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Imaginó que era un
caballo y que, abandonando su funda, la verga se le empinaba hasta ponerse
totalmente erecta y le golpeaba el vientre con la intermitencia de los latidos,
y que ella se arremangaba la falda y con dedos tentaculares se colocaba el
negro pene como un obús entre los muslos, y que su crica se abría totalmente,
roja y húmeda como una granada, y se convulsionaba con el roce, jadeando como
una campana o una gaviota epiléptica, ahora su delta era un río en plena
crecida, la súbita contracción del vientre antes del clímax, piel de tambor, y
ella se corría una vez y luego otra mientras el mango rígido como un candelabro
pero más grueso se deslizaba aguanoso e hinchado como un domo y frotaba,
resbalaba, buceaba, un puñado de sangre tras la inminente culminación, pero
ella era ahora una yegua, sus muslos un cálido estuche guardado entre grupas, y
creyó oír un loco relincho al eyacular como un géiser, denso y abundante.