En la entrada de una panadería de las ruinas de
Pompeya se encontró el relieve de un pene acompañado de la leyenda: HIC HABITAT
FELICITAS («aquí se encuentra la felicidad»)… Parece un auspicioso punto de
partida para analizar en Jot
Down el vigésimoprimer dedo
masculino.
Hablar de falos se presta a censuras absurdas y
a casposas batallas dialécticas entre hombres que interiorizan el mantra de Tom Cruise en Magnolia («Respetar la polla y domar
el coño») y mujeres que disertan sobre lasmaldades del sexo PIV (penis-in-vagina). Nosotros
mantendremos una cierta neutralidad peneana analizando la cuestión desde cuatro
ángulos complementarios: estética, tamaño, potencia y espiritualidad. Y hablo
en plural porque este texto ha sido escrito excepcionalmente a cuatro manos y
un pene, es decir, en colaboración con Ana
Thiferet, la única mujer que respondió al reto con el que acabó el artículo sobre vulvas.
1. Estética: es bonito, pero ¿es arte?
«No hay nada tan ridículo como un hombre
desnudo». Jane Asher
¿Es hermoso un pene? Depende de a quién se le
pregunte. A Sylvia Plath la visión de unos genitales masculinos
le recordó «al cuello arrugado y la molleja de un pavo viejo», lo que no parece
muy alentador. Más entusiasmo muestra la escritora Erica Jong cuando hace que uno de sus personajes
se intrigue por «su fantástico diseño abstracto, al estilo de Kandinsky, de gruesas venas
azules y púrpuras». Usando terminología artística, la sexóloga Betty Dodson clasifica los penes como clásicos
(simétricos), barrocos (con pliegues y venas abundantes) o modernos al estilo
danés (con líneas rectas y limpias). Esta parece una buena vía de
investigación: el pene como objeto artístico.
A diferencia de la vulva, tradicionalmente
oculta en el arte, resulta sencillo encontrar centenares de penes en diversos
grados de erección. Un buen punto de partida podría ser esta galería de representaciones artísticas de miembros no
circuncidados, desde la Antigüedad clásica hasta la era moderna.
De las imágenes podemos deducir varias cosas interesantes… Por ejemplo, que los
griegos no consideraban obsceno el pene, pero sí la visión del glande
descubierto. En el gimnasio mantenían los glandes ocultos atándose fuertemente
una banda de cuero llamada kynodesme alrededor del prepucio,
lo que suena ligeramente doloroso. En cuanto a los genitales renacentistas, resulta
interesante la precisión anatómica de pintores cuidadosos que, como Leonardo Da Vinci, se preocupan
de mostrar el testículo izquierdo ligeramente mayor y más hundido que el
derecho (algo habitual por la anatomía del cordón espermático).
El arte tradicional japonés, en cambio, no se
preocupaba por el realismo. En los grabados eróticos shunga los penes se representaban desproporcionadamente enormes,
monstruos palpitantes dignos de un hentai pasado de rosca. En un libro de
almohada nipón del siglo XVIII puede leerse: «Siempre dirás de su miembro viril
que es enorme, magnífico, mayor que ningún otro, mayor que el que le veías a tu
padre cuando se desnudaba para bañarse. Y añadirás: “ven a llenarme, oh
maravilla”».
Shunga.
Durante el siglo XX se vivió la edad dorada del
pene como figura artística en sí misma. Esta bonita
galeríamuestra muchos ejemplos; en particular, las mejores
fotografías del gran Robert
Mapplethorpe. Tal vez esta sea la más explícita,
aunque alguna otra podría figurar perfectamente como portada de algún catálogo de moda masculina.
Por su parte, Joseph Tailor optó por sacar moldes realistas de
penes en 100 y colgarlos en la pared: la respuesta masculina a la Great Wall of Vagina de Jamie McCartney. Algunas obras
juegan con la disonancia que produce en el espectador la visión inesperada de
unos genitales… Son bastante graciosas al respecto la parodia-homenaje El origen de la guerra, de la artista ORLAN; o el pene de 60 metros que pintó el grupo revolucionario de street-art Voina en
el puente frente a las oficinas de la FSB, sucesora de la KGB.
En cuanto a la arquitectura, es fácil ver el
fantasma del falo tras la obsesión por obeliscos, rascacielos, pilares y
columnas; no hace falta ser Freud para adivinar un pene tras la forma de
(por ejemplo) la torre Agbar de Barcelona. Antiguamente la
influencia era más explícita: en la isla griega de Delos, allá por el siglo
III, se edificó una avenida flanqueada de columnas de enormes erecciones montadas en gruesos testículos.
