domingo, 31 de diciembre de 2017

Historias para pecar - Varias autoras - descargar libro


Caricias arábigas
Chloe Santana

   LOUIS esbozó una mueca de fastidio al percibir el leve tintineo de su lámpara de araña. Segundos después, la entonación musical comenzó a crecer, hasta que el minúsculo apartamento se imbuyó de aquel ritmo sensual. La música de procedencia árabe llenaba todo el ambiente, y el eco se colaba por las cañerías del cuarto de baño.
   Era la cuarta vez en una semana que aquella mujer encendía el equipo de música a altas horas de la madrugada. Su nueva vecina no tenía respeto hacia la convivencia vecinal, y él, que era una persona distante y pacífica, se vería en la obligación de darle un toque de atención. Exacerbado, subió las escaleras y se colocó frente a la puerta de su apartamento.

   La mujer apenas llevaba viviendo una semana en el edificio, pero con su extraña manera de comportarse por las noches había trastocado la tranquilidad de su vida, dedicada a pintar paisajes hasta que el cansancio se apoderaba de sus músculos. Evidentemente, era imposible dedicarse al arte del paisajismo cuando su irritante vecina utilizaba aquella música tan molesta.
   Se armó de valor, hinchó el pecho y se desprendió de aquella inquietud que lo sofocaba con premeditación cuando debía hacer frente a una situación incómoda. Esta sin duda lo era.
   Apretó los nudillos y golpeó contra la madera de la puerta. De inmediato, notó como alguien lo observaba desde detrás. Le resultó extraño, porque parecía que la persona lo estuviera esperando.
   La puerta se abrió con un débil quejido, y la mujer más sensual del mundo apareció ante sus ojos. Llevaba una bata de color verde con transparencias e incrustaciones de piedras plateadas. Iba descalza, y sus ojos estaban delineados con khol. Eran unos ojos verdes, rasgados y que miraban fijamente. Los ojos de una loba hambrienta. Su cuerpo moreno y exuberante se adivinaba bajo las transparencias, y sus pechos llenos se definían a la perfección. Los pezones, grandes y duros, apuntaban hacia él.
De repente perdió la razón, y se olvidó de lo que había ido a hacer allí.
   —Lo he molestado —le dijo la mujer, con una voz rasgada.
   No era una disculpa. Tan sólo un hecho.
   —Sí... yo... quería pedirle que bajara el volumen de la música.
   Ella entrecerró los ojos y lo observó en una pose estudiada.
   —Pasa —lo invitó, echándose a un lado.
   Louis dudó.
   Ella rodeó su brazo con los dedos y tiró de él hacia dentro. El pequeño apartamento estaba decorado con pesados cortinajes de damasco, almohadones en el suelo y lentejuelas por todas partes. Era asfixiante y exótico.
   —Tan sólo quería....
   —Sshhh —ella lo interrumpió llevándose un dedo a los labios.
   Luego hizo algo que lo dejó sin aliento. Se llevó el dedo a la boca y lo lamió provocadoramente, excitándolo en la entrepierna.
   —¿Quieres algo de beber?
   No lo dejó contestar. Se perdió dentro de lo que debía ser la cocina, y regresó portando una bandeja con dos vasos de humeante líquido oscuro. Se sentó sobre un cojín y dejó la bandeja en una mesita baja. Él se sentó a su lado y observó el brebaje con recelo.
   —Es un simple té de canela —lo informó.
   Más tranquilo al ver que ella bebía, se llevó el contenido a los labios. El sabor dulzón no lo desagradó, ni tampoco el hecho de que ella deslizara la mano por su entrepierna y comenzara a masajearla.
   —¿Qué estás...? —preguntó entre dientes. Cerró los ojos y fue incapaz de dejarse llevar.
   —Creo que es evidente —ronroneó ella contra la piel de su cuello.
   Louis no sabía si era cosa de la bebida, el ambiente de esa casa o la música que impregnaba las paredes, pero aquella mujer le parecía el ser más sensual y extraordinario del mundo.
   Ella se sentó a horcajas sobre él, se bajó el vestido y le mostró los pechos sin ningún pudor. Louis los agarró en un deje primitivo, enloqueciéndose al percibir la respuesta de su vecina. Ella echó la cabeza hacia atrás y gimió.
   —Dime quién eres —le rogó.
