¿Liberación sexual? Sí, pero menos. La
infidelidad hunde matrimonios, la familia nuclear languidece, las mujeres son
discriminadas y juzgadas por explotar su capital erótico, y en tiempos de
crisis la mirada puritana arrecia. Varios libros ponen sobre la mesa la
vigencia de algunos clichés...
El sexo es un tema. El tema, sin
duda.
Nuestra
especie siente debilidad por él. Pronuncie la palabra en cualquier contexto y
la charla se caldeará ipso facto. Eso sí, no sea
demasiado explícito, porque entonces sentirá el peso de la corrección política
cayendo sobre usted.
¿Hemos avanzado en normalización y
respeto sexual? Teniendo en cuenta que venimos de una dictadura, la respuesta
aquí será, obviamente, afirmativa; pero ¿occidentalmente hablando…? “La
verdadera historia de la sexualidad humana ha adquirido un cariz tan subversivo
y amenazador que durante siglos ha sido silenciada por autoridades religiosas,
patologizada por médicos, ignorada por científicos y soterrada por terapeutas
moralizadores”, afirman Christopher Ryan y Cacilda Jethá en el libro En el
principio era el sexo. Los orígenes de la sexualidad moderna. Cómo nos
emparejamos y por qué nos separamos (Paidós). Su tesis es que la monogamia impuesta como natural está
acabando con nosotros y nuestras relaciones. Y más: “Aunque impera la creencia
de que vivimos en época de liberación sexual, la sexualidad contemporánea está
cargada de verdades evidentes y dolorosas de las que está mal visto hablar”. Y
por si fuera poco, expertos previenen ya de lo que el sociólogo Jeffrey Weeks lleva tiempo diciendo: nos volvemos más
conservadores y tradicionales en comportamientos y juicios sexuales en periodos
de crisis. Así que, al contrario de lo que se cree (que cuando todo va mal
queda el sexo), ante la inestabilidad financiera “las posturas más
fundamentalistas en materia sexual cobran fuerza”. La mirada puritana acecha.
Sucede ya con asuntos como la desnudez,
por ejemplo. Uno solo, el cuadro
El origen del mundo, de Gustave Courbet, de una mujer enseñando el pubis,
provocó desmayos, se ve, y protestas por ser “demasiado explícito”, cuando
apareció en este periódico hace días. ¿Un desnudo artístico explícito? ¿En el
siglo XXI? ¿No será que nos tomamos el sexo demasiado en serio? ¿O demasiado
poco? Tres libros y una encuesta airean algunos tópicos encallados.
La fotógrafa Adeline Mai retrata así la ligereza en su
serie Weightlessness
1 Imágenes y palabras explícitas.
No conviene mostrar lo que somos, puro
cuerpo. Así nadie invita en alto y público a otro/a a echarse a un lado y
retozar. Somos discretos. O quizá es nuestra inteligencia superior que controla
nuestros instintos. ¿De verdad?
Los autores citados atribuyen este
autocontrol social a la teoría de la evolución. “Inquisición bienintencionada”,
lo llaman. Otra convención: nadie o casi nadie muestra determinadas partes del
cuerpo digamos ¿sucias? Y no es el culo, no. Es el pubis lo que nos
intranquiliza. “Tradicionalmente descrita como agujero, espacio en blanco o
nada… como un pene insuficiente”. El libro Vulva (Anagrama), de Mithu M. Sanyal, es un recorrido
cultural por el genital femenino y “un contundente manifiesto a favor de la
visibilidad de un órgano exhibido y ocultado, deseado y temido, condenado como
las fauces del infierno, pero adorado como la representación del origen del
mundo”. Desde las representaciones artísticas o religiosas antiguas hasta las
contemporáneas o las “vaginas de diseño” en cirugías estéticas últimas. Si duda
de la plasticidad de su vagina, escriba tal palabra junto a arte o performance
en la Red. Y verá.
Capital erótico. Todos disponemos de uno propio, una mezcla de belleza, vitalidad, cuidado de la imagen, aptitudes sociales y competencia sexual. Y hay que sacarle partido, dice la socióloga Catherine Hakim, pues es tan valioso como la capacidad intelectual, social o laboral. Pero, ojo, “el patriarcado, disfrazado de lo políticamente correcto, se esfuerza por esconder tal capital erótico bajo una niebla moralizadora que controla la forma de vestir y de comportarse de las mujeres; también el feminismo radical, más limitador que liberador, ejerce ese control, denigrando su atractivo, sus manifestaciones de moda…”, dice la autora.
2 Hablar con los hijos de sexo aún
cuesta.
