sábado, 17 de noviembre de 2018

Mi alumna nínfula - Getzemaní González Castro


Si me hice profesor de preparatoria privada, no fue por el salario ni por la vocación; ambas cosas están lejos de lo que un espíritu ambicioso como el mío necesita y merece. El impulso que me llevo a meter mi curriculum fue uno primitivo y si usted quiere hasta vulgar. Lo supe en uno de esos tantos desfiles que se hacen en honor a la primavera en la ciudad de Cuernavaca y entonces vi las bastoneras y las porristas de la escuela en donde actualmente laboro. Esa es mi confesión: me metí de profesor para poder deleitarme con la visión de las nínfulas todos los días, su sonrisa pícara e inocente, el extrovertido agitarse de sus pequeñas falditas. A mí me pareció que esas piernas desnudas y tersas y esos pequeños pechitos que se agitaban en maniobras inverosímiles eran el verdadero canto, un canto vitalista y solar, a la Primavera. Canto a garganta abierta por la vida, en el erotismo secular de las nínfulas, en sus caras lisas y cabellos largos se desbordaba la verdadera magia profana de la Primavera, esa magia que nos remite a antiguos rituales de apareamiento, a excesos orgiásticos celebrados tanto en Grecia como en Roma.

Todo lo anterior, por supuesto, no lo puse en mi solicitud. Sólo puse mi enorme dedicación al trabajo y mi amor por la enseñanza, cosas en las que no mentí. Sólo que considero que mi verdadero trabajo son estos escritos y sí disfruto enseñando a alguna chica entusiasta las bondades y suplicios del amor. La directora sólo miró mi preparación y me aceptó en seguida. Al poco tiempo de dar clases me preguntaba si realmente había hecho lo correcto, ya que los adolescentes por demás estúpidos y vacíos, no hacían más que desesperarme. Yo era su profesor de filosofía y tan ávidos como estaban de novedades, no les importaba lo que había pasado hacía dos mil quinientos años. Así que se me ocurrió hacer más dinámica mi clase y poner varias situaciones de relaciones amorosas en que podemos echar mano de los pensadores griegos para resolver conflictos. Aplique las enseñanzas de Sócrates, Platón y Epicuro a problemas y situaciones actuales, a sus propias relaciones humanas. Eso me dio resultado y al poco tiempo, después de clase, tenía a un séquito de alumnos interesados en que les resolviera sus conflictos amorosos. Según fuera el caso o mi humor, yo les daba un consejo o les decía simplemente que iba a pensar cómo podría ayudarlos.
A Fátima la vi desde el primer día de clases. La chica con la peor fama de la escuela, le enseñaba el dedo de en medio a sus compañeros y compañeras, se sentaba en las piernas de alguna otra compañera también rebelde pero no tanto como ella. No le interesaba aprender, mostraba indiferencia por todos y todo. Su falda era corta y cruzaba las piernas, en más de una ocasión no pude evitar verle las piernas de reojo. De labios carnosos y pechos grandes, Fátima era la clase de nínfula con la que yo había soñado todo este tiempo. Pensé que una chica así reaccionaría a la clase de Heráclito, el filósofo oscuro. El mote de filósofo oscuro fascinaba a chicas aparentemente alternativas, pero Fátima era un hueso duro de roer y durante la clase del gran Heráclito se mantuvo indiferente como siempre. Fue hasta la clase de Epicuro, al final del semestre, que Fátima mostró interés y hasta participó en varias ocasiones para mi asombro y el asombro de todo el grupo. El hedonismo, el desdén hacia la muerte, la amistad, lo femenino y otros tantos temas del jardín de Epicuro interesaron mucho a la chica de labios gruesos, ojos pintarrajeados, piernas torneadas y tetas grandes a la que le había dedicado mis onanismos nocturnos durante los últimos seis meses. Yo con gusto e incluso con cierta picardía le contestaba sus interrogaciones. En más de una ocasión el salón estalló en carcajadas; pues el sexo que sigue siendo un tema escamoso, sólo se combate con fuertes dosis de humor. Fátima parecía feliz y todos los alumnos también, pero su expresión cambió cuando les dije que quería un ensayo sobre algunos de los autores que les hubiera gustado. Recibí un mar de suplicas pero me mostré firme, aunque en realidad no me importaba mucho porque a esa edad los adolescentes escriben cualquier estupidez para salir del paso. Se terminó la clase, todos se fueron y yo me quedé revisando los apuntes, fingía interés en los apuntes de mis alumnos pero en realidad pensaba en las dos horas extra que me pagarían y con las cuales completaría para una colección en Blu-ray de The Sopranos.