A cock captured by the FSB – Fotografía de Voina.
Quedaría para otro artículo hablar de la guerra
de sexos en literatura, pero parece pertinente mencionar al menos la penis-waving literature,
que vendría a ser no tanto la respuesta masculina a la chick-lit como una forma de englobar obras
que «exudan masculinidad por cada poro», libros de autores como Nick Hornby,Philip Roth o Ernest
Hemingway, con su eterna pose de macho-man literario. Y eso sin entrar en la
literatura fálico-militar (amor viril, legión tebana) de cómics/películas como 300.
Bien: hemos comprobado someramente que el pene
tiene presencia en las artes, pero no hemos contestado a la pregunta de si es
hemoso o no… Tal vez la respuesta esté no solo en los ojos del observador, sino
en cómo hace sentir un pene a su dueño. Esto lo expresó tiernamente el gran Richard Brautigan en El poema hermoso:
Me
voy a dormir en Los Ángeles pensando
en ti.
Meando hace un momento
miré hacia abajo, a mi pene
cariñosamente.
Saber que ha estado dentro de ti,
hoy, un par de veces, me hace
sentir hermoso.
en ti.
Meando hace un momento
miré hacia abajo, a mi pene
cariñosamente.
Saber que ha estado dentro de ti,
hoy, un par de veces, me hace
sentir hermoso.
2. Tamaño: enlarge
your penis
«Mi
polla es de un tamaño estándar, incluso pequeña, si hay que ponerse biológico.
Es pequeña, delgaducha, simpaticona. A mí —no sé a otros— mi polla me cae muy
bien». Diego Medrano, El
clítoris de Camille.
París, años 20. En la terraza de un café, Scott Fitzgerald pregunta a su amigo Ernest Hemingway
con voz quebrada: «¿Crees que mi pene es demasiado pequeño?». Durante el
transcurso de una discusión, su esposa Zelda le había gritado que jamás
proporcionaría placer a una mujer debido a la escasa dotación de su miembro.
Hemingway se lo lleva al lavabo de caballeros y, tras una inspección visual,
declara que a cualquiera le iría bien ese tamaño… Una frase ambigua tras
la que, según Sydney Franklin,
se esconde el hecho de que el propio Hemingway tenía un pene diminuto.
Salvador Dalí habló en sus Confesiones inconfesables de su «pequeño, patético y blando
pene». A Montgomery Clift le preocupaba su homosexualidad en una
mala época para salir del armario, pero también su micropene que le hizo
ganarse el apodo de Princess
Tinymeat («Princesa
pequeño-trozo-de-carne»). Enrique
Iglesiascomentó ante sus atónitos fans que tenía el pene más pequeño del
mundo; desde entonces mantiene que fue una broma, rechazando incluso una jugosa
oferta de un millón de dólares a cambio de anunciar los productos XXS de
Lifestyle Condoms.
En el lado opuesto del espectro, el de los penes
gargantuescos, tenemos a Charles
Chaplin (el apodo de «Octava
Maravilla del Mundo» no lo ganó con sus dotes interpretativas), Frank Sinatra y sus extravagantes calzoncillos a
medida, Porfirio Rubirosa (playboy internacional a lo Tony Stark que
calzaba treinta centímetros y sedujo aAva Gardner, Marilyn Monroe o Rita
Hayworth)… Y, de forma notoria, el futbolista Piqué y su famosopiquetón. O,
entrando en el campo de las leyendas urbanas: se supone que este monstruo es el pene de Rasputín,
amputado durante su accidentado asesinato y conservado en formol en el Museo
del Erotismo de San Petersburgo, aunque su autenticidad es dudosa.
En los años 60, una groupie con inquietudes artísticas llamada Cynthia Plaster Caster convenció a Jimi Hendrix para que se dejara sacar un molde de
su enorme miembro. Fue el primero de muchos en una larga trayectoria artística
que llevó a Cynthia a sacar decenas de moldes de penes famosos. No es una idea
tan extraña: hoy en día se pueden comprar dildos fabricados a partir de moldes
de Ron Jeremy, John Holmes oNacho Vidal.
Dicho esto: un pene gigante no está exento de
inconvenientes. Por meras circunstancias hidráulicas, un tamaño excesivo
dificulta lograr y mantener una erección rígida, especialmente a partir de cierta
edad.
Louise Bourgeois – Fotografía de
Robert Mapplethorpe.
Dejando de lado los extremos: ¿cuánto mide un pene estándar?
