El 17 de julio
de 1987, una multitud excitada y ruidosa recorre Via del Corso en Roma. Ilona Staller, más
conocida como Cicciolina,
se sube al capó de un Renault descapotable y, con la mano enfundada en un largo
guante blanco, hace el signo de la victoria. La turba de descamisados
enloquece, ondea, arrastra todo a su paso. Cicciolina acaba de ser elegida
diputada de la República italiana. La llevan en triunfo hasta Piazza Navona. La
muchedumbre se agita alrededor de la diputada Staller, la palpa, le muerden el
culo. Cicciolina acaba chapoteando en una fuente de Bernini. Un cordón policial
tiene que sacarla del agua y meterla de nuevo en el coche. Al final la peor
parte la lleva un angelito de mármol de la fuente, que, durante las
celebraciones, acabará perdiendo un pie.
Dos días más
tarde Cicciolina, ya diputada in pectore, presenta su espectáculo Perversion en una sala de fiestas de la provincia
de Pisa. Será la primera actuación como representante del pueblo italiano. En
la sala, llena a reventar, están presentes enviados de los principales
periódicos italianos y algunos corresponsales de la prensa extranjera. Gracias
a ellos contamos con una detallada crónica del evento. Cicciolina empieza
cantando su himno pacifista: “Americanos y rusos/quieren la guerra
atómica/anatómica./Pero yo espero que al final llegará/¡el amor para la
humanidad!”. Y acto seguido advierte: “En la sala hoy están los
cicciolinos policías, que dicen que si hago penetración me llevan a la cárcel
por violar el artículo 528 del código penal”. El que tipifica los actos
obscenos, vaya. Así que convencida del valor cívico de la participación propone
un referéndum en la sala: “Que levante la mano quien se sienta ofendido si
hago penetración. ¿Nadie? Pues entonces ya puedo empezar”. Y empieza con
el repertorio habitual: el número con el gran osito de peluche dotado de un
falo de cristal, el paseo por la platea a través de un mar de manos ávidas, las
velitas encendidas por los niños que mueren de hambre, el número con la
serpiente “Pito-Pito”, la lluvia dorada sobre los cicciolinos de las primeras filas,…
Había quien
todavía esperaba que, al entrar en las estancias del poder, Cicciolina
adoptaría un comportamiento, digamos, más institucional, que al adquirir el
título de Onorevole empezaría a tomarse más en serio
eso del honor (o al menos el pudor).
Todos ellos, que tampoco eran muchos,
aquella noche se llevaron una decepción. Para servir al país que la había
acogido y escogido, Cicciolina no tenía intención de renunciar ni a su
sexualidad ni a la explotación comercial de la misma. No iba a convertirse en
una respetable ex-fulana redimida, vestida con discreción y elegancia (traje
chaqueta beige, cuello alto, la prensa del día bajo el brazo) de esas que años
más tarde Berlusconi nombraría ministras de Igualdad. A
decir verdad, su ideal de servicio a la Patria, más que en sus intervenciones
en sede parlamentaria, quedaron reflejadas en una de sus películas más
célebres, Cicciolina y Moana
en el mundial, de 1991. En el filme, un refinada ucronía, la selección anfitriona
gana el mundial de Italia 90 gracias a la intervención de Cicciolina y su
adláter Moana Pozzi,
que de manera muy literal chupan las energías a las principales estrellas de
las selecciones rivales (inmenso, por cierto, Ron
Jeremyen el papel de Diego
Armando Maradona). Cicciolina era muy consciente de las cualidades que
podía poner al servicio del país.
Pero, ¿quién
era y de dónde salía Cicciolina? Había nacido con el nombre de Ilona Staller en
Hungría, en 1951. Siendo todavía muy joven decide marcharse a Italia para
emprender una carrera como modelo. Aunque antes de irse, al parecer, ya había
tenido oportunidad de servir a su país y a la noble causa del socialismo real
pasando informaciones a los servicios secretos acerca de algunos dignatarios
americanos con los que había mantenido relaciones poco claras en un hotel de
lujo de Budapest.
