Este relato forma parte del libro El placer de las curvas y otros relatos pecaminosos de Noa Xireau (Compiladora)
Xavi se entretenía durante las largas horas de trabajo bajo
el sol veraniego comparando las bellezas anatómicas de las mujeres que pasaban
por su puesto con la fruta que vendía en este. Era algo que había aprendido a
hacer desde chico, cuando acompañaba a su tío Abdiel, el electricista, el que
le conversaba de lo lindas que son las mujeres y le iba descubriendo, a veces
en metáforas y otras en palabras subidas de tono, cada una de las partes
agraciadas del género femenino. El tío Abdiel disfrutaba por igual a todas las
mujeres que cruzaban su camino cada día, y es que eran muchas y estaban todas
tan guapas que había que piropearlas, decirles cosas lindas, buscarles la
lengua, que según él era la entrada al resto de ese parque paradisiaco que son
la mujeres. «Xavi», le decía cuando terminaban de hacer una reparación y salían
contentos y bien servidos de algún apartamento en donde la doña se desvivió por
hacerles sentir cómodos, «no hay mujer fea, sino hombre que no sabe encontrar
sus atractivos. A veces están allí encimita», decía gesticulando con las manos,
como si estuviese agarrando algo en el aire, «a veces, hay que buscarlos más
adentrito», continuaba y se reía de sus propias palabras.
Desde atrás del carromato convertido en frutería ambulante,
y camuflado por escalones de estantes abultados con frutas de la estación, Xavi
se la pasaba mirando a las muchachas del pueblo yendo y viniendo por las calles
aledañas. Admiraba sus redondeces, estratégicamente aupadas dentro de la ropa
interior, que él imaginaba de encaje blanco, que las ajustaba y delineaba. Se
veía pasando sus dedos cerca de sus culotes, dejando ir con calculada pericia
el broche de sus sujetadores. Imaginaba su mano fragante de mandarina subiendo
por entre las piernas torneadas de esas mujeres esculpidas por el recio trabajo
en el puerto cercano. En su mente se veía cabalgando las trabajadas hendiduras
de las hembras de pelo largo, grueso, oscuro como la noche, negro como sus
intenciones, incursionando con el fruto de su musa paradisiaca, saciándolas con
esa leche con sabor a piña que solo él podía ofrecer. Casi podía sentir el
vaivén de sus curvas encima de su pecho, el regalo de ese olor a manzana verde,
el sabor del mango en aquel delicioso monte y la pulposidad ilimitada del lulo
bajo su lengua adicta.
Una tarde sudorosa, Xavi seguía con la mirada a una joven de
proporciones esculturales mientras pelaba con nerviosismo una naranja jugosa.
El olor cítrico se expandía sobre su puesto, refrescándolo de aquel infernal
calentamiento de media tarde vacía de gente en las calles, cuando perdió de
vista a la joven. Volvió a la piel que desvestía sobre sus manos y a la carne
sabrosa que colocaba entre sus labios primero para chupar el zumo cuando se
encontró con que la mujer, viendo cómo se puso al divisarla, había decidido
cruzar la calle y darle el encuentro.
—Me llamo Maya… ¿y tú? —le dijo mientras tocaba la fruta.
Xavi quedó estupefacto. En su realidad las mujeres no le
hablaban así como así. No atinó a responder. Lo único que hizo fue bajar la
mirada y dejarla estancada en el ruedo del vestido veraniego de Maya.
—Recién nos mudamos para este pueblo y como siempre te veo
en la esquina, me animé a pasar a saludar —confesó y lo miró con esa inocencia
adorable de quien está irremediablemente perdida.
—Xavi… —murmuró con la vista todavía en el vestido.
De pronto el sol se movió en el cielo y ahora le pegaba por
atrás a Maya, haciendo que su vestido se volviese transparente. Xavi sonrió al
ver la braga de encaje blanco y el corpiño con broche delantero.
—Xavi… —repitió Maya mientras deslizaba sus manos por entre
la fruta.
A Xavi no le gustaba que le metiesen la mano a su fruta, pero en esa
ocasión se imaginó que Maya lo tocaba a él—. No sé qué me provoca, Xavi, Xavi,
Xavi…
Xavi sintió una punzada fortísima bajo el pantalón y luego
la erección inevitable. Para tratar de distraer a su camarada de fantasías
escogió las primeras dos frutas que encontró a la mano y se dispuso a
explicarle a la joven todo lo que sabía acerca de ellas.