Cuando caminaba hacia mi auto, con la escuela semidesierta, una voz salió de entre la maleza. Era Fátima que se había quedado para preguntarme algunas cosas más sobre Epicuro y de dónde podría sacar material para su ensayo. Le dije que Epicuro en realidad había escrito poco y que sus estudios sobre él eran poco accesibles para estudiantes de preparatoria pero que, sin embargo, podría ayudarle si en algo se atoraba. Gracias, dijo sonriente. Entonces le pregunté que si la llevaba a su casa y después de dudarlo un poco, dijo que sí. Íbamos por el periférico, yo iba manejando pero aprovechaba de vez en cuando para mirar de reojo sus piernas, esa simple visión hacía que un demonio desconocido se apoderara de mí. Le sugerí que fuéramos a mi casa por unos libros para prestarle y ella dudo de nuevo pero contestó que sí. La lleve a mi departamento que está en un tercer piso. Ella me dijo que tenía una vista muy bonita y le agradecí, le pregunté si quería tomar algo, luego me preguntó que qué tenía, le dije el menú y me dijo que agua estaba bien.
¿No quieres una cerveza artesanal? Me acaban de llegar.
Bueno
Serví las dos cervezas en tarros de cristal y traje limón, sal y jícama picada que tenía en el refrigerador.
También tengo problemas amorosos, Prof, pero a diferencia de mis compañeros no me gusta abrumarlo con estupideces de adolescentes.
Para mí no es molestia, Fátima, si me quieres contar, siéntete en confianza para hacerlo.
El otro día me peleé con mi novio porque me dijo que era una puta, eso dicen en la escuela, que soy la más puta de segundo y él cree todo lo que le dicen.
¿Y lo eres?
Ella miró por un momento al sol moribundo a través de mis enormes ventanales, luego se paseó por el departamento viendo mis cuadros colgados y con algo que adiviné como una sonrisa pícara y de autoengaño, dijo
No sé.
Yo no creo que lo seas
¿Por qué?
Creo que eres una chica que expresa sus ideas libremente y que sublima sus deseos carnales a través de las bromas, pero eso dista mucho de ser una puta. Yo apostaría incluso que eres virgen.
(Risa) ¿y usted lo sabe todo, no, Prof?
La verdad no creo saberlo todo, sólo lo suficiente. No creo que nadie te deba juzgar por ser como eres.
¿Y según usted como soy?
Una chica que está segura de ser quien es, que no le tiene que demostrar nada a nadie.
Usted tiene razón, Prof, sí soy virgen, pero me dicen que soy una puta porque me gusta mostrar mis piernas y sentarme sobre Karina, que es mi mejor amiga. No le veo nada malo a eso.
Yo tampoco, ¿quieres otra cerveza?
Así transcurrió la tarde y bebimos muchas cervezas. Cada vez mi mirada lasciva era más evidente pero ella fingía no darse cuenta.
Y mi novio es un inmaduro, ¿sabe, Prof? Es frustrante estar con una persona así.
Supongo que sí
Él sólo quiere platicar y a veces yo quiero algo más…
¿Estudiar?
(Risas) Sí, anatomía.
¿Y por qué no le dices?
Ya le dije y dice que le da miedo y bla bla bla.
Él se lo pierde…
¿Perdón, Prof?
Perdón si te ofendí, pero eres una chica muy bonita.
¿Muy bonita o muy voluptuosa?
Supongo que ambas
¿Supone?
Ambas.
No es algo que un profesor le deba decir a sus alumnas. Si la directora de entera…
¿Tú le vas a decir?
Supongo
¿Supones?
Sí. Pero no le diré nada, sólo que usted me pone muy nerviosa…
Lo lamento
Algo me dice que no lo lamenta
Tus piernas son muy bonitas.
Me acerqué hacía ella, un poco empujado por el alcohol y la lujuria. Ella volvió a decir que la ponía muy nerviosa y le estampé un beso en la boca y levanté su falda para acariciar sus piernas. Esto no está bien, lo repetía una y otra vez, mientras besaba su cuello. Eres una delicia Fátima, repetía yo como un mantra y no dejaba de besarla sin calcular en donde caían los besos. Fuera de mí jalé sus braguitas, eran negras de seda, la acosté en el mismo sillón, metí mi cabeza debajo de su falda y comencé a besar y lamer con ternura y devoción su vagina. Ella decía que no, que me detuviera, que no estaba bien, pero yo metía mi lengua lo más que podía y ella se mojaba a caudales y más cuando también metí mis dedos y comencé a masturbarla sin dejar de saborear su clítoris. Fuera de mí me puse de pie y me quité los pantalones, No está bien, esto no está bien, gritaba y yo le tapé la boca con la mano izquierda y arremetí de lleno con mi verga gruesa y dura, Fátima, tantas noches lo he soñado, tantas noches, abrí su blusa y desabroché su sostén blanco que se desabrochaba desde el frente, así que pude ver el vaivén de sus senos mientras arremetía. Sus tetas eran mucho más grandes de lo que había imaginado, eran enormes y redondas. Metí sus pezones en mi boca, estruje sus tetas con mis enormes manos y continúe cogiéndola. La cargué, con su 1.60 de estatura me fue fácil, y la volteé de tal manera que el borde de la sala daba justamente en su cuello. Su culito era pequeño y dulce, lo penetré salvajemente como un animal indómito, ella lloraba, le estrujé las enormes tetas y apreté fuertemente sus pezones mientras mi verga se abría camino por su estrecho culito. Mis dedos largos y gruesos la masturbaban mientras yo no dejaba de cogerla, en mis dedos se mezclaba el muco vaginal y la sangre del himen. Y le clavé duro mi estaca unas diez veces más hasta que me corrí de lleno en su espalda baja. Lo he soñado tantas veces, Fátima y lo soñaré mil veces más…


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