lunes, 5 de marzo de 2018

Pensar la pornografía - Ruwen Ogien




Prefacio:
Filósofos y pornógrafos

¿Qué distingue las imágenes llamadas «pornográficas » de todas esas representaciones explícitas de órganos o de actos sexuales que se encuentran en las guías conyugales, los manuales para comadronas, los libros de arte, los documentales científicos o las enciclopedias médicas? ¿Existen razones válidas para oponer «pornografía» a «erotismo»? ¿Es la pornografía necesariamente «obscena»? ¿Qué significa exactamente «obsceno»?


En general, ¿a qué puede aplicarse el adjetivo «pornográfico »? ¿Un sueño puede resultar «pornográfico»? ¿Pueden existir recuerdos «pornográficos»? ¿Las relaciones sexuales, los accesorios sexuales, los órganos genitales pueden ser «pornográficos» o sólo debe reservarse el adjetivo «pornográfico» a su representación escrita, filmada, fotografiada, dibujada, etc.?

¿Quién consume pornografía? ¿Quién desaprueba la pornografía? ¿Los que la desaprueban son los mismos que no la consumen? ¿Cómo es posible que la pornografía se desapruebe masivamente, incluso en aquellos países en los que se consume masivamente? ¿La producción de pornografía visual está necesariamente vinculada a relaciones de trabajo degradante, a condiciones de sobreexplotación? ¿Una producción que respete las normas más progresistas en materia de relaciones y de condiciones de trabajo resulta verdaderamente inconcebible? ¿Por qué la desaprobación de las condiciones de producción de la pornografía desemboca la mayoría de las veces en la condena de la pornografía y no en la reivindicación de mejores condiciones laborales para los trabajadores y las trabajadoras de esta industria? ¿Cómo es posible que, en países democráticos, la mayoría de edad sexual y la edad autorizada para ver las películas llamadas «pornográficas» no coincidan? ¿Cómo es posible que en países democráticos un menor de 13 años se considere lo bastante mayor para ir a prisión pero demasiado joven para ver las llamadas películas «pornográficas»? ¿Cómo se concibe que cuantas menos prohibiciones relativas a los comportamientos sexuales hay (prácticamente no hay Estados democráticos donde la sodomía, la felación, las relaciones con más de una pareja, la sexualidad precoz -homosexual o heterosexual- se prohíban legalmente o se desaprueben moralmente), más problemas parece suscitar su representación?

¿Existen razones válidas para no aprobar la fijación de imágenes o de textos considerados «pornográficos» en el espacio público (quioscos, emplazamientos publicitarios,
etc.), para no aprobar el consumo privado de pornografía para adultos, para desaprobar la exposición de los más jóvenes a la pornografía? ¿Resulta realmente imposible hallar razones para promover la pornografía? ¿Cómo puede acusarse a la pornografía de ser simultáneamente peligrosa, repugnante y aburrida, es decir, insignificante y amenazadora a la vez?2

La pornografía plantea toda suerte de problemas económicos, sociológicos, psicológicos o jurídicos que escapan, en principio, a la competencia de los filósofos, pero también algunos problemas conceptuales, epistemológicos o morales que aquéllos podrían contribuir a clarificar. Con todo, es necesario reconocer que nunca han hecho gala de un gran entusiasmo por abordarlos públicamente. Dado el oprobio que, siempre y casi por doquier, mancilla a los pornógrafos, ciertamente es mejor no dejar que los demás crean que se forma parte de la corporación o, simplemente, que se siente interés por el tema. De un país a otro existen, sin embargo, diferencias respecto al lugar que ocupa la pornografía como tema digno de atención filosófica. En Estados Unidos, y de forma más general en los llamados países «anglosajones», discutir sobre la pornografía se ha convertido en una industria, y el tema se ha situado en el orden del día de toda reflexión acerca de la «diferencia sexual» realizada por las más importantes intelectuales feministas.) Ha resultado fatal que los filósofos que al principio no estaban personalmente implicados en el debate también hayan acabado interesándose por el tema.