Al poco de
llegar a Italia, Ilona conoce en la redacción de Playmen al fotógrafo Riccardo Schicchi,
personaje felliniano, cachorro díscolo y libertino de la burguesía romana, que,
con su buen olfato para los negocios, se convertirá en una figura fundamental
en su vida. Sería falso decir que Schicchi fue el descubridor de Cicciolina,
porque en cierto modo fue su Pigmalión. Reconoció enseguida el potencial
erótico de la joven Ilona, una sexualidad perversamente pueril, a la vez
natural e indescifrable, en un cuerpo pálido de eterna adolescente. Construyó
el personaje tal y como ha pasado a la historia: los peluches, los diminutivos
y los apelativos bobalicones, esos escuetos vestidos blancos como para una boda
precoz o una primera comunión tardía… todo iba encaminado a resaltar la tensión
entre un carnalidad extrema y un dulzura infantiloide.
De todas
formas, Cicciolina, como mito erótico, no nace ni en las revistas ni en el
cine, sino en la radio. En 1974 Schicchi consigue que le den un programa
nocturno en una pequeña emisora privada, Radio Luna, cuya audiencia se
concentra sobre todo en la capital. En el programa, llamado Voulez-vous couchez avec moi,
Ilona, con su talante de niña boba y su acento exótico, responde a las dudas
sexuales de los oyentes. De ahí nace el apodo que la hará famosa: se dirige a
sus oyentes con el apelativo cariñoso de cicciolino y muy pronto ella misma acabará
convirtiéndose en la Cicciolina. El programa obtiene enseguida un éxito enorme
y se difunde por todo el país: Milán, Bolonia, Nápoles, el ejército de cicciolinos crece de noche en noche.
Pocos meses
después del debut, Ilona, para todos ya Cicciolina, empieza a despertar la
curiosidad de la televisión y la prensa. Las entrevistas se suceden e Ilona se
presenta cada vez menos vestida: Enzo
Biagi, grande nombre del periodismo televisivo italiano, la invita a
su programa Proibito.
Cicciolina es ya un fenómeno mediático.
En 1978
aparece por primera vez desnuda en Le
Ore, una de las revistas porno más vendidas de la época. El número se
agota en pocas horas. Es entonces cuando Schicchi intuye que ha llegado el
momento de dar el salto a la gran pantalla. Sin embargo, contra todo
pronóstico, su primera película, Cicciolina
amore mio, resulta un fracaso. El público espera de ella algo más que
destape guarrete a la Tinto
Brass. No será hasta la siguiente, Telefono
rosso, primera película hardcore en Italia, cuando se convierte
definitivamente en la diva por antonomasia del porno italiano.
Sin embargo,
a pesar de su encomiable labor de exploración artístico-anatómica, Cicciolina
es hoy recordada sobre todo por haber sacado el porno de la penumbra de los
cines X y haberlo llevado a las instituciones republicanas. Ya a principios de
la década de los 80 Schicchi había intuido el potencial publicitario de la
promiscuidad entre sexo y política. La primera incursión política de Cicciolina
fue en una lista verde, la Lista del sol, en las elecciones sicilianas de 1981.
El eslógan, síntesis del pornoecopacifismo ciccioliniano: “Contra la
energía nuclear nos calentamos con el amor“.
Ese mismo año
intenta participar en el congreso de Palermo del Partido Socialista Italiano.
Aunque no consigue pasar de la puerta, mandará besitos a los fotógrafos
mientras muestra un cartel donde puede leerse: “El PSI tiene miedo de mis
pechos“. Pues muy bien. Algunos meses después, por alguna extraña razón,
acaba participando en la fiesta celebrada en honor de los 40 años en política
de “il Divo” Giulio
Andreotti (por cierto,
ahí sigue aún hoy, 30 años más tarde). Y en 1984 persigue al primer Ministro Bettino Craxi, en
visita oficial en Hungría, ofreciéndose sin demasiado éxito como intérprete.