No dijo más que cuatro palabras cuando ella se acercó al
tembloroso Xavi y haciéndole un mohín burlón se pasó los dedos por sus carnosos
labios y luego los viajó hasta los de Xavi, quien solo atinaba a mirarla
incrédulo, como si todo estuviera ocurriendo en cámara lenta y él estuviese
viviendo una experiencia fuera de su cuerpo. Maya sonrió cuando colocó sus
dedos húmedos sobre los labios de Xavi. Le excitaba buscar la reacción del
muchacho.
Avanzó hasta que lo tuvo a la distancia ideal.
—¿Te gustan? —preguntó tocándose los redondos senos.
Xavi miró con discreción.
Maya tomó su mano sudorosa y la ubicó en el valle desde
donde crecían esas fabulosas cumbres. Trémulo, Xavi no sabía qué hacer con ese
permiso. Miró hacia las calles que cruzaban frente a su puesto.
—No hay nadie. Todos duermen —susurró Maya moviendo la mano de
Xavi sobre sus pechos—. ¿Te gustan? —repitió casi socarrona.
Xavi hizo un gesto y cerrando los ojos se dejó llevar por el
momento y la mano de Maya. Cuando se dispuso a besarla, ella se separó de él y
sin decir nada se marchó.
***
A la siguiente tarde Maya regresó para encontrarse con un
frutero arrebolado por la espera, la pasión que la muchacha le había despertado
y el calor endemoniado. Esta vez estaba preparado. O eso fue lo que pensó.
Desde lejos la vio venir.
La valentía de macho encabritado se le fue desmoronando con
cada paso que ella daba con sus rotundas piernas que acababan en un esférico
trasero y el movimiento rítmico, casi hipnótico, de las curvas que se
acentuaban en las amplias caderas para luego formar el intenso sendero que iba
desde las entradas de su cintura hasta las cimas y los valles de sus pechos. En
un momento, mientras cruzaba una avenida plena de tráfico, se detuvo y volteó
para gritarle a un conductor que por distraído casi la atropella; fue entonces
que Xavi pudo distinguir la “S” extrema que se formaba al terminar su espalda e
iniciar su bello culo.
—¡Xavi! —llamó Maya terminando de cruzar hasta llegar a la
medianera—. Espérame. No te muevas —continuó mientras caminaba a paso rápido
hacia él.
Xavi la saludó. En lugar de esperarla en la parte de atrás
de su puesto, escondido como siempre por los estantes de fruta, se había parado
frente a este y la admiraba embelesado desde hacía rato. Cada paso de ella era
como un tambor de llamado dentro de él a sus sensaciones más primitivas, cada
movimiento de su cuerpo un estremecimiento del de él. Mientras más cerca se
encontraba Maya a su destino, más le temblaban las piernas a Xavi, más le
flaqueaban los brazos, más le hacía piruetas el corazón, más su mente aullaba
con placer, más sus ojos se enfocaban con lujuria, más su boca salivaba con
anticipación.
Escuchó la risa cristalina de Maya al llegar junto a él.
Todo acerca de ella era tan refrescante como un jugo de piña en pleno verano.
Deseaba probar su sabor, detectar el dulce y el ácido, y gustarlo por una
eternidad en su paladar. Anhelaba pasearse por esa selva alegre que imaginaba
su cuerpo y catar lo exótico en su pulpa tropical.
—¿Me extrañaste? —preguntó mientras pasaba su mano de mujer
apetecida por encima de los plátanos que colgaban de la esquina del carromato,
su cabello suelto ondeando libre.
—A ti te gusta encender el fuego pero no quieres quemarte,
¿no? —respondió serio y se acercó a ella.
—¿Cómo? —contestó inocente pero dejó que sus tibios dedos
caminaran por los de la mano del frutero.
Xavi la envolvió con la mirada. Deseaba su olor forastero
entre sus brazos, sus zumos bañándole el torso, las olas de su cuerpo
meciéndose bajo el mástil de su barco. Ya no era el momento de quitarse la
excitación partiendo un maracuyá para distraerse con la exhalación fragante de
sus entrañas. Ni tendría el tiempo de irse al baño para follarse una
papaya como hacía cuando las ganas por las mujeres que
pasaban por su puesto lo dejaban al borde de la locura.
—Ven acá —le susurró al tiempo que lo empujaba hacia atrás y
lo besaba en la boca.