Además, el asunto ha beneficiado incluso a los filósofos que no están especializados en las disciplinas de la sexualidad, el feminismo o la pornografía, ya que personalidades tan unánimemente respetadas como Bernard Williams o Ronald Dworkin no han dudado a la hora de implicarse en la cuestión. El primero ha presidido una comisión gubernamental encargada de arrojar luz sobre el estado de la legislación relativa a la obscenidad y la censura cinematográfica en el Reino Unido.4 El segundo ha defendido públicamente un punto de vista más bien tolerante con respecto a la pornografía que no ha dejado indiferente a nadie, y eso es lo menos que puede decirse.5

En Francia, la influencia liberadora de Michel Foucault en todo aquello que concierne a la investigación de la sexualidad no ha bastado para hacer del tema algo filosóficamente respetable, tal como lamenta el autor de la única tesis en lengua francesa (hasta donde yo sé) escrita sobre la cuestión.6

No obstante, las cosas van evolucionando. Puesto que recientemente se ha otorgado a la pornografía el dudoso privilegio de ser un «problema social» con el mismo rango que el alcoholismo, el paro o la seguridad viaria, algunos filósofos, que jamás se habían interesado seriamente por el tema, han descubierto su vocación en discutir sobre ello (he de reconocer que ése es mi caso).

A semejanza de lo que sucedió al otro lado del Canal hace veinte años, en Francia ·se ha confiado recientemente a un miembro de la comunidad de filósofos la presidencia de una comisión gubernamental con el cometido de evaluar los efectos de los programas televisivos «de carácter violento o pornográfico»J Aunque el informe haya quedado sepultado inmediatamente después de presentarse (para gran satisfacción de todos los comanditarios y los miembros de la comisión, según parece), 8 nada indica que este tipo de experiencia no vaya a repetirse y que, de un modo más general, los filósofos no sigan expresando sus opiniones sobre el tema (prestando, en lo sucesivo, un poco más de atención a lo que dicen).9 Sea lo que sea la pornografía, los debates públicos que suscita presentan dos rasgos bastante llamativos:

1. En Francia, los debates giran en torno al tema de la «protección de la juventud». En Estados Unidos el centro del debate se sitúa en la «degradación de la mujer». Algunos opinan que este contraste en realidad opone dos tradiciones nacionales. lO En Francia, país de la república laica una e indivisible, una causa no puede tener justificación pública más que cuando se la defiende en nombre de razones universales.

En Estados Unidos, país de los lobbies y de las «comunidades», una causa puede tener justificación pública si se defiende en nombre de razones categoriales. Este contraste permitiría explicar por qué en Francia, mientras la pornografía se atacó en nombre de razones categoriales, es decir, de razones propias de comunidades particulares (feministas que denuncian la imagen degradante de las mujeres, asociaciones que denuncian el ataque a los valores cristianos), no hubo «escándalo público», no hubo «problema social». El ataque no iba a causar impacto público más que en el momento en que se hiciera en nombre de la «protección de la juventud», esto es, de una razón universal, que no es propia de una comunidad particular.

Sin embargo, resultaría falso decir que en Estados Unidos una causa puede defenderse públicamente sólo por razones categoriales. Como en cualquier otra parte, para tener posibilidades de ser reconocida como una causa moral o política digna de tal nombre, es necesario que se comprenda como una causa que todo el mundo podría tener razones para aprobar. Ése es, evidentemente, el caso de la «degradación de las mujeres». Aunque entre Francia y Estados Unidos puede haber diferencias en cuanto al modo de abordar el tema de la pornografía y en cuanto a la resonancia pública que tiene dicho tema, no es el cliché del contraste «universalismo francés-comunitarismo americano» lo que permitirá explicarlas. De hecho, más o menos en todas partes, los conservadores son quienes tradicionalmente explotan el argumento de la «protección de la juventud», y los progresistas el de la «degradación de la mujer». Todo cuanto puede decirse a propósito del contraste entre Francia y
Estados Unidos es que desde la primera campaña contra la pornografía en Francia11 ha sido, curiosamente, la izquierda llamada «progresista» la que se ha apoderado del tema de la «protección de la juventud», por el que la opinión pública se muestra manifiestamente más sensible. Al no tener los conservadores ninguna buena razón para abandonar uno de sus temas más populares, se ha instalado un clima de unanimidad bastante deprimente, y una de sus primeras víctimas ha sido, sin duda, la reflexión crítica sobre esta cuestión.