Sin embargo
hasta entonces había hecho política como hace televisión el paleto que pega
brincos detrás del corresponsal del telediario. Pero en 1986 su poco
prometedora carrera política da un vuelco. Después de las cada vez más
frecuentes denuncias por obscenidad, Cicciolina decide afiliarse al Partido
Radical. Y no lo hace, declara, “porque este partido me necesite, sino
porque yo, como todos los italianos, necesito que el PR siga siendo, con su
rigor, su coraje y su fantasía, el partido que ha sido hasta ahora“. El
Partido Radical era (y sigue siendo) un partido liberal, libertario y
anticlerical que había protagonizado en lo sesenta, setenta y primeros ochenta
grandes batallas políticas en favor de la libertad sexual y la secularización
del Estado. Se había batido, por ejemplo, para que Italia se dotara una ley de
divorcio (1974) y había sido uno de los máximos promotores del referéndum para
la despenalización del aborto (1977).
Aunque la
opinión pública ya estaba acostumbrada a las acciones provocadoras y
anticonvencionales del Partido Radical, la llegada de Cicciolina causó una
notable polémica. Es innegable que, desde el punto de vista publicitario, fue
un rotundo éxito para ambas partes. Sin embargo, las cosas se complican cuando,
en vísperas de las elecciones de 1987, llevada en volandas por el clamor
mediático, Cicciolina pide un lugar en la lista electoral y Marco Pannella, el
todavía hoy carismático líder del partido, se lo concede. La ponen abajo, muy
abajo en la lista, la última de la lista en la circunscripción electoral del
Lazio. Pero en esa continuación del carnaval por otros medios que es la campaña
electoral, Cicciolina y Schicchi se mueven con admirable soltura. Recorren el
Lazio con una especie de show itinerante. Viajan en un Renault descapotable,
conducido por un joven romano melenudo y barbudo al que visten con una túnica y
una corona de espinas. Irrumpen en las plazas, donde los jubilados aparcan sus
conversaciones de banco para besuquearle alegremente los senos. Se recuerda
también aquel acto que debía ser serio, en un hotel de Ostia, donde Cicciolina
comparte mesa redonda con el profesor Bruno
Zerbi y la histórica
militante radical Maria
Teresa Nediani. Nediani afirma que el número de Cicciolina con la
serpiente “Pito-Pito” representa “un gesto liberador de la sexualidad
femenina, casi un vuelco subversivo de la metáfora de la violencia sobre las
mujeres, representada por el mito de Leda, fecundada a traición por Júpiter
encarnado en un cisne”. Justo en ese momento una turba de jóvenes irrumpe
ruidosamente en la sala para tratar de tocar a Cicciolina, que tendrá que ser,
como de costumbre, evacuada para evitar males mayores.
Hay que
recordar aquí que la ley electoral italiana, a diferencia de la española,
funcionaba entonces con un sistema de listas abiertas. Es decir, los electores,
además de votar por un determinado partido, podían otorgar a uno de los
componentes de la lista un voto personal. El número de votos que recibe el
partido determina el número de escaños, mientras el voto personal determina qué
miembros de la lista ocuparán esos escaños. En España muchos han indicado este
sistema como un instrumento imprescindible para mejorar la calidad democrática
de la política. Puede ser. En Italia, en las elecciones de 1987 permitió que
saliera elegida una estrella del porno. Obtuvo 22.000 preferencias en su
circunscripción, superada únicamente por el líder Pannella.
Por raro que
pueda parecer después de los años del bunga-bunga berlusconiano, se trataba de
un evento inaudito y, para muchos, terrible. Es cierto que la política italiana
nunca ha pecado de exceso de honradez, pero hasta entonces siempre había hecho
gala de una notable sobriedad, hija del sentido del decoro demócrata-cristiano
y la severidad comunista. Aquella noche, la clase política italiana se quedó
con esa expresión entre estupefacta y desconsolada que, años más tarde, se le
pondría a Raffaella Carrà en la infausta noche en que el voto
popular mandó al Chikilicuatre a Eurovisión.
Un coro casi
unánime coincidió en condenar a los radicales y en especial a Pannella, por
haber contribuido, con su irresponsabilidad, al vilipendio a las instituciones.
