Todavía en plena forma, pionero del porno duro, dueño de un imperio
mediático e icono de la libertad de expresión en Estados Unidos, en este
encuentro vuelve a ajustar cuentas con el sector más pacato de su país, que
arremetió contra él hace décadas.
EN ESTADOS UNIDOS es un derecho
constitucional reírse de cualquiera y de su madre. O de los dos a la vez,
gracias a Larry Flynt. Fundador del impero del porno Hustler. Superviviente de
una vida de excesos. Parapléjico por un atentado. Su nombre es sinónimo de
incordio de políticos. Pervertido de profesión e icono de los derechos civiles,
Flynt es un personaje irrepetible en cualquier otro lugar que no sea Estados
Unidos. Estamos ante un icono norteamericano.
Para el público de
fuera de EE UU, Larry Flynt tiene el rostro y la energía del actor Woody
Harrelson y su historia es la que se cuenta en la película de Milos Forman El escándalo de Larry Flynt (1996).
Hoy es un hombre de 74 años atado a una silla de ruedas de oro empujada por
guardaespaldas. Habla despacio y con dificultad, arrastrando las palabras.
Tiene la cara hinchada. Le cuesta mantener la mirada fija. Hay que hablarle muy
alto porque no oye bien. Pero debajo de las dificultades físicas sigue habiendo
un cachondo con un discurso contundente.
Un supremacista blanco disparó a Larry Flynt en 1978 a la puerta de uno de los numerosos juicios que afrontó como dueño y máximo responsable de la revista pornográfica Hustler. Flynt permanece desde entonces en silla de ruedas por las heridas sufridas en el tiroteo. E STEVE HELBER
No oculta su cabreo por lo que está
pasando en Estados Unidos. El pasado mes de enero, Flynt publicó una carta
abierta a los medios de comunicación de su país. Les acusaba de haber dado alas
a Donald Trump al cubrir su campaña pensando
solo en las audiencias y sin cuestionar lo que decía. “Vuestra falta de
periodismo responsable ha traicionado a esta gran nación”, escribió. Lo que
irrita a Flynt es que, durante la campaña, la prensa no fuera capaz de llamar
mentiras a las mentiras. “Hay artículos más correctos en [la revista] Hustler que en la mayoría de la
cobertura que he visto en la pasada elección”.
PERVERTIDO
DE PROFESIÓN E ICONO DE LOS DERECHOS CIVILES, ES UN PERSONAJE IRREPETIBLE EN
OTRO LUGAR QUE NO SEA EE UU
Flynt recibe a El País Semanal en un
despacho enorme con amplias vistas de las montañas de Los Ángeles (California)
y una decoración indescriptible. Es la esquina norte de la planta 10ª de un edificio de oficinas marrón con las
letras LFP (Larry Flynt Publications) en la milla de oro de Beverly Hills. A la
entrada de la calle hay una estatua de John Wayne a caballo con un relieve que
representa el entierro del cowboy como si fuera una escena bíblica. A un lado,
encima de un caballete, reposa el libro gigante de la editorial
Taschen sobre desnudos de Helmut Newton. Encima de un
escritorio del tamaño del que preside el Despacho Oval se acumulan cartas y
ejemplares tanto de la revista Hustler como de la competencia. Un clip sostiene
un billete de dólar en el que pone “9-11” (por los ataques del 11 de
septiembre). La película sobre su vida se filmó en estas oficinas. El
cineasta Milos Forman decidió que no tenía sentido
intentar replicar en un estudio el delirio rococó donde trabaja el magnate,
rodeado de porcelanas, cornucopias, molduras doradas y muebles palaciegos. Cada
noche, al acabar el trabajo en las oficinas de Flynt Publications, el equipo de
la película tomaba la planta entera para rodar en el escenario real.
Sobre la mesa hay también dos viñetas
de periódico enmarcadas y fotos con personajes como el reverendo Jesse Jackson y los
presidentes Bill Clinton y Jimmy Carter. No hay instantáneas con
republicanos. “Tengo sentimientos muy fuertes sobre los republicanos y los
demócratas”, afirma. “Ninguno es perfecto. Pero te digo que los republicanos
solo se preocupan por ellos mismos. Y yo creo que en el fondo hay racismo en
ese partido. No digo que todos los republicanos sean racistas. Digo que si eres
un racista, tu partido es el republicano”.
Larry Flynt a mediados de los setenta.
Habíamos pedido cita con él para
hablar de pornografía, Internet y libertad de expresión. Pero este país ha
entrado en un torbellino ineludible. Se llama Donald Trump e inunda toda la
vida estadounidense, todas las conversaciones. Empezando por aquella carta
pública y continuando con el periodismo en la era Trump. “No
puedes mirar atrás en la historia y decirme un candidato presidencial que
mintiera tanto, durante tanto tiempo, sin que los medios le exigieran
responsabilidades. Deberían llamarle simplemente mentiroso, es la definición de
lo que hace. George Washington no era capaz de mentir. Richard Nixon no era capaz
de decir la verdad. Y Trump no es capaz de distinguir una cosa de la otra”.