En
un capítulo de la serie Modern family, esa madraza que es Sofía Vergara enloquece ante la posibilidad de que su
hijo ande masturbándose en su habitación y manda al marido, como hombre que es,
a explicarle. Típico. Instruir sexualmente a los hijos sigue costando tanto
como imaginar que tus retoños te escuchan gimiendo una noche cualquiera. Y a
pesar de publicaciones mil, los chicos/as se enteran antes de todo por los
amigos, la tele o Internet que en casa o el cole… Fracasado el intento en los
noventa de salpicar contenidos de educación sexual por asignaturas, esta ahora,
si existe, es por empeño de profesores. Solo el 41,8% de chicas y el 35,4% de
chicos (de 15 a 24 años) dicen haber recibido información sexual en sus
centros, según la tercera Encuesta
Schering sobre sexualidad y anticoncepción en la juventud española,
2010. Y
hay quien se opone a tal cosa (vean la Enciclopedia Católica online www.aciprensa.com) porque todo niño deber recibir atención personalizada y
dentro de un contexto de “respeto a la castidad…”. El fenómeno Yo amo a Laura no cesa.
3 Piensan más en el sexo los hombres
que las mujeres.
Simone
de Beauvoir no hizo ni caso a Darwin cuando afirmó: “Al nacer, nadie sabe ser
hombre o mujer; hay que aprender a interpretar ese papel”. Pues él escribió que
las hembras se muestran menos ansiosas que el macho. Y desde ahí todo ha sido
puro eco. Allá por 1875, William Acton decía: “Las mejores madres, esposas,
amas de casa se permiten pocos desahogos sexuales”. Estudios a granel vinieron
a confirmar tal “flacidez de la libido femenina” aun a sabiendas de que a ellas
quizá les cueste más arrancar el motor, pero cuando lo hacen, el coche marcha
perfecto… Conforme a la fría lógica de la teoría ortodoxa de la evolución,
nuestro único propósito en la vida es dejar un legado genético… Y el de las
mujeres, intercambiar placer por riqueza, protección y estatus del hombre, un
tesoro para ella y sus hijos. “Así, Darwin dice que tu madre es una puta”,
concluyen Ryan y Jethá. Aunque tan deprimente visión de la sexualidad humana es
falsa (ni todos canallas embusteros, ni pérfidas cazafortunas), sí somos
criaturas sexuales. Todos/as en el mismo saco. “No descendemos del mono. Somos
monos”.
4 A ellas no les gusta el porno.
¿Y a usted? Depende de la
persona. Nos gusta ese mundo, pero no está en este, quizá. Bien atrás quedó el
tiempo de la apertura de mente y cuerpo, la revolución sexual, aquellos años
ochenta cuando se filmaba en vivo y en directo cada película. Época desmelenada
encarnada en la figura mítica y explosiva de Vanessa del Río; ella se lo
guisaba y se lo comía todo. “Todos los que pasaban por el plató participaban
libremente en las grabaciones”, contaba. Orgías puras. Hasta que apareció el
sida y la improvisación en ese género de cosas y en otras se terminó para
siempre. Para solucionar este desacuerdo genérico femenino/masculino, existe
hoy gente como Erika Lust, que hace sus películas bien dignas desde un punto de vista
más femenino: más guion y menos ejercicio acrobático. Y le va bien.
Geometrías
Tríos, ‘swingers’, ‘cougars’, ‘osos’… Hay que hacer un máster para moverse con soltura por el mundo en alza de las relaciones diversas y/o divergentes y/o plurales. Y tenerlo claro. ¿Qué pensará y hará si su vecino le propone intercambiar pareja? Tal moda arrasa en Estados Unidos desde el tiempo de los aviadores de la II Guerra Mundial. ¿Qué importaban los cuernos si iban a morir? Y aunque más normalizada, la mezcla de cuerpos y edades hoy es un río revuelto de prejuicios: pareja hombre mayor-chica joven va bien; mujer mayor-chico joven, ahí hay algo oscuro. Un libro de la editorial Taschen sobre la ‘cougar’ Liz Earls impactó, cautivó a unos y horrorizó a otros.
5 El conocimiento sobre el deseo es aún
precario.