Pero muchos otros, entre ellos Leonardo
Sciascia y Umberto Eco,
encogieron los hombros casi divertidos: “Inmoralidad por inmoralidad, las
ha habido peores”, “mejor una actriz porno que un ladrón”. En
cierto modo no les faltaba razón. Muchos de los miembros de aquel mismo
parlamento acabaron implicados en el gigantesco entramado de corrupción y
financiación ilegal de los partidos que, durante la operación Manos Limpias en
1992-93, haría saltar por lo aires todo el sistema político italiano.
En el
Parlamento Cicciolina no fue Cavour,
pero hay que admitir que ha habido parlamentarios peores. Aunque sus
obligaciones profesionales, a las que no renunció, le impidieran a menudo
participar en los trabajos del aula, dejó para el recuerdo siete propuestas de
ley (se las escribía un abogado al que pasaba la mitad del sueldo): la reforma
del delito de obscenidad; una suavización de la restrictiva normativa, vigente
desde 1958, que declaraba ilegales las casas de prostitución; la introducción
de la educación sexual en las escuelas; la introducción de medidas para mejorar
las relaciones afectivas de los presos (propuesta basada en algunas
experiencias en países escandinavos); la propuesta de introducción de un tasa
ecológica que gravase sobre los efectos contaminantes de los automóviles; la
regulación de la vivisección y, la más recordada de sus propuestas, la creación
de “parques del amor”, áreas de tolerancia donde practicar con libertad
actividades sexuales, incluida la prostitución.
Dejó además
60 interrogaciones escritas al gobierno, que incluían una gran variedad de temas:
desde los objetores de conciencia a la confiscación de vídeos porno, desde la
protección de las tortugas marinas hasta la distribución de jeringuillas
monouso, desde intentos de prohibir la minifalda en algunas escuelas a la pesca
de tiburones en el Adriático. También hizo sus pinitos en política
internacional: en septiembre de 1990, poco antes de la Guerra del Golfo, se
ofreció a Saddam Hussein a cambio de la paz en Oriente Medio.
Saddam no aceptó la oferta y, libros de historia en mano, podemos decir que no
fue una buena decisión.
En los cinco
años que duró la legislatura tomó la palabra en el aula siete veces. Esta es la
transcripción estenográfica de su primera intervención, con la que convirtió el
debate sobre la hora de religión en las escuelas en un sainete:
STALLER,
ELENA ANNA: Honorables cicciolinos,
si muchos de los diputados guarretes que están entre nosotros hubieran
estudiado el Cantar de los cantares, serían más honestos y más buenos…
[murmullos]
PRESIDENTE
(el democrata-cristiano Vito Lattanzio): ¡Diputada Staller, haga el favor de
usar términos adecuados para el debate parlamentario!
STALLER,
ELENA ANNA: Pido disculpas, presidente… Sean ustedes sinceros, cicciolinos diputados, cuando echan un polvete…
PRESIDENTE:
¡Diputada Staller!
STALLER,
ELENA ANNA: Pido disculpas, después de echar un polvete, son menos agresivos,
menos malos, más parecidos a los angelitos… No se ofenda, cicciolino Galloni…
En cambio,
durante el debate sobre el proyecto de ley contra la violencia sexual, sus
palabras sonaron dignas y sinceras: “Honorables diputados, yo concedo mi
cuerpo a todo y a todos, pero nadie puede rozarme siquiera con un dedo si yo no
lo quiero. ¡Nadie! Soy yo quien decide, porque nadie puede imaginar mejor que
yo cuán repugnante puede ser el sexo impuesto por la fuerza. Es por esto por lo
que siento la necesidad de decir que el Estado debe hacer todo lo posible para
impedir que la violencia ensucie la sexualidad.”