Muchos estudios confían en las automedidas y (ejem) los encuestados tienden a
añadirse un par de centímetros… El Kinsey Institute fijó la media entre 13 y 15
centímetros, Durex apuntó 15,5 centímetros y el Definitive Penis Survey 16
centímetros. Pero cuando Lifestyle Condoms midió 300 penes erectos en
condiciones controladas de laboratorio, la media bajó a 12 centímetros. Separar
los resultados por raza o país es un asunto espinoso: muchos mapas arrojan
medidas menores en los países asiáticos y particularmente largas en África y
Centroamérica… Corea del Norte y Congo como extremos.
En realidad todos los penes humanos son enormes
comparados con los de cualquier primate: gorilas y chimpancés no llegan los
cinco centímetros. No está claro por qué el pene humano es cuatro veces mayor
de lo biológicamente necesario: probablemente esté relacionado con el paso al
bipedismo, que desplazó la vagina obligando al pene a crecer en
correspondencia. Se cree que los homínidos primitivos tenían micropenes, dato
que puede chafar al lector cinéfilo las tórridas escenas de sexo neandertal de En busca del fuego de Jean-Jacques
Annaud.
El tamaño de los testículos no depende del
bipedismo, sino de cuántas parejas sexuales tienen las hembras. Los cojones de
los gorilas son diminutos: al disponer de un harén de tres a seis hembras, no
se enfrentan a una «competición de esperma» que les obligue a un eyaculado
frecuente. En cambio los chimpancés y bonobos, con elevadísima frecuencia de
coitos variados, deben producir mucho esperma y tienen testículos enormes en
relación con su peso… El ser humano, ni del todo promiscuo ni del todo
monógamo, se sitúa en un cojonil punto medio. Este tren de pensamiento podría
llevar a pensar que los hombres con grandes testículos y abundante producción
de esperma y testosterona tienden a la promiscuidad… Con lo que quien busque
hombres monógamos debería comprar un orquidómetro.
Por concluir estas reflexiones sobre el tamaño:
en los años 70, Masters y Johnson concluyeron tras un buen número de
encuestas que el tamaño no era el factor principal en la satisfacción sexual
femenina. O, por citar aAlex Comfort en
el fundacional The joy of sex:
«la intensidad del orgasmo femenino no depende de cuán profundamente se entra
en la pelvis». Pero no es tan sencillo: a las mujeres que prefieren los
orgasmos vaginales frente a los clitorianos (si es que existen diferentes
orgasmos, lo que amerita artículo propio) sí les puede ir mejor un pene largo.
Quizá lo más adecuado sea recordar la frase frecuentemente atribuida al
altísimo Abraham Lincoln pero que también puede imaginarse en
labios del enano Tyrion Lannister: «las piernas de un hombre deberían ser lo
suficientemente largas como para llegar al suelo».
3. Potencia: tras la pastilla azul
«Dios
le dio al hombre un pene y un cerebro, pero no la suficiente sangre como para
que funcionen ambos a la vez». Robin
Williams.
Una erección es un extraño milagro de la
hidráulica… Al ser excitado sexualmente, el hombre segrega productos químicos
que permiten que entre sangre extra en el tejido eréctil, que a su vez presiona
las venas manteniendo esa sangre ahí (así funcionan los anillos constrictores).
Pero lo que convierte en extraña la erección es su impredecibilidad: no solo
depende del grado de excitación, sino de centenares de factores de salud física
y mental, la mayoría incontrolables. Reflexionando sobre la imposibilidad de
darle órdenes al pene,Marcial escribió
en un Epigrama: crede mihi, non est mentula quod
digitus («créeme, la polla no
es como un dedo»). Eso es cierto para todos los hombres excepto para el
director Jean Cocteau, de
quien su amigo Ned Rorem escribió: «En algunas fiestas se
tumbaba desnudo boca arriba y, rodeado de amigos aplaudiendo, lograba que su
miembro se pusiera erecto y eyaculara sin ningún tipo de fricción o
manipulación».
Para los menos afortunados, el temido gatillazo
es siempre una posibilidad. En la antigua Roma un hombre solo era un hombre (vir)
estando en erección. Dice Pascal
Quignard en El sexo y el espanto: «el hombre no tiene el poder de
permanecer erecto, está condenado a la alternancia incomprensible e
involuntaria entre potentia e impotentia,
entre pene (mentula) y falo erecto (fascinus). Por eso el poder
es el problema masculino por excelencia, porque su fragilidad específica y la
ansiedad le preocupan a todas horas». De ahí también el tradicional miedo a la vagina dentata y la mujer como «devoradora de
hombres»: en la vagina el pene entra erecto y poderoso y sale lánguido y
derrotado. La impotencia era el mayor miedo romano, como prueban los insultos
que dirige Ovidio a su pene en el Libro III de los Amores tras un fracaso sexual: «¡Tú, la
parte de mí más despreciable (pars pessima nostri), no tienes vergüenza!