Encuestas extensas sobre el deseo puro
o diferenciado entre géneros no existen muchas desde aquel informe de Alfred
Kinsey de los años cincuenta en EE UU (luego llegó Shere Hite, Janus, Lindau,
otras pioneras europeas en Suecia y Finlandia…). Así, caer en el tópico
(patriarcal) es fácil. Lo cuenta la socióloga de la London School of Economics
Catherine Hakim en el libro Capital erótico (Debate). Sí
existen estudios e investigaciones, claro, pero casi siempre de salud pública,
sobre todo tras la aparición del sida que colocó las camas en primera línea de
playa. “El inconveniente es que muchas se centran en promiscuidad o uso de
preservativos, pero nada en la comprensión del deseo sexual, su expresión y las
restricciones sociales de que es objeto”. Otros asuntos tratados y en alza:
inapetencia, impotencia o menopausia, ya imaginarán con qué fin. Hay una última
encuesta (2011) online, ambiciosa, de dos
neurocientíficos, Ogi Gas y Sai Gaddam, en
la que rastrean el comportamiento sexual de ¡cien millones de personas! Lo
destacado: gustos de hombres heteros y homos se
parecen; las mujeres necesitan varios estímulos para excitarse; el hombre, uno…
Informe en billionwickedthoughts.com(1.000 millones de pensamientos
impuros).
6 El hombre es infiel por naturaleza.
“La última vez que intenté hacer el
amor con mi mujer, la cosa no tiraba. Así que le dije: ¿qué pasa, tú tampoco
consigues pensar en nadie más?”. El humorista Rodney Dangerfield expresaba así
los efectos de la monotonía matrimonial. La socióloga Hakim habla del déficit
sexual masculino, el mayor deseo sexual del hombre que provoca frustraciones
desde la juventud y ejerce una influencia oculta en las actitudes masculinas
frente a las mujeres. Esa es la teoría. En la realidad, los datos hablan por
sí: el concepto de monogamia como algo natural derrapa en toda curva; el
matrimonio tradicional se desmorona (un 50% se divorcia en EE UU); la industria
del porno en el mundo recauda casi cien mil millones de dólares anuales; los
deslices privados de hombres y mujeres famosos de impecable currículo moral
están a la orden del día; la hecatombe de valores familiares es asunto bien
cotidiano… Y las redes sociales han roto hasta las normas del cortejo, es
decir, destroza las relaciones sociales, pero aligera las sexuales… Y crece el
desacuerdo en deseos y modos entre géneros. Famosa es la anécdota del
presidente de EE UU Calvin Coolidge un día de 1920, cuando él y su esposa
visitaban una granja de pollos. La primera dama preguntó al granjero cómo
conseguía producir tantos huevos con tan pocos gallos. Respuesta: estos
cumplían con su deber docenas de veces. “Quizá podría usted mencionárselo al
presidente”, le replicó ella. Coolidge que la escuchó quiso saber si cada gallo
atendía siempre a la misma gallina. “Ah, no”, respondió el granjero, “siempre
una distinta”. “Ya veo”, comentó el mandatario, “quizá podría usted señalarle
ese detalle a la señora Coolidge”. Diversidad de parejas sexuales… ¿Es
aceptable o aceptado tenerlas, tal como proponía ya en 1970 el sociólogo Jessie
Bernard como método para mejorar la felicidad conyugal?
¡Yo no, por dios!
Mark Twain dijo en 1879: “De las formas
de actividad sexual, es la menos recomendable. Como divertimento, muy fugaz.
Como ocupación, cansada” Era otra época. Hoy, a falta de otras manos, más valen
las propias. La autosatisfacción está a la orden del día. Pero si usted es
mujer, no hable de ello en una reunión de vecinos. La mirarán raro.
7 Ni amor ni pecado.
“Nos tomamos el sexo demasiado en
serio: es solo sexo”. Ni amor, ni pecado, ni patología, dicen Ryan y Jethá ante
excesos y obsesiones. “Al igual que la victoriana, la mayoría de sociedades
occidentales modernas inflan el valor del sexo restringiendo la oferta (‘las
chicas buenas no lo hacen’) e hinchando la demanda (omnipresencia de mensajes
sexuales). Esto conduce a una visión distorsionada de su verdadera importancia.
Es fundamental, sí, pero pensemos en comida, agua, oxígeno… esenciales para la
supervivencia y felicidad, y no por eso siempre en nuestro pensamiento”.
Relajar códigos morales para que el placer sexual sea más accesible la haría
menos problemática, proponen.
Algo así como despenalizar la droga:
adiós infidelidad, celos e insatisfacción de la faz de la tierra. Y si usted,
dicen, se siente incómodo ante el avance de la cultura del ligoteo, el sexting (intercambio
de imágenes subidas de tono por el móvil), el reconocimiento de derechos para
homosexuales… no puede hacer nada para ponerle freno. Quizá sea síntoma de que
la sexualidad vuelve hacia la naturalidad de los cazadores-recolectores. Un
tiempo en que nadie pertenecía a nadie y el sexo era libre. ¿Lo imaginan? Unos pensarán que eso ya se vivió en
los setenta; otros, que el fin del mundo se acerca.
Por: Lola Huete Machado
01 de abril de 2012
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