El vital y seductor Agustín Cabán, crítico musical
de un periódico, acaba de jubilarse. Dispone ahora de mucho tiempo libre, pero
no le apetece viajar ni jugar con los nietos; sólo tiene un deseo: invocar los
fantasmas que hasta el momento han sido casi su única razón de vivir.
Sebastián, el entrañable jefe de la sección de espectáculos del periódico, le
da el empujón definitivo: lo anima a escribir una memorias.
Mientras Sebastián devora, lleno de envidia y
entusiasmo, las páginas que le va entregando el crítico musical, el lector va
internándose en el mundo amoroso de Agustín, y conocerá sus apasionadas
aventuras con la violinista Virginia Tuten, poseedora de un extraño fuego
caribeño que estuvo a punto de hacer zozobrar el matrimonio del crítico; con el
pianista Clint Verret, que no fue el único hombre en la vida de Agustín, pero
sí el que lo llevó al borde del enamoramiento; con la transparente Clarissa
Berdsley, intérprete de trompa que mantiene unas curiosas relaciones con un
murciélago. Y si su pasión por Alejandrina Sanromá, virtuosa de la celesta,
llevó a Agustín al goce más etéreo, su obsesión por la tórrida violinista
Manuela Suggia desató en cambio sus más bajos instintos y lo arrastró hacia los
infiernos.
Estas y otras historias conducirán a Agustín por
senderos insospechados, desde ménages à trois hasta torturadas relaciones de
corte sadomasoquista, pues cada intérprete «toca» en él una cuerda muy distinta.
Pero de lo que no cabe duda es de que, para Agustín, la música ha estado
siempre vinculada a la pasión sexual; para él, conquistar al músico significa
poseer no sólo a la mujer (o al hombre), su carnalidad —el púrpura profundo, en
última instancia—, sino también saberse dueño de una implacable, irrepetible
melodía: la Música, con mayúscula, que ambicionamos todos.
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