Has traicionado a tu dueño. ¿Es que te burlas de mí?».
La búsqueda de métodos para provocar erecciones
a voluntad ha sido una de las principales obsesiones masculinas a lo largo de
los siglos. Los asirios se frotaban el pene con un aceite rico en limaduras de
hierro; algunos romanos, bajo indicaciones de Plinio
el Viejo, untaban la base del miembro en excremento de caballo; según
supersticiones del siglo XIX, mear a través del anillo de boda o del cerrojo de
una iglesia puede sanar la impotencia… aunque te enemiste con el cura. Ya
en pleno siglo XX, Freud y Yeats se vasectomizaron para revigorizar sus
erecciones, siguiendo una extraña teoría del austríaco Steinach.
Nada parecía garantizar resultados hasta que llegó al rescate la ciencia.
En 1983 el profesor Giles
Brindley logró grandes éxitos en el tratamiento químico de la impotencia, e
hizo públicos sus resultados durante una convención de urólogos en Las Vegas.
La presentación fue espectacular:
tras una serie de diapositivas mostrando su propio miembro en diversos grados
de tumescencia, Brindley se bajó los pantalones y mostró una firme erección a
la horrorizada audiencia, revelando que se había inyectado papaverina en el
pene minutos antes de empezar la charla. No contento con eso, descendió de la
tarima y se acercó a los espectadores, ofreciendo soñadoramente su lanza a
quien quisiera comprobar la dureza de la erección. Cuando cuatro o cinco
mujeres se echaron a gritar, Brindley volvió en sí, se metió la polla en los
pantalones y terminó su presentación sin más incidentes… He aquí un método
revolucionario para animar los Power Point aburridos.
La pastilla mágica no llegaría hasta 1998, con
el lanzamiento del Viagra («virilidad»+«Niágara»). Aproximadamente media hora
después de ingerir la pastilla azul (no la de Matrix,
cuidado), un 70-80% de hombres experimenta una potente erección. Entre los
posibles efectos secundarios está la muerte por colapso cardíaco si se tiene
una cierta edad o se padece alguna enfermedad del corazón, pero no se puede
hacer una tortilla sin romper (nunca mejor dicho) un par de huevos.
Para muchos animales este engorroso asunto
resulta más sencillo. Los machos de varias especies de mamíferos disponen de un
hueso en el pene llamado baculum,
que les facilita alcanzar y mantener la erección. Generalmente es de pequeño
tamaño excepto en el caso de osos polares, leones marinos o morsas, cuyo baculum puede medir hasta sesenta centímetros
y es usado por los esquimales como cachiporra. No está claro por qué los
humanos perdimos este hueso, aunque dejo caer dos teorías. Richard Dawkins especula con un mecanismo evolutivo
por el que la dependencia de las erecciones del sistema vascular en lugar de un
hueso daría ventaja a los progenitores con buena circulación. La segunda teoría
afirma que el hueso que Dios extrajo a Adán para crear a Eva no fue una
costilla sino el hueso del pene, lo que explicaría sin duda muchas cosas.
4. Espiritualidad: el As de Bastos
«Carior est ipsa mentula (“Mi pene
es más precioso que mi vida”)». Marcial, Epigramas
Las religiones rebosan de símbolos fálicos: el
menhir, el árbol, la montaña, la varita, el león, el unicornio, el cuerno de
caza, la daga ceremonial (athame), el sol, la flauta, la flecha, el rayo
de Zeus, las columnas de Baal, los bastos del Tarot… Los testículos son
representados frecuentemente como rocas: en la Edad Media las promesas se
juraban «con una mano sobre la piedra sagrada».
En la mitología griega Crono emplea una hoz (¡bon cop de falç!)
para arrancar de cuajo los genitales de Urano. De las gotas de «blanca espuma»
derramadas en el mar nace Afrodita, diosa del amor, la lujuria y la belleza…
Abundan los mitos que recurren a la (ouch) castración: ya se habló en el artículo sobre el sexo oral de cómo el pene amputado del dios
Osiris fue devorado por los peces, por lo que su esposa Isis tuvo que recurrir
a un falo de barro cocido al que insufló vida con la boca. Sin movernos de
Egipto, el dios de la fertilidad Min era representado erecto y presidía
cada nueva coronación, cuando el Faraón debía demostrar ante el pueblo ser
capaz de eyacular.