2. Cuando el debate público se orienta en torno al asunto de la «degradación de la mujer», se produce en un clima intelectual distinto, aunque no menos deprimente. Tal y como ya suele decirse, empleando una metáfora que, si bien se mira, resulta bastante apropiada, existe una especie de «guerra civil» entre distintas corrientes feministas en relación con la pornografía. Los conservadores piensan, por lo general, que la pornografía es un veneno subversivo causante de la ruina del orden familiar y social tradicional, que arranca a las mujeres de sus fogones enviándolas a las aleobas. 12 Pero, para algunas feministas, la verdad es justamente lo contrario.

La difusión masiva de pornografía favorece un clima de odio y de violencia hacia las mujeres, cuyo reaccionario objetivo apenas oculto es «volverlas a poner en su sitio», castigarlas, de algún modo, por las libertades que han adquirido. Es un instrumento pérfido, insidioso, para mantener el orden familiar y social o, más exactamente, para volver a ese orden familiar y social tradicional en el que las mujeres son tratadas como seres inferiores destinados a satisfacer las necesidades de los hombres Y esta visión catastrofista de las cosas se encuentra lejos de crear unanimidad entre las feministas.

Algunas continúan creyendo que la intuición de los conservadores era la buena: la pornografía es subversiva con relación al orden sexual o familiar tradicional. Ésta ridiculiza la sexualidad conyugal, sentimental y procreadora secular; incita al descubrimiento de los' deseos, valoriza el placer, el reconocimiento de prácticas sexuales minoritarias, etc. 14

Entre ambos bandos, entre aquellos ningún participante de este debate tan acalorado, ya sea en pro o en contra de la pornografía, le apetece pensar que ésta carece de toda importancia. De hecho, este clima intelectual desfavorable (unanimidad para la «protección de la mujer», guerra civil para la «degradación de la mujer») no tiene nada de excepcional. Se podría decir que todas las discusiones de ética aplicada se producen en un clima intelectual desfavorable (piénsese en la clonación, en la adopción de hijos por parejas homosexuales, en la prostitución, etc.).

Evidentemente, ello no debe impedirnos intentar analizar estos temas. Eso es lo que me propongo hacer con la pornografía. Analizar la pornografía no sólo significa evaluar las definiciones del término, es decir, tratar cuestiones puramente conceptuales. También implica examinar las diferentes  tomas de posición políticas y morales en torno a este tema, esto es, tratar cuestiones normativas. Examinar estas cuestiones normativas no significa, por supuesto, evitar discutirlas. Y discutirlas no significa, evidentemente, permanecer neutral.

Considero que la habitual distinción entre lo que se da en llamar «documento de carácter sexual», «erotismo » y «pornografía» posiblemente posee algunas buenas justificaciones estéticas, jurídicas, políticas o sociales, pero ningún valor moral.

Para presentar mi idea de un modo sencillo, diré que probablemente entre los llamados filmes «eróticos », que excluyen los primeros planos de órganos sexuales en erección y las penetraciones, y los llamados filmes «pornográficos», que multiplican esas escenas sin justificación narrativa, existen todo tipo de diferencias de forma estética y de aceptación social en un determinado momento.16 Pero en mi opinión resultaría absurdo sostener que entre la representación de un pene en reposo y la de un pene erecto, entre las escenas de carácter explícitamente sexual filmadas de cerca bajo la brutal luz de los focos y las escenas de carácter explícitamente sexual filmadas de lejos con un débil halo de luz, existe una diferencia moral.

