar el día... O con un tipo tan sensual como Coltrane, que te hace sentir al principio de
todo. Porque, como decía Musetta, una lectora, semanas atrás, siempre es la primera vez: "Mi primera
vez es cada vez que empiezo una relación sexual con un hombre. No saber cómo
es, qué le gusta, cómo me ve, si me va a gustar, si me va a parecer horrible al
terminar, si llegaremos a terminar, qué voy a pensar de él después, si le veré
como alguien todavía deseable, más deseable, o como alguien a olvidar... Y eso
hace que sea más excitante. Le da a cada uno algo de unicidad extra."
También se puede ir al cine a ver una peli europea y deleitarse con el sexo contado alla francesa, más natural que el de Hollywood, o alla alemana, siempre auténtico (ya hablamos de lo interesante del triángulo equilátero de Three de Tom Tykwer, por ejemplo). Para esta semana, propongo Four lovers de Antony Cordier, que acaba de estrenarse en cines españoles.
En Four Lovers,
el intercambio de parejas va mucho más allá del sexo mecánico: al parecer, consiguen amarse y eso hace que el sexo sea, además de
entretenido, tierno. Por supuesto, en estas cosas siempre hay un momento
emocionalmente perturbador, pero hasta que ese punto del metraje llegue,
podemos gozar con los roces, la seducción, los suplicados empellones y los
clímax, los ensayos de Feng Shui de
pareja y también con las idas y venidas de los cuatro burgueses parisinos,
guapísimos, por cierto. Porque cada uno de
ellos encuentra algo muy dulce o muy excitante que completa el juego erótico que
mantiene con su pareja de todos los días.
Y si nos quedamos con ganas de
intercambio, podemos repasar Pintar o hacer el amor de Arnaud et Jean-Marie Larrieu -con el inefable Daniel Auteuil y el siempre sexy Sergi López-, una cinta que propone tareas
para los que se quedan inactivos, en este caso, jubilados (pero
también podría aprovecharse como propuesta para ocupar mejor el tiempo del
desempleo).
Por último, podemos leer algo completamente inverosímil pero
altamente erotizante como esta parte de la colección de cuentos anónimos
medievales chinos llamada Loto dorado, sobre una joven con senos “de oro y rosa” (algo dominatrix, por cierto) que hace doler de
éxtasis a su marido (un cultor del masoquismo, aunque sin saberlo).
Os dejo con un fragmento: “Loto Dorado se despojó de sus
enaguas y quedó de pie con sus crujientes pantalones escarlata, parecida a un
joven y hermoso príncipe. La longitud de sus piernas adorables y la curva
voluptuosa de sus caderas eran una agonía para Wu Ta, quien soltó su miserable
lombriz ciega para doblar las enaguas y, al arrodillarse, osó besar el pie
perfecto de Loto Dorado. Con instantáneo enojo, ella le disparó una patada en
el rostro oculto, y así él obtuvo la diez mil veces dichosa bendición de
soportar la presión negligente de su zapatilla de raso. ‘Sapo, tienes prohibido
tocar’, le dijo ella. Wu Ta tanteó débilmente en busca de su trompa de
elefante, que goteaba y untaba sus muslos temblorosos. ‘Ahora los pantalones’,
rogó, jadeante, hechizado, batiendo palmas como un niño”.
Por: Anne Cé | 18 de junio de 2012
Ilustración principal: El Fauno Barberini, desfachatado y sensual, según esta estatua griega del S. III a.C., restaurada por el gran Bernini, en la Gliptoteca de Múnich.
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