Xavi se sintió transportado apenas sintió los labios gruesos
de Maya sobre los suyos. Ella succionaba y tiraba de su lengua con gusto. De
rato en rato pasaba su lengua por la parte de afuera de sus labios y luego
recorría parte de su rostro, hasta llegar al lóbulo de la oreja e introducirla
lentamente en ese espacio con la clara intención de estimular sus zonas
erógenas.
En un momento en que los dos habían pausado para tomar aire,
Maya preguntó qué había en el local detrás de ellos.
—Nada. Es un viejo almacén —contestó Xavi y se lanzó a
mordisquearle la oreja y pasar sus manos por la nuca de la muchacha, haciéndola
gemir quedito.
—¿Tienes la llave? —preguntó Maya.
—¿La llave? —jadeó Xavi, tratando de encontrar la mejor
manera de pasar a tocarle ese trasero que lo tenía trastornado.
Maya empezó a temblar y le preguntó por la llave de nuevo.
Una chispa de lucidez destelló en el cerebro de Xavi:
—Claro que tengo la llave. El dueño me deja guardar fruta
adentro.
—Búscala y abre. Apúrate —suplicó Maya pegándose a él para
que sintiese su cuerpo casi desnudo bajo esa fina telita de vestido de verano.
Luego de varios intentos para abrir, pues la mano le
temblaba a Xavi de la antelación, los jóvenes ingresaron a un local oscuro.
Xavi la abrazó con excitación y la extendió sobre una góndola refrigerada
repleta de fruta. Una mezcla con los olores predilectos del muchacho surgió de
entre esa masa de cuerpos y fruta en que se convirtió el estante inclinado,
precisamente posicionado para hacer el amor. No tenía suficientes manos para
tocar en un solo repase todos los atractivos de Maya, así que se conformó con
avanzar de frontera a frontera, iniciando en el redondel del vestido y luego
subiendo por todas las maravillas que Maya ofrecía y a las que se aprestó a
visitar con curiosidad de niño en parque de atracciones.
Pronto los dos estaban ya perreando con gran energía encima
de la fruta. Xavi se animó a voltearla y Maya se dejó. Él sonrió. Sería la
primera vez que se enfrentaba a un verdadero culo de mujer. El muchacho tocó su
espada, se aseguró que estaba en su punto y enfiló hacia la puerta redondita en
medio de los dos balones paraditos. Maya se agarró de los lados de la góndola y
respingó su cuerpo para recibir a Xavi.
¡ZAS! La pértiga le dio de una sola al objetivo y penetró
con perfecta distinción. Xavi se felicitó mentalmente por la destreza casi
profesional y arrancó a meter y sacar con fuerza. De pronto escuchó a Maya
gritando: «Allí, Allí, Allí». Y él con más ganas le daba al sable, entrando y
saliendo, saliendo y entrando, entrando y saliendo. Y Maya que gritaba más
fuerte: «ALLÍ, ALLÍ ALLÍ». Y Xavi que con toda su fuerza la penetraba.
Hasta que un momento la muchacha se zafó y cayendo en el
suelo, al tiempo que varias piñas caían a su costado, le dijo:
—¡Bruto! ¿No me escuchas diciendo: «Ay, Ay, Ay»?
—Pues yo pensé que decías: «Allí, Allí, Allí» —contestó
abochornado y apresurado buscó su ropa para vestirse y salir del local lo más
rápido posible.
Al verlo tan avergonzado, Maya se le acercó y sensualmente
le quitó cada una de las prendas de sus manos y arrodillándose frente a él le
pidió perdón y luego le dijo algo que a Xavi nunca se le olvidará:
—Enséñame cómo chupártela para excitarte al máximo.
***
Desde esa primera tarde, Xavi se convirtió en el maestro de
Maya. Bueno, así le bautizó ella. Maya siempre le venía con las cosas más
inusuales y le pedía que le enseñara cómo hacerlas. A veces Xavi tenía que buscar
cómo instruirse en el tema y le aplazaba la clase hasta el día siguiente. Cada
encuentro estrenaban algún nuevo movimiento, como la vez que Maya le pidió que
se lo hiciera de cabeza y Xaxi no encontraba cómo agarrarla en posición para
que no se le cayese y cogerla de una manera tan incómoda, tanto que la mitad de
las veces el pobre se terminó follando a la mitad de las frutas, pero igual las
lavó y las vendió. O aquel día en que Maya trajo un bolsón repleto de juguetes
sexuales y le hizo probar todos y cada uno de ellos hasta que las baterías se
murieron de un gran estertor mientras Maya chillaba del placer de los múltiples
orgasmos logrados. Pero lo más extraño sucedió cuando Maya se apareció con una
mujer mayor.
