El cine porno tiene ya más de cien años de antigüedad,
y aunque en algunas cosas ha cambiado mucho, en otras apenas se ha visto
alterado
Una pareja de bien alimentados recién casados se
divierten al lado del lecho nupcial. Coquetean, se besan y el marido le señala
a su mujer la cama. Ella parece preguntarle si ya es la hora de dormir, y acto
seguido comienza a desvestirse, no sin antes hacer un gesto al espectador de
que no debe mirar.
Así arranca la que se ha considerado como la primera
película erótica de la historia, la francesa Le Coucher de la Mariée, dirigida
por Albert Kirchner en 1896, apenas un año después de la invención de los
hermanos Lumière. Se trata de una de esas películas investidas de un particular
misterio: de los 7 minutos que tardaba la cabaretera Louis Willy en despojarse
de sus hábitos ante la cámara, apenas han sobrevivido dos, ocultando para
siempre la desnudez de la actriz.
Como bien es sabido, la pornografía no es un invento del
siglo XX. A lo largo de la historia del hombre, este ha producido diferentes
imágenes para satisfacer sus necesidades eróticas. La concepción moderna de la
mostración del acto sexual nace durante la era victoriana, de mano con los
primeros daguerrotipos y la fotografía, que permitía por primera vez un reflejo
fiel de la realidad y una difusión mucho mayor. Las primeras revistas eróticas,
que surgieron en Francia en el cambio del siglo XIX al XX, se vendían por
suscripción, lejos de los ojos de las autoridades.
El primer porno francés no era tan diferente a lo que
se ha producido durante las últimas décadas Sus contenidos consistían, ante
todo, en desnudos de mujeres. Harina de un costal muy diferente era la
producción cinematográfica erótica, responsabilidad de pioneros como el francés
Eugène Pirou o el austriaco Johann Schwarzer. Como recuerda Michael Castleman
en un interesante artículo publicado en Psychology Today, el primer porno
francés no era tan diferente a lo que se ha producido durante las últimas
décadas, al contrario de lo que cabría pensar: el sexo oral, anal o incluso las
penetraciones a hombres no eran tan extraños.
Los franceses, adelantados a su tiempo
La vasta mayoría de la producción pornográfica
audiovisual parte de un principio muy semejante, recuerda el sexólogo, y las
peliculitas de las primeras décadas del siglo XX que se han podido recuperar no
son excepción. Se trata de “la fantasía masculina que representa la abundancia
sexual sin las complicaciones de las relaciones reales”, señala Castleman. O,
en otras palabras, la facilidad del butanero para conquistar al ama de casa
abandonada: “No hay ninguna conversación, no hay cortejo, no hay dulzura,
simplemente un sexo genital que muestra muy poca o ninguna consideración por el
placer erótico y la satisfacción de las mujeres”. Así ha sido durante décadas.
Las primeras películas se producían de forma
aficionada (casi, casi como ahora), y eran exhibidas en burdeles. Eran los
conocidos como stag films (algo así como “películas de machos”). En su primera
etapa, como explica un paper llamado The History of Modern Pornography, eran
“crudamente primitivas, obscenas, amateur, anónimas y de pobre calidad visual”.
Cada país tenía sus variantes; si en Estados Unidos los hombres tardaban
bastante más en conseguir el consentimiento de la mujer, en Francia eran mucho
menos recatadas y más proclives a probar prácticas que incluso resultan tabú
hoy en día.
En una de las obras clásicas de la primera
pornografía, la argentina El sartario (producida entre 1907 y 1912), el diablo
seduce a tres jóvenes que se bañan en un río, con las que llega a practicar un
69. La alemana Am Abend, frente al plano general propio del primer cine
silente, comienza a introducir planos detalle de genitales por primera vez.
Estas películas, a las que hay que añadir el boom que experimentó dicho cine
después de la Segunda Guerra Mundial gracias a las cámaras de película 8
milímetros, apenas sufrió cambios durante décadas. Al menos, hasta los años
cincuenta.
