LA
PERRA
—Oye, por cuatro mil
pelas pasamos un rato, una hora, chaval, y por quince mil toda la noche. Y por
mil púas más te la chupo aquí mismo, en el coche, si es que eso te excita.
Ahora si quieres. Sube, que no te va a pasar nada malo... Estás como amuermado.
¿No te gusto? Hala, ven, ¿Me has visto los muslos? Un momento, que me subo la
falda y te los enseño. ¿Qué te parece? Uy, ahora no puedes ocultarlo: has
puesto unos ojitos de deseo que te delatan. Ven, si quieres me subo un poquito
más la falda. ¿Quieres verme las bragas? No, todavía no te las enseño. Más
adelante. Así seguirás en vilo. Sólo te diré que son blancas, suaves. ¿Y los
pechos? ¿Has visto cómo tengo los pechos?
Hala, ven, dame la mano que te dejaré tocar uno. ¿Qué te parece? ¿Has visto qué pezón tan duro? Y está así por ti... Claro que sí. ¿Te gustan mis calcetines? ¿Te gusta que lleve la falda plisada? ¿Qué edad me echas? ¡No! ¡Veinte no, animal! No, diecisiete tampoco, hombre: ¿no ves que si tuviera diecisiete no podría llevar coche? Dieciocho, sí. ¿No me has visto la piel? ¿Dónde has visto antes una piel tan suave? Mira qué carita. Como uno de aquellos querubines de yeso que cuelgan de las paredes de las iglesias. Y no me dirás que no tengo los ojos bonitos: grandes y anchos, como palomas. ¿Te gusta que te mire? ¿Y la boquita? ¿Te gusta mi boquita? ¿Te gustaría que te cogiese la polla con las manos y me la pusiese aquí, entre estos labios carnosos, y te la chupase lentamente, metiéndola y sacándola poco a poco, como si fuese un polo de fresa o de crema, como un bracito de bebé, y después me bebiese la leche de un sorbo, blanca y tibia, cuanta más mejor?... ¡Y tú tienes cara de tener cantidad! Mmmm... ¡Qué buena...! ¿Qué? ¿No te decides? Nunca me había costado tanto convencer a un cliente, y si insisto es porque me gustas y te haré cosas que no hago a nadie, cosas increíbles... ¿Por qué no subes al coche? Me da un no sé qué verte tieso como un palo junto a la puerta, sin decidirte a entrar. Sube. Mira, ahora te enseñaré las bragas... Espera... Mira: ¿te gustan? Y debajo, imagínatelo, hay un coñito estrecho, caliente y húmedo, muy húmedo, que cruje sólo de pensar que lo traspasarás con tu espada, y me la dejarás envainada, hasta el fondo. Oye, primero te cogeré la picha... ¿Estás circuncidado? ¿No? Da igual. Me gustan de todas las maneras. Debes tener una picha muy gorda. A mí me gusta lamer las pichas gordas y coloradas: pasar la lengua hasta que se corren en mis labios. Después me los lamo. O también podrías lamérmelos tú. ¿Te gustaría? Después, para compensar, yo te lamería los testículos. Mira, cogería uno y deslizaría la lengua y lo mordisquearía un poco y me lo metería en la boca y lo chuparía. Con el otro haría lo mismo... Cuando estuvieses bien cachondo, me bajaría las bragas y te ofrecería el culo, te enseñaría los dos agujeros, para que eligieses y entrases por el que más te gustase. Oye, me estás poniendo cachonda, y tú sin decidirte. ¿No serás mariquita, verdad? Qué va, no tienes pinta... ¿Sabes qué voy a hacer? Me levantaré la falda otra vez, y me pasaré la mano por debajo de la braga... Uy, qué calentito y jugoso está, y todo por tu culpa. Me meto un dedo, hasta el fondo. ¡Qué suave entra! Oh, meto dos dedos, y ahora tres. Y ahora lo muevo. Los meto y los saco, ¡oh!, una y otra vez: dentro fuera dentro fuera dentro fuera dentro fuera dentro fuera ¡dentro!, y ahora les doy vueltas, y los saco, y me acaricio el clítoris... ¡Uy!... ¿Por qué me haces esperar tanto? Oye, si te decides te haré una rebaja. Cuatro mil por un polvo y quince mil por una noche, eso sí, pero en cambio la mamadita te la haré gratis. Sólo con imaginar tu pito, con todas las venas a punto de estallar, enorme como el de un caballo... ¿Crees que me cabrá en la boquita? A ver... Podría poner la boca así, en forma de corazón. ¿Qué te parece? ¿Te gusta? Uy, ahora sí que ya no lo puedes disimular. Se te marca un bultito en los pantalones. ¡Qué digo un bultito: un bultazo! Mmmmm...
