Si me hice profesor de preparatoria
privada, no fue por el salario ni por la vocación; ambas cosas están lejos de
lo que un espíritu ambicioso como el mío necesita y merece. El impulso que me
llevo a meter mi curriculum fue uno primitivo y si usted quiere hasta vulgar.
Lo supe en uno de esos tantos desfiles que se hacen en honor a la primavera en
la ciudad de Cuernavaca y entonces vi las bastoneras y las porristas de la
escuela en donde actualmente laboro. Esa es mi confesión: me metí de profesor
para poder deleitarme con la visión de las nínfulas todos los días, su sonrisa
pícara e inocente, el extrovertido agitarse de sus pequeñas falditas. A mí me
pareció que esas piernas desnudas y tersas y esos pequeños pechitos que se
agitaban en maniobras inverosímiles eran el verdadero canto, un canto vitalista
y solar, a la Primavera. Canto a garganta abierta por la vida, en el erotismo
secular de las nínfulas, en sus caras lisas y cabellos largos se desbordaba la
verdadera magia profana de la Primavera, esa magia que nos remite a antiguos
rituales de apareamiento, a excesos orgiásticos celebrados tanto en Grecia como
en Roma.
Todo lo anterior, por supuesto, no lo
puse en mi solicitud. Sólo puse mi enorme dedicación al trabajo y mi amor por
la enseñanza, cosas en las que no mentí. Sólo que considero que mi verdadero
trabajo son estos escritos y sí disfruto enseñando a alguna chica entusiasta
las bondades y suplicios del amor. La directora sólo miró mi preparación y me
aceptó en seguida. Al poco tiempo de dar clases me preguntaba si realmente
había hecho lo correcto, ya que los adolescentes por demás estúpidos y vacíos,
no hacían más que desesperarme. Yo era su profesor de filosofía y tan ávidos
como estaban de novedades, no les importaba lo que había pasado hacía dos mil
quinientos años. Así que se me ocurrió hacer más dinámica mi clase y poner
varias situaciones de relaciones amorosas en que podemos echar mano de los
pensadores griegos para resolver conflictos. Aplique las enseñanzas de
Sócrates, Platón y Epicuro a problemas y situaciones actuales, a sus propias
relaciones humanas. Eso me dio resultado y al poco tiempo, después de clase,
tenía a un séquito de alumnos interesados en que les resolviera sus conflictos
amorosos. Según fuera el caso o mi humor, yo les daba un consejo o les decía
simplemente que iba a pensar cómo podría ayudarlos.
A Fátima la vi desde el primer día de
clases. La chica con la peor fama de la escuela, le enseñaba el dedo de en
medio a sus compañeros y compañeras, se sentaba en las piernas de alguna otra
compañera también rebelde pero no tanto como ella. No le interesaba aprender,
mostraba indiferencia por todos y todo. Su falda era corta y cruzaba las
piernas, en más de una ocasión no pude evitar verle las piernas de reojo. De
labios carnosos y pechos grandes, Fátima era la clase de nínfula con la que yo
había soñado todo este tiempo. Pensé que una chica así reaccionaría a la clase
de Heráclito, el filósofo oscuro. El mote de filósofo oscuro fascinaba a chicas
aparentemente alternativas, pero Fátima era un hueso duro de roer y durante la
clase del gran Heráclito se mantuvo indiferente como siempre. Fue hasta la
clase de Epicuro, al final del semestre, que Fátima mostró interés y hasta
participó en varias ocasiones para mi asombro y el asombro de todo el grupo. El
hedonismo, el desdén hacia la muerte, la amistad, lo femenino y otros tantos
temas del jardín de Epicuro interesaron mucho a la chica de labios gruesos,
ojos pintarrajeados, piernas torneadas y tetas grandes a la que le había
dedicado mis onanismos nocturnos durante los últimos seis meses. Yo con gusto e
incluso con cierta picardía le contestaba sus interrogaciones. En más de una
ocasión el salón estalló en carcajadas; pues el sexo que sigue siendo un tema
escamoso, sólo se combate con fuertes dosis de humor. Fátima parecía feliz y
todos los alumnos también, pero su expresión cambió cuando les dije que quería
un ensayo sobre algunos de los autores que les hubiera gustado. Recibí un mar
de suplicas pero me mostré firme, aunque en realidad no me importaba mucho
porque a esa edad los adolescentes escriben cualquier estupidez para salir del
paso. Se terminó la clase, todos se fueron y yo me quedé revisando los apuntes,
fingía interés en los apuntes de mis alumnos pero en realidad pensaba en las
dos horas extra que me pagarían y con las cuales completaría para una colección
en Blu-ray de The Sopranos.
Cuando caminaba hacia mi auto, con la
escuela semidesierta, una voz salió de entre la maleza. Era Fátima que se había
quedado para preguntarme algunas cosas más sobre Epicuro y de dónde podría
sacar material para su ensayo. Le dije que Epicuro en realidad había escrito
poco y que sus estudios sobre él eran poco accesibles para estudiantes de
preparatoria pero que, sin embargo, podría ayudarle si en algo se atoraba.