Una compañía de análisis de medios ha
calculado que las televisiones habían dado a Trump publicidad
gratis en antena por valor de 2.000 millones de dólares. “Si llevan a alguien a
un programa y miente, no deberían volver a invitarle”, prosigue Flynt. “Si
dices una mentira a una audiencia de millones de personas, ese moderador tiene
una responsabilidad. Pero hay una gente en su torre de marfil que solo se
preocupa de sus beneficios, y Trump es bueno para subir la audiencia. Es bueno
para lo más básico. Esa no es la América donde yo quiero vivir”. La carta
abierta que firmó a principios de año fue un tirón de orejas indignado a la
prensa. “Esa gente tiene que tener orgullo y pelear, defender los principios de
una prensa libre”.
Entre las varias dedicaciones
profesionales de Flynt está la de olisquear braguetas de políticos para
desvelar sus escándalos sexuales. Uno de sus mayores éxitos fue fulminar al
congresista republicano Bob Livingston al sacarle un affairemientras lideraba el impeachment contra Bill Clinton. Ahora ha ofrecido
un millón de dólares por cualquier grabación comprometedora de Trump. “Hemos
tenido alguna respuesta”, afirma. Nada concluyente aún. “Pero hemos llegado a
un punto en el que hay más hipocresía en Washington que en cualquier otro
sitio, un punto en el que un affaire no
sería suficiente para acabar con él. Hace 30 años lo era, ya no. Necesitas
además corrupción”.
OFRECE UN
MILLÓN DE DÓLARES POR CUALQUIER GRABACIÓN COMPROMETEDORA DE DONALD TRUMP.
“HEMOS TENIDO ALGUNA RESPUESTA”
Larry Flynt creció siendo pobre de
solemnidad en Kentucky. Su ascenso hasta este despacho de oro de Beverly Hills
comenzó con un bar a finales de los sesenta en Ohio. Al bar se le añadieron
camareras desnudas. En pocos años había convertido el garito en una cadena de
clubes de striptease llamados Hustler(golfo). Flynt empezó entonces a distribuir un
boletín entre los clientes sobre las chicas de sus clubes. El boletín acabó
convertido en una revista porno, Hustler, en 1974. La publicación se hizo
famosa en el verano de 1975, cuando desveló unas fotos robadas a Jacqueline
Onassis desnuda en una piscina. A partir de ahí, Flynt se convirtió en una
autoridad en el mal gusto. Su revista mostraría las fotos más explícitas y los
chistes más ofensivos de la floreciente industria de publicaciones y cine porno
de la época. Llovieron las denuncias. En 1978 recibió un disparo de un
supremacista blanco a la puerta de uno de esos juicios. Está parapléjico en una
silla de ruedas desde entonces. En medio de la espiral de drogas en la que se
metió en los años siguientes, pasó seis meses en prisión por presentarse en un
juzgado con la bandera de Estados Unidos a modo de pañal. Su esposa y
cofundadora de Hustler, Althea, falleció de sida
en 1987. Un retrato de ella sigue presidiendo la sala de juntas de Flynt
Publications.
Eran los años de la revolución moral del presidente Ronald Reagan. El
hombre que había hecho de la inmoralidad un medio de vida iba a encontrar la
causa de su existencia. Flynt publicó en la revista un falso anuncio satírico
contra uno de los grandes nombres del momento: el reverendo televisivo Jerry
Falwell. Se supone que es un anuncio de Campari, y en él aparece una foto del
reverendo y un titular: “Jerry Falwell habla de su primera vez”. El texto es
una falsa entrevista con Falwell en la que aparecen delicias como esta:
“—Mi primera vez fue en una letrina
en Lynchburg, Virginia.
—¿No estaba un poco apretado?
—No, después de echar a la cabra.
—Ya veo. Me lo tiene que contar todo.
—Nunca me esperé que lo haría con mi mamá, pero como se lo había hecho pasar tan bien a todos los demás tíos en la ciudad, pensé: ‘¡Qué diablos!”.
La broma no sentó bien al reverendo
Falwell. Gracias a su insistencia en pedir una indemnización por el ataque a su
honor, el caso acabó en el Tribunal Supremo y esa página de la revista Hustler terminaría convertida en un símbolo de la
libertad de expresión en Estados Unidos. En una sentencia histórica, en
1988, el alto tribunal decidió por
unanimidad que la sátira es libertad de expresión y está
protegida por la Primera Enmienda.
“Estuvimos 200 años sin que la
parodia y la sátira estuvieran protegidas como libertad de expresión”, recuerda
Flynt. “Te podían demandar, solo tenían que probar que habías herido los
sentimientos de alguien, o los de su mujer, o los de su perro. Lo que cambió
con mi caso es que tienes que probar un daño o no puedes pedir indemnización.
