viernes, 3 de febrero de 2017

Miguel Angel, El desnudo nos revela - Kosme de Barañano



Miguel Angel se reveló cuando esculpió La Piedad, pero no nos referimos al talento que dada su juventud le obligó a poner su firma para decirle al mundo que la madre de Cristo era más joven que su hijo porque su pureza detuvo el tiempo para siempre. Tampoco aludimos a los cuerpos que la Iglesia mandó cubrir para acallar el desafío que implicó decirle a los católicos que al cielo van los hombres y las mujeres sin ropaje.

Cuando pensamos en el artista italiano apenas si reparamos en la furia de aquel Papa que ordenó diluir la idea de que al infierno irán quienes solo piensan en tener y que así será durante el juicio final. Evadimos sus lienzos y no porque él hubiera dicho que no era pintor, porque también lo hacemos con sus esculturas inconclusas que advertían de los pecados, y ni siquiera nos detenemos en las nalgas del David, su otra obra majestuosa.

Cuando escribimos Miguel Angel sabemos que él comprendió que el desnudo del cuerpo era en sí misma una revelación, el acto que hace visible la orfandad emocional o la angustia, el sufrimiento y el dolor y también la estética y la impudicia. El gesto nítido del rostro iracundo, desolado y exangüe. Sí, el desnudo revela a quien se desnuda y a quienes lo miramos: ahí está la concupiscencia desnuda del esclavo rebelde, el santo entierro sin ropaje o el Adán hermoso por el que escudriña la mirada que echa de menos, necesita ver sus genitales, y entonces hace el sutil reclamo a la jerarquía clerical. Imposible dejar de evocar el desnudo al paroxismo que hasta de la piel misma se despoja en aquella bóveda emblemática de la creatividad humana. Y qué decir del guerrero esculpido en mármol poco antes de pelear con Goliat.

Miguel Angel no fue proclive a codearse con los hombres del poder, como sí lo hizo Rafael, por ejemplo. Él pintaba o esculpía desnudos y así lo desafiaba. El cuerpo reveló a Miguel Angel, como nosotros ahora mismo hacemos al recrearlo y es que incluso sabemos que, al hacerlo, nos desnudamos ante ustedes.

El dibujo en la era de Miguel Ángel

Miguel Ángel y su tiempo. M. Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 13 de febrero
KOSME DE BARAÑANO | 25/11/2004 |



Miguel Ángel: Desnudo masculino visto de espaldas (reverso), 1501-1504. Albertina, Viena






Esta selección sobre Miguel Angel y su tiempo nos muestra cómo se maneja la línea y el concepto de espacio en una de las épocas más brillantes de pintores y escultores en el radio de acción de Florencia y Roma. También nos enseña qué tipos de carboncillos y de pinceles, qué tipos de tintas y de papeles, usaban los artistas cuando todos estos instrumentos todavía no se habían industrializado y los tenían que fabricar ellos mismos. Este interés por el dibujo apenas ha existido en nuestro país, a diferencia de Alemania, donde hay grandes colecciones estatales en Berlín, Munich, Coburg, Dresde, o Austria, donde la Albertina, ahora presente en Bilbao, en una parcela histórica muy determinada, es un tesoro infinito sobre el valor de la línea y de lo que el hombre puede representar y transmitir con ella.

El dibujo es el primer paso en el proceso de conocimiento plástico. La línea es el elemento característico de conformación de cualquier imagen o idea. Con ella se crean objetos, formas, espacio. Esta exposición, con cerca de cien dibujos de artistas contemporáneos a Miguel ángel (1475-1564), nos habla de cómo se piensa visualmente en el Renacimiento y cómo se deriva hacia el manierismo. Una mirada sobre la Historia del Dibujo es una mirada a toda la historia del hombre. El paso del homo faber al homo sapiens, que se da en Altamira o en Lascaux, se caracteriza porque este último diseña en sus cuevas. Del auriñacense al magdaleniense, entre treinta mil y diez mil años antes de Cristo, el hombre deja ya huella estética de sí mismo, en las cuevas de Santimamiñe o en los abrigos rocosos de Apure o de Bolívar. Parece que el destino del hombre ha seguido la frase que los romanos pusieron en boca de Apeles, nulla die sine linea. Que no pase un día sin dejar una marca de uno mismo. Nulla die sine linea, reflejada también en la obra de Goya o de Joan Miró, o en la de Valerio Adami, que escribió un libro con este título. Esta exposición nos muestra ese trabajo diario de los artistas florentinos.

