Caricias arábigas
Chloe Santana
LOUIS esbozó una mueca de fastidio al percibir el leve
tintineo de su lámpara de araña. Segundos después, la entonación musical
comenzó a crecer, hasta que el minúsculo apartamento se imbuyó de aquel ritmo
sensual. La música de procedencia árabe llenaba todo el ambiente, y el eco se
colaba por las cañerías del cuarto de baño.
Era la cuarta vez en una semana que aquella mujer
encendía el equipo de música a altas horas de la madrugada. Su nueva vecina no
tenía respeto hacia la convivencia vecinal, y él, que era una persona distante
y pacífica, se vería en la obligación de darle un toque de atención.
Exacerbado, subió las escaleras y se colocó frente a la puerta de su
apartamento.
La mujer apenas llevaba viviendo una semana en el
edificio, pero con su extraña manera de comportarse por las noches había
trastocado la tranquilidad de su vida, dedicada a pintar paisajes hasta que el
cansancio se apoderaba de sus músculos. Evidentemente, era imposible dedicarse
al arte del paisajismo cuando su irritante vecina utilizaba aquella música tan
molesta.
Se armó de valor, hinchó el pecho y se desprendió de
aquella inquietud que lo sofocaba con premeditación cuando debía hacer frente a
una situación incómoda. Esta sin duda lo era.
Apretó los nudillos y golpeó contra la madera de la
puerta. De inmediato, notó como alguien lo observaba desde detrás. Le resultó
extraño, porque parecía que la persona lo estuviera esperando.
La puerta se abrió con un débil quejido, y la mujer
más sensual del mundo apareció ante sus ojos. Llevaba una bata de color verde
con transparencias e incrustaciones de piedras plateadas. Iba descalza, y sus
ojos estaban delineados con khol. Eran unos ojos verdes, rasgados y que miraban
fijamente. Los ojos de una loba hambrienta. Su cuerpo moreno y exuberante se
adivinaba bajo las transparencias, y sus pechos llenos se definían a la
perfección. Los pezones, grandes y duros, apuntaban hacia él.
De repente perdió la razón, y se olvidó de lo que había ido a hacer
allí.
—Lo he molestado —le dijo la mujer, con una voz
rasgada.
No era una disculpa. Tan sólo un hecho.
—Sí... yo... quería pedirle que bajara el volumen de
la música.
Ella entrecerró los ojos y lo observó en una pose
estudiada.
—Pasa —lo invitó, echándose a un lado.
Louis dudó.
Ella rodeó su brazo con los dedos y tiró de él hacia
dentro. El pequeño apartamento estaba decorado con pesados cortinajes de
damasco, almohadones en el suelo y lentejuelas por todas partes. Era asfixiante
y exótico.
—Tan sólo quería....
—Sshhh —ella lo interrumpió llevándose un dedo a los
labios.
Luego hizo algo que lo dejó sin aliento. Se llevó el
dedo a la boca y lo lamió provocadoramente, excitándolo en la entrepierna.
—¿Quieres algo de beber?
No lo dejó contestar. Se perdió dentro de lo que debía
ser la cocina, y regresó portando una bandeja con dos vasos de humeante líquido
oscuro. Se sentó sobre un cojín y dejó la bandeja en una mesita baja. Él se
sentó a su lado y observó el brebaje con recelo.
—Es un simple té de canela —lo informó.
Más tranquilo al ver que ella bebía, se llevó el
contenido a los labios. El sabor dulzón no lo desagradó, ni tampoco el hecho de
que ella deslizara la mano por su entrepierna y comenzara a masajearla.
—¿Qué estás...? —preguntó entre dientes. Cerró los
ojos y fue incapaz de dejarse llevar.
—Creo que es evidente —ronroneó ella contra la piel de
su cuello.
Louis
no sabía si era cosa de la bebida, el ambiente de esa casa o la música que
impregnaba las paredes, pero aquella mujer le parecía el ser más sensual y
extraordinario del mundo.
Ella se sentó a horcajas sobre él, se bajó el vestido
y le mostró los pechos sin ningún pudor. Louis los agarró en un deje primitivo,
enloqueciéndose al percibir la respuesta de su vecina. Ella echó la cabeza
hacia atrás y gimió.
—Dime quién eres —le rogó.
—Hoy soy Sherezade. La reina de tu cuerpo durante una
noche.