   —Hoy soy Sherezade. La reina de tu cuerpo durante una noche.
   Sherezade deslizó sus dedos a través del pecho de Louis. Lo arañó superficialmente y mordió la carne de su cuello, hasta que le arrancó un grito. Entonces, se subió la falda del vestido y le desabrochó la cremallera del pantalón, liberando su miembro erecto.
   Louis se perdió en sus caderas y la mujer se hundió lentamente en su erección. Penetrada por completo, comenzó a moverse en un vaivén hechizante. Ambos gemían sin pudor alguno.
   Las manos de él vagaban por los pechos de Sherezade, amasándolos y pellizcando sus rosados pezones. Antes de que pudiera llegar al éxtasis, la mujer se incorporó, dejándolo boquiabierto.
   —Toma mi sexo —le pidió sin ambages.
   Dispuesto a complacerla, le arrancó el vestido y la acarició desde los tobillos hasta los torneados músculos. Abrió sus piernas y enterró su boca en el sexo de Sherezade, lamiendo su hendidura como un lobo hambriento.
   La mujer se retorcía de placer bajo los envites de su lengua, y Louis apresuró el ritmo, llevándola a un lugar sin retorno cuando ella arqueó las caderas y hundió sus manos en el pelo. Se dejó ir exhalando un suspiro, echó los brazos hacia atrás y abrió las piernas con una sonrisa traviesa.
   Louis no lo dudó, se agarró el miembro y la penetró en un solo movimiento. Ella lo rodeó con las piernas y arqueó las caderas a su encuentro, pidiéndole más.
   —Oh... sí... Louis —gimió.
   —¿Cómo...sabes mi nombre? —logró decir.
   Ella se aferró a sus antebrazos y lo miró a los ojos, poseída por el deseo.
—Sé tantas cosas de ti...
   Louis aceleró el ritmo, poseído por una pasión salvaje que jamás había sentido. Embistió dentro de su cuerpo y se aferró a sus caderas, poseyéndola como un semental.
   —Louis...Louis...Louis.
   El susurro de su nombre lo volvió loco. Jadeante. Poseído.
   —Dilo otra vez —le rogó.
   —Louis... —ella clavó las uñas en su espalda—. Louis...
   —¡Sherezade! —respondió con urgencia, perdiéndose dentro de su cuerpo.
   Poseído por el espíritu de la pasión salvaje, la atrajo hacia sí y la besó con ardor, succionándole y mordiéndole los labios, obligándola a abrirlos y haciendo el beso más carnal y posesivo. Sus lenguas danzaron en un encuentro explosivo.
   Él se agarró a sus caderas, se hundió nuevamente y comenzó un movimiento frenético y sin retorno. Cuando ya no pudo más, se derramó dentro de ella y se quedó totalmente quieto, hasta que la llevó al éxtasis más absoluto.
   Terminaron desparramados sobre los almohadones. Sherezade tenía la cabeza apoyada sobre el pecho de Louis y acariciaba su abdomen con las yemas de los dedos. Louis fue incapaz de decir nada hasta que la respiración le volvió a la normalidad, entonces, la obligó a apartarse y la cogió con delicadeza de los hombros, mirándola a la cara.
   —¿De verdad te llamas Sherezade? —le preguntó.
   Ella se río.
   —Me llamó María. Parecía apropiado para la situación.
   Repentinamente, lo empujó contra el suelo y se subió a horcajadas encima suyo, moviendo sus caderas sobre el miembro en un vaivén insinuante que le rozaba el miembro. Louis ahogo un suspiro, dispuesto a conocer la verdad.
   —¿Cómo sabías mi nombre?
Ella puso los ojos en blanco.
   —Lo pone en los buzones comunitarios.
   Él se sintió estúpido.
   —Todo esto era premeditado —la acusó.
   Ella se hundió en su erección, se mordió el labio y comenzó a moverse.
   —Intenté llamar tu atención en varias ocasiones, pero no me echabas cuenta. Incluso he necesitado cuatro veces para que acudieras a mi encuentro —lo acusó a su vez ella.
   Louis se perdió en el brillo fiero de sus ojos verdes. Esta vez, dejó escapar un suspiro al notar como ella le arañaba el pecho y le besaba la garganta.
   —Habría venido antes de haberlo sabido, Sherezade —le confesó.
   —María.
   —¿Y mañana, quién serás? —le preguntó.
   Desde luego, él pensaba repetir aquel encuentro.

   —Mañana, querido, te toca a ti.

DESCARGAR LIBRO HISTORIAS PARA PECAR:

No hay comentarios:

Publicar un comentario