Aunque el dibujo es la base de todos los géneros artísticos, especialmente en su carácter de preparación funcional, se ha ocultado siempre tras frescos, tablas, libros, etc., o se ha congelado en su papel secundario de apunte en cuadernos de artista. Era necesario para su subsistencia como categoría independiente que no dependiera de algo tan caro y áspero como el pergamino o el cuero. Cuando Europa se entrega al papel, tras el descubrimiento de la imprenta, el arte del dibujo entra en valor seguro, autónomo. Aunque sin duda el dibujo tiene como medio de expresión artística una historia más larga y vieja que la de la pintura. Por ejemplo, esta exposición nos permite ver cómo la pintura y escultura de Miguel ángel (el techo de la Sixtina), por un lado, y la pintura de Rafael (las estancias de la Signatura), por otro, confluyen en la obra de Pierino del Vaga, Giulio Romano, Polidoro da Caravaggio, Giorgio Vasari o Francesco Salviati, produciéndose ese combinado que es el manierismo.

Lo que podemos observar al ver dibujos de pliegues, como en la Madonna de Parmigianino o en el de Becaffumi, es el modo diferente de representarlos, de ver y de hacer líneas, las diferentes técnicas y los diferentes objetivos. No es lo mismo si queremos insinuar el cuerpo que hay debajo del tejido o si queremos mostrar cómo la tela se acopla al cuerpo o cómo se dobla como material rígido. En unos autores la línea da forma, reconstruye el cuerpo debajo de la tela, en otros la línea tiene una función más abstracta, en cuanto que simplemente limita dos formas o dos superficies de color. No sólo las telas y los pliegues nos hablan de las formas de mirar de estos artistas, también el cuerpo en sí, el diseño del mismo, nos lleva a posiciones tan lejanas entre sí como la simple imitación de la realidad, unas veces, y el alto grado de idealización del ser humano, otras; entre la vista del cuerpo en la vida cotidiana y la consideración del cuerpo como heroico portador de la virtud y de la fortaleza espiritual.

El dibujo nos revela gran número de claves del proceso creador. La idea de la obra a realizar (el producto idealizado), por un lado, y, por otro, los caminos y vericuetos por donde libre y espontáneamente “discurre” la voluntad interna del artista. El término dibujo es equívoco. Señala, en primer lugar, un género (desde el siglo XVIII), como el de la Pintura o el de la Escultura, en segundo lugar, un objeto, como una pintura o un cuadro, más leve y más frágil, y, por último, una acción, el “yo dibujo”, una dar forma a algo.

Desde el punto de vista del análisis historiográfico, el dibujo, en cualquiera de sus variantes, de boceto a obra acabada, califica el trabajo de cualquier artista en su dimensión más profunda. El dibujo es su raíz y determina la ruta de su quehacer plástico: “c’ est la probité de l’ art” en palabras de Ingres.
 

Ahora en Bilbao podemos, a través de magníficos ejemplos, ver el diferente estilo (trazo de la pluma, en su etimología) con el que inciden o marcan el papel Leonardo, Rafael o Miguel ángel. Asimismo, esta exposición nos ayuda a comprender las obras en su contexto de partida y en su recepción histórica. Así, nos explicamos mejor lo que se llaman claroscuros de Ugo da Carpi y la obra gráfica, aguafuertes, buriles o grabados en tacos de madera de los ayudantes de Rafael, como obra de difusión (y a la vez de interpretación) de las pinturas del maestro. O cómo Rosso Fiorentino o Daniele Volterra divulgan los ideales plásticos de Miguel ángel; o cómo Corregio o Parmigianino combinan el mundo de contrarios de Rafael y Miguel ángel en un nuevo cóctel, en ese negroni que llamamos manierismo.
 

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