Donde
Cicciolina sí dejó una huella profunda y un montón de jurisprudencia fue en la
Junta de autorizaciones judiciales, pequeño órgano parlamentario encargado de
decidir en qué casos los diputados, a pesar de su condición de aforados, deben
ser procesados. Durante esa legislatura la Junta tuvo que lidiar con los
centenares de denuncias que llegaban desde la provincia italiana, desde
dondequiera que hubiera gentes preocupadas por el decoro y una discoteca o una
sala de fiestas en la que Cicciolina se hubiera exhibido. Los informes con los
que la Junta comunicaba sus decisiones eran a menudo verdaderas obras maestras
del humor involuntario, con hilarantes enumeraciones de las obscenidades dichas
o realizadas por la diputada Staller. Al final los miembros de la junta, tras
sesudas y a veces encendidas discusiones jurídicas, acabaron estableciendo una
especie de doctrina Cicciolina: cuando las obscenidades se habían producido en
sitios en los que el público había pagado entrada, valía la inmunidad
parlamentaria, en cambio, cuando se habían producido en lugar público, y en
especial con la presencia de menores, se concedía la autorización para que la
autoridad judicial procediera.
Pero lo
cierto es que la carrera parlamentaria de Cicciolina fue perdiendo fuerza a lo
largo de la legislatura. Como todos los chistes perdió gracia rápidamente. Incluso
dentro de el mismo Partido Radical muchos empezaron a reprocharle sus numerosas
ausencias en el parlamento y su falta de seriedad. Como si se hubieran acabado
de dar cuenta de quién era y qué hacía Cicciolina. Era un cuerpo extraño en el
partido y el parlamento, y como tal la fueron expulsando poco a poco, como la
piel expulsa la astilla. Un año antes de las elecciones de 1992 ya estaba claro
que ni el Partido Radical la quería ni ella tenía interés alguno en continuar.
Entonces Riccardo Schicchi se sacó de la manga un partido para Cicciolina: el
Partido del Amor. Pero Ilona se había cansado de la política. Estaba enamorada
de Jeff Koons,
un escultor americano con querencia por el kitsch. Se casó con él ese mismo año
y a los pocos meses tuvieron un hijo. Esa historia no acabó bien, Cicciolina
acabará huyendo de los EE.UU. con el hijo. Seguiran demandas y años de pleitos.
Pero esa es otra historia. La cuestión en 1991 es que Cicciolina no tiene
ningún interés en participar en la operación del Partido del Amor. Incluso
exige que su cara desaparezca del símbolo. De manera que Schicchi intenta
sustituirla con Moana Pozzi, otra de sus creaciones, la co-protagonista del
épico Cicciolina y Moana en
el Mundial.
La elección
de Cicciolina en 1987 quizá fue una luz de alarma, una respuesta pueril e
irreverente del electorado italiano frente al gatopardismo exasperado de la
segunda república italiana. Como un pedete en medio de la clase. En esa
legislatura se sucedieron 5 gobiernos, con 4 presidentes diferentes, todos ellos
demócrata-cristianos. Los gobiernos se hacían y se deshacían en los pasillos
del parlamento, con complicados equilibrios entre partidos y corrientes
internas. Mientras tanto, la corrupción era ya una de las mayores fuentes de
financiación de los partidos. A principios de 1992, pocos meses antes de las
elecciones a las que Cicciolina ya no concurrirá, empiezan a llegar desde Milán
noticias inquietantes. Se habla de un empresario detenido in fraganti pagando
sobornos, dice que iban dirigidos a algunos políticos. Un oscuro juez llamado Antonio Di Pietro está tirando de la manta y muchos
empiezan a ponerse nerviosos. En las elecciones de abril, el Partido del Amor
de Schicchi y Moana consigue apenas 20.000 votos en todo el país. Los electores
han decido volver a la seriedad, votar con responsabilidad y renovar su
confianza a los partidos políticos, a la democracia cristiana y a los
socialistas. Sin embargo, a lo largo de ese año 1992, Di Pietro y otros jueces
milaneses siguen tirando de la manta, hasta descubrir un verdadero sistema de
corrupción con ramificaciones en prácticamente todos los ámbitos de la
política. Antes de que termine 1993 los dos partidos centrales de la política
italiana, el PSI y la Democracia Cristiana habrán saltado literalmente por los
aires. El ex-primer ministro Craxi es detenido en un hotel de Milán. Mientras
la policía se lo lleva esposado sujeto al escarnio de una multitud enfurecida
que le tira monedas. Es el fin de la segunda república italiana. Quién sabe si
mientras todo se hundía alguien echó de menos a Cicciolina, que no les robaba y
al menos les enseñaba las teticas.
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