¿Cómo la tienes de larga? A mí, las que son
muy largas pero delgadas no me acaban de llenar. Vale que sean largas, pero me
gustan bien gordas, que casi hagan daño, que me hagan sentir que estoy a punto
de partirme por la mitad, que me lleguen a la garganta y asomen el capullo por
la boca. Imagínate que me das un beso y recibes a la vez tu lechazo
directamente en la boca... Sería una muerte dulcísima, morir ahogada por una
bocanada enorme de tu semen... Oye, ¿qué, eres tímido? ¿No llevas dinero? Ah,
debe ser eso. Mira, me estás poniendo a parir, de cachonda que estoy. Me parece
que he manchado el asiento, de tanto flujo que me chorrea del chocho. Te hago
el último precio: cinco mil pelas y pasamos toda la noche, mamadas incluidas.
¿Qué me dices? Hay que ver lo imbécil que soy: si me pongo a hacer rebajas así
con demasiada frecuencia, dentro de nada me moriré de hambre. ¿Qué me dices?
¡No puedes encontrar una oferta mejor! ¿Sí? ¿Te decides? ¡Caray! ¡Parece
mentira! ¡Qué difícil eres, tío! Hala, sube y cierra bien la puerta, que nos
vamos. Verás qué bien nos lo pasaremos. Ahora déjame satisfacer un capricho:
deja que te toque por encima del pantalón, así. Ya está. Uy, vas bien dotado
por la vida, chiquillo. ¿De qué vives? ¿Estudias o trabajas? Tienes toda la
pinta de trabajar en un banco o en una oficina. Yo estudio. Ya puedes verlo por
la manera de vestir... Iremos a casa de una amiga, que es la que me deja el
apartamento, porque yo todavía vivo con mis padres. Sabes, se me va la mirada a
tu entrepierna: tengo ganas de magrearte los cojones. Ahora me doy cuenta de
que te he hecho un precio demasiado bajo. Espero que si te gusta todo lo que te
voy a hacer, y pienso hacerte cosas virgueras, me des una propina. ¿Alguna vez
te han hecho una paja con la melena? Mira, tan pronto como lleguemos te la
haré. Me lavo el pelo, bien limpio, porque ha de estar muy limpio, y me lo seco
rápidamente. Entonces, te la chupo mientras tienes la polla envuelta en mis
pelos, suaves, limpios, recién lavados... Y podrás correrte donde quieras: en
el pelo o dentro de la boca. ¿Qué te sorprende? ¿El embrague y el freno aquí
arriba? Bueno, ya hemos llegado. Ahora a aparcar. Nunca dirías cuánto me costó
hacerme adaptar este coche, colocar los pedales a la altura de la mano. Y no
cuesta nada acostumbrarse. Bueno, ya estamos. Pásame la muleta, ¿quieres? Sal y
ayúdame a salir por este lado. ¿Cierras la puerta? Échame una mano. Mira, hay
luz en el apartamento. Debe ser mi amiga. Podríamos dejarla venir a joder con
nosotros. Ella sí que tiene un buen coche: un Volkswagen. Y le costó muy poco
adaptárselo. Podríamos decirle que viniera con nosotros. Entre las dos te la chuparíamos
hasta dejarte los huevos secos. Como dos pellejos.
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