lunes, 10 de noviembre de 2025

Tan buenas como las que cobran – Anne Cé



La casa de citas, según Toulouse-Lautrec.

“Me encanta que seas tan puta en la cama”. Así, con todas esas letras, es como le sale a un hombre por la boca la emoción de estar gozando tanto con supartenaire habitual. Comprendiendo, pues, que la frase ha sido pronunciada en el fragor del sexo, ¿se trata de un piropo o un insulto?

Una amiga formuló la pregunta y yo le dije que me parecía un poco fuerte como halago, pero una tercera amiga se había adelantado para exclamar: “Es muy bueno que te digan eso”. A lo que la cuarta cuestionó: “¿Qué sintió ella?”

¿Cómo es que algo puede parecer un piropo con mayúsculas o algo desagradable, sin medias tintas?

La clave quizá sea la palabra “puta”. Y es que probablemente no haya nada equiparable al valor simbólico de esta palabra que al parecer proviene, etimológicamente hablando, de una diosa y una acción ligadas a la “poda” de los árboles.

Sin ir más lejos, baste recordar la que se armó, días atrás, en este mismo espacio, con el post de Venus O’Hara recortando un pedacito de tan vasta y compleja realidad en la narración de un encuentro con una conocida suya que ha decidido dedicarse al oficio (¿por ambición, supervivencia, gusto?). O la larga historia literaria en torno a las prostitutas que recogía recientemente Sergio Fanjul en un artículo publicado por este periódico. Tráiler de Pantaleón y las visitadoras (2000), de Francisco Lombardi, con Angie Cepeda, sobre libro de Mario Vargas Llosa.

Sexo a cambio de algo, a veces, de la propia vida: un tema que el cine ha tratado de mil maneras. Elegimos apenas dos abordajes fílmicos, ambos vinculados con las «necesidades» castrenses y la prostitución. Hablamos de la más o menos festiva Pantaleón y las visitadoras de Francisco Lombardi, sobre libro de Mario Vargas Llosa. La otra muestra descarnadamente el borde inmundo y trágico de la historia, el del esclavismo sexual que esconden las guerras: la premiada Ciudad de vida y muerte de Chuan Lu se detiene en ese pedazo oscurísimo de la invasión nipona a China, en los años treinta. Tráiler de la china Ciudad de vida y muerte (2009), de Chuan Lu.

Que las prostitutas son las que mejor interpretan la urgencia de alivio masculina parece una aseveración pasada de moda y, sin embargo, la calle Montera de Madrid continúa poblada de clientes y chicas que venden sexo barato; los hoteles de lujo siguen ofreciendo sus books de “gatos caros” (una denominación vulgar pero ampliamente utilizada en Argentina) a ejecutivos; las carreteras están jalonadas de prostíbulos que suelen ser tierra de nadie, sobre todo en lo que a abusos se refiere y siguen las firmas…

A propósito de los deseos cumplidos, Sylvia de Béjar comentaba, en su espacio en la Cadena Ser, que hasta hace muy pocas décadas, a los maridos no se les brindaba sexo oral en casa. Y al escucharla recordé la anécdota de un viejo médico que a sus pacientes recetaba, además de los habituales anticoagulantes postinfarto, que se procuraran buenas fellatios. Y añadía: “si en casa no se lo hacen bien, no lo dude: pague”.

«Ser natural es la más difícil de las poses», vía Leandro Lamas

Los que hemos vivido nuestros veinte años después de proclamada la liberación sexual, sabemos que, en general, nuestros contemporáneos no han tenido que pagar por ninguna “prestación”. Ya en la universidad, a las chicas nos gustaba el sexo tanto como a ellos y lo practicábamos.

Pero, ¿qué hay de los hombres adultos actuales que en los setenta, ochenta o noventa fueron veinteañeros y hoy son «maridos»? (aquí vendrán comentarios que aludirán al “sexismo” de no considerar que las esposas también pueden estar insatisfechas y contratar servicios de pago; sin embargo, creo que las estadísticas me permiten preguntar desde este lado, sin caer en una flagrante desigualdad de trato).

Un amigo escritor me decía que, a veces, siente una suerte de añoranza ajena por los tiempos en que los burdeles eran refugio de artistas. Él no los había vivido y sentía que esos relatos de sus mayores ya no se volverían a conocer en las plumas, partituras o pinceles de los varones nacidos después de los sesenta. Pensé en los cuadros de los impresionistas parisinos, en el tango (tan caro a la vida del arrabal de una ciudad portuaria poblada de hombres sin hogar) y en la literatura. Pero ni siquiera así pude poner un manto de piedad sobre la frase, para mí desagradable, con la que Gabriel García Márquez decide arrancar su Memoria de mis putas tristes: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen”.

Puede que por esto me gane alguna reprimenda de los lectores (que se horrorizaron con cierto malestar ya confesado por Venus), pero tengo que decir que a muchas mujeres nos resulta harto difícil aceptar la idea de la negociación con el propio cuerpo como mercancía. Esto sin hablar, por supuesto, de la instancia en que esa compra-venta se realiza con una correlación de poder infame, vulnerando los derechos de alguien al que se somete, se coacciona y se humilla.

Sé que no solo las mujeres nos escandalizamos con el gran negocio de la prostitución y la trata de personas que se sitúa entre los más redituables del mundo, después de la venta de armas y el narcotráfico. Efectivamente, son muchos los hombres que se ponen en nuestra carne y, sobre todo, en la de nuestras hijas (en algún lugar del mundo, hoy se está secuestrando a una adolescente para alimentar el staff de algún prostíbulo) y dan batalla.

Del otro lado, también recuerdo que, no hace mucho, vi y escuché a algunas veteranas prostitutas de Barcelona quejarse por la persecución policial y pedir libertad para seguir desempeñando un oficio que, alegaban, era libremente elegido. Y también las comprendí. A propósito, en este momento recuerdo la contracampaña de las prostitutas de Copenhague, que respondieron a la campaña municipal previa a la Cumbre del Clima “Sea sostenible, no compre sexo”, ofreciendo sexo gratis a los delegados (en un país donde el ejercicio de la prostitución está legalizado).

 Cartel de la campaña antiprostitución previa a la Cumbre del Clima en Copenhague (Dinamarca), en diciembre de 2009.

Todo esto lo escribo pocos días después del fin de la Cumbre de las Américas, que se celebró en Cartagena de Indias (Colombia) y en la que algunos escoltas de Barack Obama fueron repatriados bajo sospecha de conductas “inapropiadas” en locales de ocio y venta de mujeres, o sus trozos. Otra cumbre de alta política y otra oportunidad para el intercambio de dinero fresco por placer de uno solo.

Pero, dejando de lado todas estas elucubraciones, ¿nos pone o no la frase del principio?

Por: Anne Cé | 26 de abril de 2012 El País

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