Sherezade deslizó sus dedos a través del pecho de
Louis. Lo arañó superficialmente y mordió la carne de su cuello, hasta que le
arrancó un grito. Entonces, se subió la falda del vestido y le desabrochó la
cremallera del pantalón, liberando su miembro erecto.
Louis se perdió en sus caderas y la mujer se hundió
lentamente en su erección. Penetrada por completo, comenzó a moverse en un
vaivén hechizante. Ambos gemían sin pudor alguno.
Las manos de él vagaban por los pechos de Sherezade,
amasándolos y pellizcando sus rosados pezones. Antes de que pudiera llegar al
éxtasis, la mujer se incorporó, dejándolo boquiabierto.
—Toma mi sexo —le pidió sin ambages.
Dispuesto a complacerla, le arrancó el vestido y la
acarició desde los tobillos hasta los torneados músculos. Abrió sus piernas y
enterró su boca en el sexo de Sherezade, lamiendo su hendidura como un lobo
hambriento.
La mujer se retorcía de placer bajo los envites de su
lengua, y Louis apresuró el ritmo, llevándola a un lugar sin retorno cuando
ella arqueó las caderas y hundió sus manos en el pelo. Se dejó ir exhalando un
suspiro, echó los brazos hacia atrás y abrió las piernas con una sonrisa
traviesa.
Louis no lo dudó, se agarró el miembro y la penetró en
un solo movimiento. Ella lo rodeó con las piernas y arqueó las caderas a su
encuentro, pidiéndole más.
—Oh... sí... Louis —gimió.
—¿Cómo...sabes mi nombre? —logró decir.
Ella se aferró a sus antebrazos y lo miró a los ojos,
poseída por el deseo.
—Sé tantas cosas de ti...
Louis aceleró el ritmo, poseído por una pasión salvaje
que jamás había sentido. Embistió dentro de su cuerpo y se aferró a sus
caderas, poseyéndola como un semental.
—Louis...Louis...Louis.
El susurro de su nombre lo volvió loco. Jadeante.
Poseído.
—Dilo otra vez —le rogó.
—Louis... —ella clavó las uñas en su espalda—.
Louis...
—¡Sherezade! —respondió con urgencia, perdiéndose
dentro de su cuerpo.
Poseído por el espíritu de la pasión salvaje, la
atrajo hacia sí y la besó con ardor, succionándole y mordiéndole los labios,
obligándola a abrirlos y haciendo el beso más carnal y posesivo. Sus lenguas
danzaron en un encuentro explosivo.
Él se agarró a sus caderas, se hundió nuevamente y
comenzó un movimiento frenético y sin retorno. Cuando ya no pudo más, se
derramó dentro de ella y se quedó totalmente quieto, hasta que la llevó al
éxtasis más absoluto.
Terminaron desparramados sobre los almohadones.
Sherezade tenía la cabeza apoyada sobre el pecho de Louis y acariciaba su
abdomen con las yemas de los dedos. Louis fue incapaz de decir nada hasta que
la respiración le volvió a la normalidad, entonces, la obligó a apartarse y la
cogió con delicadeza de los hombros, mirándola a la cara.
—¿De verdad te llamas Sherezade? —le preguntó.
Ella se río.
—Me llamó María. Parecía apropiado para la situación.
Repentinamente, lo empujó contra el suelo y se subió a
horcajadas encima suyo, moviendo sus caderas sobre el miembro en un vaivén
insinuante que le rozaba el miembro. Louis ahogo un suspiro, dispuesto a
conocer la verdad.
—¿Cómo sabías mi nombre?
Ella puso los ojos en blanco.
—Lo pone en los buzones comunitarios.
Él se sintió estúpido.
—Todo esto era premeditado —la acusó.
Ella se hundió en su erección, se mordió el labio y
comenzó a moverse.
—Intenté llamar tu atención en varias ocasiones, pero
no me echabas cuenta. Incluso he necesitado cuatro veces para que acudieras a
mi encuentro —lo acusó a su vez ella.
Louis se perdió en el brillo fiero de sus ojos verdes.
Esta vez, dejó escapar un suspiro al notar como ella le arañaba el pecho y le
besaba la garganta.
—Habría venido antes de haberlo sabido, Sherezade —le
confesó.
—María.
—¿Y mañana, quién serás? —le preguntó.
Desde luego, él pensaba repetir aquel encuentro.
—Mañana, querido, te toca a ti.
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