En la antigua Chipre (y más tarde en Atenas) se
veneraba a una divinidad con rasgos femeninos pero un pene bajo la falda:
Afrodito, más tarde Hermafrodito. Este dios/diosa lunar podría considerarse
patrón del travestismo: según Filóstrato,
en las fiestas en su honor hombres y mujeres se intercambiaban las ropas.
Príapo.
Príapo, hijo de Afrodita y Dionisio, era un dios
fálico de la fertilidad y las cosechas, representado en perpetuo estado de erección.
Fue adoptado por los romanos como Liber Pater, quedándose con el dominio de la
embriaguez y la libertad. En las Liberalia de marzo, fiestas en honor a Liber,
los jóvenes romanos celebraban con estilo su entrada en la vida adulta. Durante
un desfile que paseaba un fascinus (falo) gigante por el campo para
bendecir las cosechas, jóvenes de ambos sexos se dirigían insultos sexuales y
groseros sarcasmos (el fálico Liber es el dios de la libertad de expresión). En
ocasiones los hombres se disfrazaban de macho cabrío y se ataban a la cintura
un enorme ólisbos (consolador).
Los falos erectos tenían función apotropaica, es
decir, protegían contra el mal de ojo y la invidia universal. Los romanos decoraban sus
casas con falos, cocinaban pasteles fálicos en los festivales y llevaban
amuletos con forma de pene, a veces con un ojo pintado en el glande: una
versión temprana del «ojo que todo lo ve». El digitus
impudicus (vamos, la peineta)
se consideraba un insulto o un gesto protector según las circunstancias.
En Japón aún sobreviven hoy en día dos
procesiones fálicas. En la ciudad de Komaki se celebra cada quince de marzo el Hounen Matsuri, durante el que
se saca en procesión un pene de madera de doscientos ochentakilos y dos
metros y medio de largo. Al llegar al templo de destino el enorme miembro es
agitado furiosamente, tras lo que se lanzan blancos pastelitos de arroz sobre
la multitud; todo muy sutil. Durante el Kanamara
Matsuri de Kawasahidaishi se
sacan dos gigantescos falos a pasear: uno de metal negro y otro
rosa. Y ya que estamos en Japón: es imprescindible una visita al
templo de Mara Kannon, a donde peregrinan cada año cientos de hombres y mujeres
en busca de curas sagradas de las disfunciones eréctiles o la infertilidad.
Allí puede encontrarse una magnífica colección de esculturas de penes de todos
los tamaños, y los rezos se escriben, por supuesto, en pequeños falos de madera.
En el hinduismo, el lingam es el falo y la forma masculina de la
energía, el pilar cósmico de fuego (ejem) del que, según el Vidyeshwar Samhita, surgió el
dios Shiva. Su complementario femenino es el yoni, y la unión tántrica de lingam y yoni representa el origen de toda vida,
como se explica por ejemplo en el muy recomendableMetafísica del sexo de Julius
Evola.
La religión cristiana ha tenido sus propios
encontronazos con el pene, como la controversia sobre el prepucio de
Jesucristo. El Evangelio de Lucas afirma que el niño Jesús fue circuncidado:
¿qué ocurrió pues con el pellejo? Durante siglos se trató el Santo Prepucio
como una reliquia dudosa (llegó a haber más de veinte) que pasó de mano en
mano… o de boca en boca: la monja Agnes
Blannbekin engulló más de cien veces el «dulcísimo pellejo» durante una
intensa visión. A finales del siglo XVII el teólogo León Alacio escribió en De Praeputio Domini Nostri Jesu
Christi Diatriba que el
Prepucio ascendió al cielo junto al cuerpo de Jesucristo; una creencia
popular afirmaba que los anillos de Saturno eran ese fragmento de piel. En 1900 la Congregación para la
Doctrina de la Fe decretó que «toda
persona que hable, escriba o lea sobre el Santo Prepucio será considerada
despreciable, aunque tolerada», con
lo que el culto decayó… Excepto en el pueblo italiano de Calcata, donde aún se
veneraba hasta 1983.
Y nos despedimos con una bonita plegaria de
agradecimiento extraída de El
clítoris de Camille, de Diego Medrano: «A veces le doy las gracias a mi
polla. (…) Ella que nunca
protesta por nada. Ella que está de acuerdo con todo. Ella que vive adosada a
mí como una estatua, como un pincel en busca del color, y no hace tanta
gimnasia, ni mucho menos, como quisiera o estaría realmente dispuesta a hacer».
Foto principal Joseph Tailor.
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