—¿Este es él? —preguntó la mujer sin siquiera saludarlo y
empezó a medirlo con la mirada. Incomodándolo cuando se acercaba para verlo
mejor, como si se tratase de un espécimen a la venta.
Xavi fue a preguntar qué estaba sucediendo pero Maya lo
calló poniéndole el dedo en la boca. Ella parecía más interesada en ese momento
en lo que la mujer tenía para decir.
Después de unas vueltas la mujer se detuvo y suspiró.
Maya se acercó y le preguntó en susurros:
—¿Y? ¿Qué te parece?
—No es lo mejor que he visto en mi vida, pero tendrá que
ser… ¿Qué sabe hacer?
—De todo, casi. ¿Lo quieres probar?
La mujer suspiró de nuevo y asintió.
Maya se acercó a Xavi y lo acarició de arriba abajo. Él
quiso renegar por lo que acababa de suceder y porque la mujer seguía parada
mirándolos, pero Maya no se lo permitió, lo tomó entre sus manos y lo besó,
dejándole gustar su lengua movediza por un largo rato.
Ya Maya lo tendía sobre una cama de suaves plátanos cuando
Xavi sintió algo fuera de lugar, era la boca de aquella otra mujer. Xavi
intentó quejarse pero solo un gemidito salió de su garganta. Trató también de
retirarse pero aquellas caricias lo enloquecían. Era Maya tocándole por todo el
cuerpo y esa extraña colocando su grueso falo en su boca diestra para mimarlo
con la lengua y los labios, metiéndolo y sacándolo cada vez con mayor rapidez y
mirándolo sensual mientras se lo hacía hasta que el muchacho no pudo más y
explotó en la boca y la cara de esa mujer que parecía estar pasándola de lo más
bien.
—No está mal… —dijo la mujer mientras se lamía los labios—.
¿Me parece o esto sabe a piña? Tendrá que revelar su secreto…
—Te dije… Ya viste… —dijo Maya entusiasmada.
Recuperando su aliento, pero todavía algo erecto, Xavi
preguntó:
—¿Qué fue esto?
Las mujeres se miraron. La mayor sonrió e hizo un gesto,
como dándole permiso a Maya para hablar.
—Esto podría ser tu vida, si te dejas, cariño.
—No entiendo. ¿Para hacerlo contigo, tengo que hacerlo con
ella?
—¿Te gusto o no?
Xavi asintió.
—Entonces, no te hagas el mojigato.
—¿Podrías conseguir otros amigos para hacerlo?
—¿Más hombres? ¿Cuántos? ¿Cuántos hombres necesitan para
satisfacerlas?
Maya y la mujer se echaron a reír.
—No para nosotras solitas, tontín. Esta es mi mamá. Se ha
retirado de madame pero está aburrida. En los pueblos las mujeres andan
aburridas sexualmente y por eso los hombres van a los burdeles… ¿Sí? ¿Qué tal
si hacemos un lugar en donde las mujeres vengan a pasársela bien con otros
hombres y a la vez a aprender cómo se hace un buen oral, un culeo, un beso francés…
Xavi la miraba sorprendido pero no podía dejar de pensar en
lo rico que lo pasaba con Maya. Corrección: con Maya y su mamá… mamacita.
—¿Un burdel para mujeres?
—¡Ay Xavi, no te olvides que la cosa es educativa! Vamos a
llamarlo Batidos del Paraíso. Tú alquila todo el local. Todito. Adelante va la
frutería y el mostrador para hacer batidos. Y atrás, pasando la puerta del
costado, ponemos el tallercito para que las mujeres de este lugar aprendan a
sacarle lo máximo a su ejercicio sexual. ¿O eres un machista que piensa que las
mujeres no deberían excitarse rico y pasarla de lo más bien en la cama?
Xavi negó con la cabeza:
—¿Creo en la igualdad de los sexos…?
—Eso, Xavi, eso. Ya verás que te cambiamos la vida, te la
hacemos más divertida, más sexi, y encima te hacemos millonario.
—Eso me gustaría…
***
Y así comenzó el original Batidos del Paraíso. Ya llevan
docenas de locales abiertos, sobre todo en las ciudades costeras; y aunque no
son millonarios, viven bastante bien. Si algún día te cruzas con un local,
anímate, entra y pregunta si allí dan clases de “batidos”. Lo más probable es
que la respuesta sea sí.
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