Para situar mi punto de vista en el debate filósófico presente, necesito, qué duda cabe, precisar un poco. Entre los filósofos que se interesan por la pornografía, ninguno, que yo sepa, es retrógrado, puritano o mojigato hasta el punto de estimar que deberían prohibirse absolutamente todas las representaciones sexuales (incluidas las ilustraciones anatómicas y los desnudos «artísticos»).

Pero algunos de esos filósofos proponen, en cambio, diferenciar dichas representaciones según criterios que yo denomino «morales». De éstas, las más crudas, las más explícitas, las llamadas «pornográficas», son injustas, degradantes, etc. En consecuencia, plantean, según dicen, un problema moral. En contrapartida, las menos crudas, las menos explícitas, las llamadas «eróticas», no plantean ningún problema de esta naturaleza. 17

Lo que quiero decir con que «no hay diferencia moral entre las representaciones sexuales que son crudas y explícitas y las que no lo son» es que rechazo el modo de ver de esos filósofos.

De hecho, estoy convencido de que las razones por las cuales pensamos que el erotismo no suscita un problema moral, si se analizaran (si se comprendieran mejor), podrían llevarnos a reconocer que la pornografía tampoco lo plantea en mayor medida. 18

A partir de esta intuición, reforzada por la frecuentación, en ocasiones penosa, de una literatura bastante hipócrita contra la pornografía, he construido mi posición general. En mi opinión, la pornografía no amenaza ninguno de los principios de eso que denomino ética mínima.

Considero, por tanto, que no hay ninguna razón moral, en el sentido de la ética mínima, para desaprobar la pornografía.
Pero ¿qué es la ética mínima?