Gracias, dijo sonriente. Entonces le pregunté que si la llevaba a su casa y
después de dudarlo un poco, dijo que sí. Íbamos por el periférico, yo iba
manejando pero aprovechaba de vez en cuando para mirar de reojo sus piernas,
esa simple visión hacía que un demonio desconocido se apoderara de mí. Le
sugerí que fuéramos a mi casa por unos libros para prestarle y ella dudo de
nuevo pero contestó que sí. La lleve a mi departamento que está en un tercer
piso. Ella me dijo que tenía una vista muy bonita y le agradecí, le pregunté si
quería tomar algo, luego me preguntó que qué tenía, le dije el menú y me dijo
que agua estaba bien.
¿No quieres una cerveza artesanal? Me acaban de
llegar.
Bueno
Serví las dos cervezas en tarros de cristal y traje
limón, sal y jícama picada que tenía en el refrigerador.
También tengo problemas amorosos, Prof, pero a
diferencia de mis compañeros no me gusta abrumarlo con estupideces de
adolescentes.
Para mí no es molestia, Fátima, si me quieres
contar, siéntete en confianza para hacerlo.
El otro día me peleé con mi novio porque me dijo
que era una puta, eso dicen en la escuela, que soy la más puta de segundo y él
cree todo lo que le dicen.
¿Y lo eres?
Ella miró por un momento al sol
moribundo a través de mis enormes ventanales, luego se paseó por el
departamento viendo mis cuadros colgados y con algo que adiviné como una
sonrisa pícara y de autoengaño, dijo
No sé.
No sé.
Yo no creo que lo seas
¿Por qué?
Creo que eres una chica que expresa sus ideas
libremente y que sublima sus deseos carnales a través de las bromas, pero eso
dista mucho de ser una puta. Yo apostaría incluso que eres virgen.
(Risa) ¿y usted lo sabe todo, no, Prof?
La verdad no creo saberlo todo, sólo lo suficiente.
No creo que nadie te deba juzgar por ser como eres.
¿Y según usted como soy?
Una chica que está segura de ser quien es, que no
le tiene que demostrar nada a nadie.
Usted tiene razón, Prof, sí soy virgen, pero me
dicen que soy una puta porque me gusta mostrar mis piernas y sentarme sobre
Karina, que es mi mejor amiga. No le veo nada malo a eso.
Yo tampoco, ¿quieres otra cerveza?
Así transcurrió la tarde y bebimos
muchas cervezas. Cada vez mi mirada lasciva era más evidente pero ella fingía
no darse cuenta.
Y mi novio es un inmaduro, ¿sabe, Prof? Es frustrante estar con una persona así.
Y mi novio es un inmaduro, ¿sabe, Prof? Es frustrante estar con una persona así.
Supongo que sí
Él sólo quiere platicar y a veces yo quiero algo
más…
¿Estudiar?
(Risas) Sí, anatomía.
¿Y por qué no le dices?
Ya le dije y dice que le da miedo y bla bla bla.
Él se lo pierde…
¿Perdón, Prof?
Perdón si te ofendí, pero eres una chica muy
bonita.
¿Muy bonita o muy voluptuosa?
Supongo que ambas
¿Supone?
Ambas.
No es algo que un profesor le deba decir a sus
alumnas. Si la directora de entera…
¿Tú le vas a decir?
Supongo
¿Supones?
Sí. Pero no le diré nada, sólo que usted me pone
muy nerviosa…
Lo lamento
Algo me dice que no lo lamenta
Tus piernas son muy bonitas.
Me acerqué hacía ella, un poco
empujado por el alcohol y la lujuria. Ella volvió a decir que la ponía muy nerviosa
y le estampé un beso en la boca y levanté su falda para acariciar sus piernas.
Esto no está bien, lo repetía una y otra vez, mientras besaba su cuello. Eres
una delicia Fátima, repetía yo como un mantra y no dejaba de besarla sin
calcular en donde caían los besos. Fuera de mí jalé sus braguitas, eran negras
de seda, la acosté en el mismo sillón, metí mi cabeza debajo de su falda y
comencé a besar y lamer con ternura y devoción su vagina. Ella decía que no,
que me detuviera, que no estaba bien, pero yo metía mi lengua lo más que podía
y ella se mojaba a caudales y más cuando también metí mis dedos y comencé a
masturbarla sin dejar de saborear su clítoris. Fuera de mí me puse de pie y me
quité los pantalones, No está bien, esto no está bien,
gritaba y yo le tapé la boca con la mano izquierda y arremetí de lleno con mi
verga gruesa y dura, Fátima, tantas noches lo he soñado, tantas noches, abrí su
blusa y desabroché su sostén blanco que se desabrochaba desde el frente, así
que pude ver el vaivén de sus senos mientras arremetía. Sus tetas eran mucho
más grandes de lo que había imaginado, eran enormes y redondas. Metí sus
pezones en mi boca, estruje sus tetas con mis enormes manos y continúe
cogiéndola. La cargué, con su 1.60 de estatura me fue fácil, y la volteé de tal
manera que el borde de la sala daba justamente en su cuello. Su culito era
pequeño y dulce, lo penetré salvajemente como un animal indómito, ella lloraba,
le estrujé las enormes tetas y apreté fuertemente sus pezones mientras mi verga
se abría camino por su estrecho culito. Mis dedos largos y gruesos la
masturbaban mientras yo no dejaba de cogerla, en mis dedos se mezclaba el muco
vaginal y la sangre del himen. Y le clavé duro mi estaca unas diez veces más
hasta que me corrí de lleno en su espalda baja. Lo he soñado tantas veces,
Fátima y lo soñaré mil veces más…
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