Eso dio cobertura a la prensa. Frenó muchas demandas a caricaturistas. El autor
de la tira cómica Doonesbury [Garry Trudeau]
dijo en una entrevista: ‘Ese tipo, Flynt, me ha dado un salvoconducto para
evitar la cárcel’. Porque cuando un caricaturista hace una viñeta con
intención, lo que quiere es hacer daño, quiere que se sienta la daga bien
clavada. Viven de eso, es lo que les excita. Y, por supuesto, el afectado no
está muy contento”.
Flynt y el reverendo Falwell, dos
profesionales con buen ojo para la publicidad, acabaron haciéndose amigos y dando conferencias en
universidades y entrevistas conjuntas. Desde entonces, Flynt no
desaprovecha cada oportunidad de ofender a un famoso. Cuando hace tres años
unos hackers ligados a Corea del Norte atacaron Sony Pictures para
boicotear el estreno de la película La entrevista, en la
que se parodiaba al dictador norcoreano Kim Jong-un, Larry Flynt decidió que
había que dar de nuevo la batalla por la libertad de expresión. Y lo hizo a su
manera. Financió una versión porno de la película, todavía más ofensiva que la
original. “Me he pasado la vida luchando por la Primera Enmienda y ningún
dictador extranjero me va a quitar mi derecho a la libertad de expresión. Si
Kim Jong-un y sus secuaces están cabreados, espera a que vean la película que
vamos a hacer”, dijo entonces. Hoy, con Trump, no para. Hustler es un festival de dardos al presidente.
El imperio Hustler en este siglo va mucho más allá de la revista. Si los
periodistas se estrujan los sesos para descubrir cómo dar valor a su trabajo en
el mundo de Internet y la sobreinformación instantánea, más grave aún ha sido
la revolución digital para el negocio del porno en un contexto donde hay
incluso parejas grabando vídeos en su casa y colgándolos gratis en la web.
¿Cómo se hace hoy rentable el porno profesional? “Lo vi venir en los años
ochenta y noventa”, dice Flynt. “Sigo publicando la revista en papel, pero me
da un 5% del beneficio que daba hace 20 años. Soy el último que queda en pie.
No sé lo que durará. Pero fuimos listos al diversificar, porque la tecnología
de Internet lo ha cambiado todo”.
La publicación mensual llegó a vender tres millones de ejemplares en sus
mejores años. Hoy vende poco más de 100.000, aunque Flynt asegura que sigue
siendo rentable. La diversificación de la que habla Flynt y que le ha permitido
sostener su imperio y su marca pasa por vídeos online,
casinos, propiedades inmobiliarias o las tiendas Hustler, una boutique de artículos sexuales que se presenta
como destino turístico en el Sunset Boulevard de Los Ángeles. “Nuestras tiendas
modernas no son solo un establecimiento para adultos, sino un plan al que ir.
Llegan parejas a ver qué es lo último y muchas mujeres solas. Nuestro cliente
medio es mujer”.
TRAS UNA
SENTENCIA HISTÓRICA EN 1988, LA REVISTA ‘HUSTLER’ ACABÓ CONVERTIDA EN UN
SÍMBOLO DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN EE UU
Todo el universo de Larry Flynt ha cambiado. Las mujeres son ahora sus
clientes, no su mercancía. Ya nadie paga por ver sexo explícito. Ser un
pervertido no vale para destruir a un político. Bueno, todo no. En estos
tiempos se enfrenta a una nueva ola conservadora. Los Reagan y los Falwell
tienen ahora otros nombres. “Sessions, Ryan y esos…, Mike Pence de
vicepresidente. Yo le digo a la gente que no tenga tanta prisa por echar a
Trump, porque Pence es peor. Como gobernador de Indiana, aprobó una ley que
obliga a las mujeres que abortan a hacer
un funeral por el feto. No te puedes permitir ni un aborto,
no te puedes permitir tener un niño y te tienes que gastar 5.000 dólares en un
funeral. ¿Había conocido alguna vez a alguien así de enfermo? Y es el
vicepresidente de Estados Unidos, a un pelo de la presidencia”.
Larry Flynt fue en
sus orígenes un hillbilly nacido en la miseria
en el Medio Oeste, como los que han encontrado en Trump un mensaje salvador. Ha
completado el viaje hasta el extremo contrario de este país, un despacho de oro
en Beverly Hills desde el que despotricar rodeado de millones. Por el camino lo
ha visto todo. Desde su silla de ruedas de oro, el pervertido más famoso de
Estados Unidos no compra el discurso de la supuesta grandeza del pasado. “Eso es
lo que siempre dicen los populistas. Volvemos a la era de Reagan. Cuando
comparas Estados Unidos con el resto del mundo, nos va bastante bien. Tenemos
muchos problemas, pero nos va bastante bien”.
Redactor en la sección de
Internacional de EL PAÍS durante 14 años. En la actualidad es el corresponsal
en Los Ángeles.
VIERNES 22 DE SEPTIEMBRE DE 2017
FOTO: ADAM IANNIELLO
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