1. Linda Nead, The Female Nude. Art, Obscenity and Sexualit
y, Londres, Routledge, 1994, págs. 105-106. Conviene distinguir
esta cuestión vinculada a la representación de la actividad
sexual de otra muy próxima, ligada exclusivamente a los comportamientos
sexuales: ¿por qué está legalmente prohibido y so
socialmente reprobado mantener relaciones sexuales en público y
no está legalmente prohibido y socialmente reprobado manteo
nerlas en privado?
2. Bemard Arcand, Le Jaguar et le Tamanoir. Anthropologie
de la pornographie, Quebec, BoréallSeuil, 1991, págs. 163-164,
inspirándose en una nota de Murray S. Davis, Smut, Erotic Reality/
Obscene Ideology, Chicago, Chicago University Press, 1983,
pág. 280.
3. Drucilla Cornell, Feminism and Pornography, Oxford,
Oxford University Press, 2000.
4. Home Office, Report 01 the Committee on Obscenity and
Film Censorship, Londres, Her Majesty's Stationery Office,
1979.
5. Véase, en particular, el intercambio de argumentos, así
como de insultos, entre Catharine MacKinnon y Ronald Dworkin:
«Pornography: An Exchange» ,New York Review olBooks,
3 de marzo de 1994. Ronald Dworkin ha desarrollado sus ideas
en: «Existe-t-il un droit a la pornographie?», Une question de
principe (1985), París, PUF, 1996, págs. 417-465; «Liberté et
pornographie», Esprit, n° 10,1991, págs. 97-107.
6. Norbert Campagna, La pornographie, l' éthique, le droi!,
París, L'Harmattan, 1998.
7. La violenee a la télévision, Informe de Madame Blandine
Kriegel a M. Jean-Jacques Aillagon, ministro de Cultura y Comunicación,
14 de noviembre de 2002. Publicado en PUF con el
mismo título, col. «Quadrige», 2003.
8. Al menos eso se desprende de las primeras declaraciones
del ministro de Cultura y Comunicación en el momento de la recepción
del infonne, y de una encuesta sobre el trabajo de la comisión
a sus miembros, realizada por Le Monde (27 de diciem
bre). Desde entonces, las cosas parecen haber evolucionado favorablemente
al Informe, bajo la presión, entre otros, de un grupo
de diputados derechistas (Le Monde, 11 de enero de 2003).
Véase el capítulo 7.
9. Los lectores más indulgentes del Informe no han acabado
de comprender que una comisión delegada para la televisión
acabara proponiendo medidas para el cine, sin haber consultado
a los expertos sobre esta última materia (Libération, 15 de noviembre
de 2002).
10. Véase la crítica de este punto de vista realizada por Éric
Fassin, Les Inrockuptibles, 7 -13 de agosto de 2002.
11. Iniciada por la núnistra socialista Ségolene Royal en 2001.
Continuada en la primavera de 2000 por Dominique Baudis, pre
sidente del Consejo Superior del Audiovisual, de adscripción derechista.
Mantenida por Christine Boutin, infatigable perseguidora
del vicio, que presenta, a fmales de julio de 2002, una proposición
de ley encaminada a prohibir la difusión de las llamadas películas
pornográficas en la televisión con el apoyo de un centenar de di·
putados de derechas. Siempre de actualidad: una proposición de
ley que aspira a proteger a los menores frente a los «peligros de la
violencia y de la pornografía», presentada por tres diputados de
derechas algo más moderados (en apariencia) que Christine Boutin,
se examinó el 12 de diciembre de 2002, pero tras cuatro horas
de debate seguía sin estar lista para ser votada. Desde entonces sigue
en la orden del día un proyecto de decreto gubernamental para
cortar el paso a la iniciativa parlamentaria (Le Canard enchainé,
8 de enero de 2003; Le Monde, 11 de enero de 2003).
12. Fred Berger, «Pornography, Sex and Censorship», Social
Theory and Prac/ice, vol. 4, n° 2, 1977, págs. 183-209; Walter
Berns, «Beyond the (Garbage) Pale, or Democracy, Censorship
and the Arts», en Ray C. Rist, The Pornography Controversy, New
Brunswick, Nueva Jersey, Transaction Books, 1975, págs. 40-63.
13. Laura Lederer (comp.), L'envers de la nuit. Lesfemmes
con/re la pornographie (1980), Quebec, Éditions du Remue-Ménage,
1983.
14. Id., Wendy McEllroy, XXX, A Woman's Right to Pronography,
Nueva York, St. Martin's Press, 1995; Alan Soble, Por
16. La forma más escueta (y probablemente la más citada) de
caracterizar estas diferencias es la que empleó, muy profesionalmente,
una vieja estrella de este género, Gloria Leonard: «La única
diferencia entre la pornografía y el erotismo es la iluminación».
17 . Véase Hélene Longino, «Pomographie, oppressíon, liberté;
en y regardant de plus pres ... », en Lederer (comp.), op. cit.,
1983, págs. 41-56. La exposición más clara de esta idea se encuentra
en el ensayo de la escritora Gloria Steínem, «Erotica
and Pornography. A Clear and Present Dífference», en Susan
Dwyer (comp.), The Problem ofPornography, Belmont, California,
Wadsworth Publishing Company, 1994, págs. 29-34.
18. Esta posición estaba bastante extendida, según parece,
entre los defensores «na"ifs» de las libertades sexuales de comienzos
del siglo pasado. Véase, por ejemplo, Bertrand Russell,
op. cit. Agradezco a Frédéric Nef que llamara mi atención sobre
este texto, que personalmente nunca se me hubiera ocurrido
consultar, a buen seguro debido a todo tipo de prejuicios con
respecto a la calidad de los .juicios morales de Russell. De hecho,
el texto me ha parecido destacable. Incluso me he deprimido ante
la actualidad y la audacia de sus conclusiones: «Por ello, aunque
no espero contar con un amplio sufragio, estoy firmemente
convencido de que no se necesitan leyes sobre las publicaciones
obscenas» (pág. 105). ¿Habrá que vivir condenado a repetir indefinidamente
los excelentes argumentos contenidos en este libro,
sin la esperanza de que algún día sean aceptados?

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