Si
aceptamos que la actualidad es una época caracterizada por la caída del nombre
del padre, por la caída de los ideales de antaño, debemos admitir que la
sociedad y los sujetos que la habitamos hemos transitado y transitamos por un
revoltoso proceso de modificaciones respecto a los lazos sociales,
constituyéndonos como observadores y partícipes de los nuevos de gozar. Nuevos
modos de gozar que afectan el uso distintivo que se hace del cuerpo. Si hay un
rasgo, entre otros, que caracteriza el siglo XXI, es la universalización del
derecho al goce, derecho inalienable que al afectar el uso que se hace del
cuerpo, nos sitúa en un tiempo en el que se ponen de manifiesto nuevos
paradigmas culturales.
Paradigmas
que, como no podría ser de otra manera, invitan a repensar las coordenadas
epistémicas, clínicas y políticas en las que se desarrolla la práctica
analítica. ¿Cómo se constituye el cuerpo desde nuestra perspectiva? Una
respuesta posible encuentra su fundamento al sostener que se trata del
encuentro entre un organismo con el lenguaje, de tal forma que sin lenguaje no
hay cuerpo: el cuerpo es un organismo afectado por el lenguaje. Si “la pulsión
es el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”[1], el cuerpo, entonces,
es un cuerpo pulsional. De esta forma Lacan nos invita a captar cómo el goce,
en una de sus acepciones, se origina a partir de dicho encuentro, encuentro que
se constituye en una brújula que nos orienta para poder transitar el camino
para pensar los desafíos que nos presenta la clínica de nuestra época. Entonces
existe un hecho de estructura en todo ser hablante: sin palabra no hay cuerpo y
sin cuerpo no hay goce. Esta perspectiva está presente desde los primeros
historiales freudianos donde se pone de manifiesto cómo los síntomas dan testimonio
de que ha habido un acontecimiento traumático que introdujo en el cuerpo un
goce perturbador. Hay que subrayar que esta versión del trauma tiene una
existencia universal, pero ¿qué es lo que le confiere esa cualidad? Para
intentar bordear una respuesta cabe señalar que el trauma se constituye a
partir de que el sujeto vive una experiencia de goce que se caracteriza por
presentarse en exceso, razón por la cual escapa a las coordenadas de lo
simbólico. El trauma es un exceso de goce imposible de ser simbolizado que
denota la hiancia entre un hecho y un dicho. Así, transitamos un camino que
parte de la dimensión fenoménica y contingente de la experiencia sexual
traumática (tal como Freud lo despejó en sus comienzos) a la dimensión
necesaria y estructural del trauma que desplaza la impronta sexual al goce.
Empero, para ser un poco más preciso respecto del origen de lo estructural del
trauma, es menester invocar a Freud, quien en una carta a Fliess[2], escribe “A
la pregunta ¿qué sucedió en la niñez temprana?, la respuesta reza:
Nada,
pero estuvo presente un germen de moción sexual” (…) “Después, he aprehendido
un nuevo elemento psíquico que concibo como universalmente significativo y como
un grado previo del síntoma (todavía anterior a la fantasía)”. He aquí el
trauma, el agujero constitutivo que es un momento lógico previo a la
significación y a la formación de síntoma. He aquí entonces el antecedente
freudiano del concepto de la lengua que no es otra cosa que una palabra en
disyunción con la estructura del lenguaje.
“El
goce en cuestión no es primario, está producido por el significante. Y es
precisamente esta incidencia significante lo que hace del goce del síntoma un
acontecimiento, no solo un fenómeno. El goce del síntoma testimonia que hubo un
acontecimiento, un acontecimiento de cuerpo después del cual el goce natural
entre comillas, que podemos imaginar como el goce natural del cuerpo vivo, se
trastornó y se desvió”. [3] Hay entonces un vector que indica que, atravesado
el estatuto del síntoma histérico, de su envoltura formal, se arriba a la
formalización del “acontecimiento de cuerpo” (tal como Jacques Lacan lo despeja
en la última enseñanza y es destacado por Jacques-Alain Miller). Si no hay
síntoma sin un goce alojado, no hay goce sin un cuerpo vivo. Es esta la
dialéctica que permite arribar al concepto de acontecimiento de cuerpo. El
acontecimiento de cuerpo es un acontecimiento de discurso que impactó en el
cuerpo. Esta matriz conceptual va a ir arrojando una perspectiva novedosa
alrededor del síntoma y por añadidura a la consideración del cuerpo. El cuerpo
afectado por la pulsión, ya no va a depender de una cualidad del ser, sino que
se constituye en el orden del tener, razón por la cual el sujeto hablante no es
un cuerpo, sino que tiene un cuerpo. Estas coordenadas conceptuales señalan la
razón que hace que en la experiencia analítica se pueda ir desbrozando el
camino que va del cuerpo como lugar de alojamiento del síntoma neurótico
(organizado alrededor del sentido gozado) al cuerposinthomatizado (que
posibilita despejar el goce sentido con que se nutre el sinthome). Así también
es necesario ir despejando, tal como lo señala Eric Laurent en Poética
pulsional[4], la manera en cómo la lengua impactó sobre el cuerpo produciendo un
efecto de goce. Esto permite captar, en parte, alguna de las razones que
llevaron a Lacan a introducir el concepto de parlêtre en reemplazo del
inconsciente y, paralelamente, a reemplazar la pulsión freudiana por la
sustancia gozante, que va a ser finalmente el cuerpo mismo. Entonces, al fin y
al cabo, se trata de una suerte de identificación, si se quiere, del ello con
del cuerpo. Es por esto que todo el cuerpo puede funcionar como sede en donde
se inscribe esta sustancia gozante, y para dar cuenta de esta perspectiva Lacan
introduce el concepto de sinthome para decir que: eso no habla, eso goza. Eso,
justamente, goza sin hablar, eso goza fuera de sentido, y se requiere del
dispositivo analítico, del consentir a la transferencia y de la articulación
con el sujeto supuesto saber, para que eso se ponga a hablar. Esta orientación
analítica se organiza teniendo como partenaire a un analista que tenga presente
que «el sujeto supuesto saber, que es el analista en la transferencia, no sin
razón es supuesto si sabe en qué consiste el inconsciente, un saber que se
articula a partir de lalengua, ya que el cuerpo que allí habla sólo se le anuda
por lo real del cual él se goza”.[5] Estamos en la perspectiva del sinthome,
que nombra una nueva forma de anudamiento una vez que el sentido de la palabra
ha sido abolido, abriéndose de esta manera la posibilidad de orientar la cura
apuntando a la adquisición de un nuevo saber-hacer que no es un saber en el
sentido de lo simbólico. Es el camino que transita la mutación del sufrimiento
a otro régimen de satisfacción. Es un más allá de la dimensión terapéutica del
psicoanálisis.
Para concluir quiero evocar un reportaje a Freud donde se puede
leer lo siguiente: “El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos
una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el
enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel.
O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a
la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente”. Freud sabía que hay
una buena solución, para lo cual es necesario transitar ese más allá que
implica salir de las amarras del inconsciente transferencial para poder rozar
algo del inconsciente real.
NOTAS
1. J. Lacan Seminario XXIII. Paidós. 2. Carta 101 del 3 y 4 de enero de 1899
publicada en las Obras Completas. Amorrortu 3. Leer un síntoma J.A.Miller AMP
BLOG del 18de julio del 2011 4. La Carta de la escuela en movimiento N° 125,
Bs. As., 2003, p. 6. 6- Laurent, E. 5. J. Lacan La Tercera. Revista Lacaniana
de Psicoanálisis N°18
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