Nace el porno moderno
Si el consumo actual de pornografía suele ser
solitario, en un pasado formaba parte de actos sociales y profundamente
masculinos: despedidas de solteros, fiestas de soldados o fraternidades de
universidades proyectaban las películas que los viajantes les hacían llegar. El
primer gran cambio que anticipó todo lo que estaba por venir se produjo a
finales de los años cincuenta, cuando aparecen las beaver movies, menos
explícitas que la pornografía habitual. Castleman recuerda que en esa época, el
sexo oral desaparece casi por completo de las películas americanas.
Pero fue el director italofrancés Lasse Braun quien
cambió de verdad la historia. Promotor de la lucha contra la pornografía, en
junio de 1969 consiguió que Dinamarca fuese el primer país que la legalizase. De
manera paralela a su activismo, Braun produjo algunas de las películas de más
calidad de la época, rodadas tanto en 8 como en 16 milímetros e introduciendo
por primera vez el color. Además, las ocho producciones que llevó a cabo entre
1968 y 1977 recurrían al cine de género (fuese este el de espías, el de
aventuras o el drama histórico) como sustento para la mostración pornográfica.
A comienzos de los años setenta, Braun recibió en su
domicilio en Estocolmo la visita de Reuben Sturman, uno de los grandes popes de
la aún ilegal pornografía estadounidense. El objeto de interés del de Ohio no
era otro que uno de los últimos inventos de Braun: el peepshow. Al mismo
tiempo, en Estados Unidos, se producen las primeras películas pornográficas tal
y como las conocemos hoy en día, asociadas al underground: Garganta profunda
(1972) de Gerard Damiano, Detrás de la puerta verde de Jim y Artie Mitchell
(1972) y El diablo en Miss Jones(1973), también de Damiano. El resto de la
historia es bien conocida: los ochenta estuvieron marcados por las cintas de
vídeo, y el siglo XXI, por el auge de internet y el retorno de lo amateur
(¡como en el siglo pasado!).
Así nació la pornstar moderna
Castleman recuerda que aunque las prácticas sexuales
no sean tan diferentes, sus intérpretes sí lo son. Como vimos, las primeras
actrices eróticas provenían del mundo del espectáculo, cabareteras que dieron
el salto al celuloide, y que respondían al canon de belleza de su época. Sus
pechos eran pequeños y sus caderas, anchas. Los hombres eran delgados, nada
atléticos, y el tamaño de su miembro viril no era un factor decisivo.
Obviamente, ni en uno ni en otro caso el vello estaba depilado.
Fue el nacimiento del star system hollywoodiense lo
que hizo cambiar las preferencias del público. A partir de los treinta, las
mujeres tenían que parecerse a las actrices de la gran pantalla, y mostrar
cierto grado de sofisticación. Es decir: más altas, con más pecho, con piernas
más largas y rostros más estilizados.
La consolidación de la industria pornográfica a partir
de los años ochenta impuso un nuevo canon, más tarde banalizado con la llegada
de la silicona y el toque neumático de Pamela Anderson, un retorno a la
abundancia de la esteatopigia. John Holmes hizo lo propio con los hombres y el
tamaño de sus miembros.
La historia, no obstante, se vuelve a repetir. La
abundancia del porno amateur ha provocado el retorno de cuerpos más
convencionales. No sólo eso: la gran variedad de categorías pornográficas que
se pueden encontrar hoy en día ha provocado que todas las personas tengan su
cabida en la pequeña pantalla (del ordenador, eso sí) y que cualquiera pueda
disfrutar de sus quince minutos de fama
HÉCTOR G. BARNÉS
10/05/2014
https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-05-10/una-historia-desconocida-de-la-pornografia-y-lo-que-revela-de-nuestras-preferencias-sexuales_127279/
Así era la publicidad del cine porno en México en los años 30
Así era la publicidad del cine porno en México en los años 30
El cine de la
clandestinidad y de lo prohibido: observar aquello que se oculta, espiar tras
las cerraduras de las puertas, cruzar los límites... el género porno nació
desde los albores del cine, incluso en un país recatado y de buenas costumbres
como el México de principios del siglo XX. Acompáñenos por los senderos de lo
indebido en la serie Maravillas y curiosidades de la Filmoteca de la UNAM.
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