Por una vez al menos la literatura ha engendrado con
Fanny Hill una obra en la que el libertinaje y la poesía se hallan tan unidos
entre sí como alejados de la obscenidad y el mal gusto.
Novela escándalo, el libro de John Cleland
(1703-1789), publicado hace más de doscientos años, sigue proclamando la
perpetuidad de la gran escritura, ese resorte único a través del cual la vida y
sus secretos, la sensualidad y la alegría, se transforman en ritos de la más
elevada virtud. En efecto, para Fanny Hill, el sexo, raíz y vestíbulo de la
santidad, no es sólo un espasmo del desenfreno, sino que representa lo que es
por encima de todo: el arquetipo divino, el gran conocimiento, la respuesta de
una incógnita que únicamente la belleza y el amor descubren y magnifican.
Es considerada como la primera prosa pornográfica
inglesa, y la primera pornografía que usa la forma de novela. Es uno de los
libros más perseguido y censurado de la historia, y se ha convertido en
sinónimo de obscenidad.
Esta novela se ha adaptado múltiples veces en el cine,
como en "Los burdeles de Paprika", de Tinto Brass.
Textos
seleccionados de Fanny Hill de John Cleland
“Yo era alta, pero no demasiado para mi
edad que, como os dije anteriormente era de apenas quince años; mi figura era
esbelta y mi cintura fina, ligera y libre, sin deberle nada al corsé; mis
cabellos eran de un brillante color castaño rojizo y caían junto a mi cuello en
bucles suaves como la seda, ayudando no poco a destacar la blancura de una piel
lisa; mi cara era demasiado rubicunda aunque de rasgos delicados y óvalo suave,
salvo donde mi barbilla se dividía, con un efecto nada desagradable; mis ojos
eran tan negros como imaginarse pueda, más lánguidos que brillantes, excepto en
ciertas ocasiones, en que me han dicho que despiden fuego con facilidad; mis
dientes, que siempre había preservado cuidadosamente, eran pequeños, blancos e
iguales; mi pecho se alzaba con gracia y se podía distinguir más la promesa que
el tamaño real de los senos redondos y firmes, promesa que se cumplió poco
después. En una palabra, yo tenía todos los detalles de belleza que se exigen generalmente
o, al menos mi vanidad me impide contrariar la decisión de nuestros soberanos
jueces, los hombres, y a que todos los que conocí, por lo menos, se
pronunciaron en mi favor y he conocido, en mi propio sexo, personas que me
hicieron justicia, mientras otras me alabaron sin sospecharlo, al tratar de criticar
detalles de mi persona y mi figura que eran obviamente excelentes. Reconozco
que me alabo con demasiada fuerza pero, ¿no sería ingrata con la naturaleza y
con unas formas a las que debo tantas bendiciones del placer y la fortuna si
suprimiera, afectando modestia, la mención de dones tan valiosos?”
*****
Hasta ahora, la corrupción de mi
inocencia sólo se debía a las chicas de la casa; sus lascivas conversaciones en
que la modestia estaba lejos de ser respetada, las descripciones de sus
encuentros con hombres, me habían dado un tolerable conocimiento de la naturaleza
y los misterios de su profesión, al tiempo que provocaban un cosquilleo de
sangre caliente y florida por todas mis venas; pero por encima de todo mi
compañera de cama, Phoebe, cuya alumna directa era, apuró sus talentos para
darme los primeros matices del placer, mientras la naturaleza, estimulada y
desenfrenada con tan interesantes descubrimientos, padecía una curiosidad que
Phoebe avivaba arteramente: llevándome de pregunta en pregunta con sus
sugerencias, me explicó todos los misterios de Venus. Pero no podía quedarme
mucho tiempo en una casa como ésa sin ser testigo presencial de más de lo que
podía imaginar por sus descripciones.
Un día a eso de las doce, habiéndome
recuperado completamente de mi fiebre, me encontraba en el gabinete de la señora
Brown desde hacía media hora, descansando en la cama turca de la doncella,
cuando oí un crujido en la alcoba, separada del gabinete solamente por dos
puertas en cuyos cristales había unas cortinas de damasco amarillo, no tan
cerradas como para evitar que una persona, desde el gabinete, pudiese ver toda
la habitación.
Inmediatamente me deslicé suavemente y
me coloqué de forma tal que, viendo todo minuciosamente, no podía ser vista y
¿quién entró, sino la venerable madre Abadesa en persona? Fue introducida por
un joven granadero de caballería alto y musculoso, moldeado en el estilo
Hércules; en una palabra, el elegido por la dama de más experiencia en todo
Londres en esos asuntos”.
*****
“El joven caballero fue la primera
persona que vi, dándome la espalda y contemplando una estampa. Polly aún no
había llegado, pero en menos de un minuto se abrió la puerta y entró; al sentir
el ruido de la puerta él se volvió y se acercó a recibirla con un aire de gran
ternura y satisfacción.
Después de saludarla, la condujo hasta un
diván que había frente a nosotras donde ambos se sentaron y el joven genovés le
sirvió un vaso de vino y unos bizcochos napolitanos en una bandeja.
Finalmente, después de intercambiar unos
besos y preguntas en un inglés vacilante por una de las partes, él comenzó a
desabotonarse y rápidamente se desvistió, quedando en camisa.
Como si ésa hubiese sido la señal para
quitarse todas las ropas, un plan que se veía favorecido por el calor reinante,
Polly comenzó a quitarse los alfileres y como no tenía corsé, en un instante
quedó en camisa, gracias a la oficiosa ayuda de su galán.
Cuando él vio eso, sus calzones quedaron
inmediatamente desatados en la cintura y las rodillas y se deslizaron sobre sus
tobillos; el cuello de su camisa también fue desabotonado; luego, besando
alentadoramente a Polly robó, como si dijéramos, la camisa de la joven que
estando —supongo— habituada y familiarizada con sus humores se sonrojó, pero
menos que y o, cuando la vi completamente desnuda, tal como había salido de
manos de la naturaleza, con sus cabellos negros sueltos y flotando alrededor de
su deslumbrante cuello blanco y sus hombros, mientras el encarnado profundo de
sus mejillas se transformaba gradualmente en nieve, porque tales eran los tonos
y el brillo de su piel.
Esta joven no podía tener más de
dieciocho años: su cara era dulce y regular, sus formas exquisitas; no pude
dejar de envidiar sus maduros y encantadores pechos, maravillosamente llenos,
pero tan redondos y tan firmes que se sostenían burlándose de cualquier corsé;
luego sus pezones, que apuntaban en direcciones diferentes, marcaban una
deliciosa separación. Por debajo, el delicioso trecho del estómago terminaba en
una hendedura difícil de distinguir que, modestamente, parecía retirarse hacia
abajo y buscar refugio entre dos muslos carnosos y redondos; los pelos rizados
que cubrían su delicioso frente la vestían con la más rica marta cebellina del
universo. En una palabra, era, evidentemente, un tema para que los pintores le
rogaran que posara, y delinearan la belleza femenina en todo el orgullo y la
pompa de la desnudez.
El joven italiano (aún en camisa) la
contemplaba, transportado por la visión de unas bellezas que podrían haber enardecido
a un ermitaño moribundo; sus ojos ansiosos la devoraban mientras ella cambiaba
de actitud según sus deseos; sus manos no se veían excluidas de su parte de la
fiesta, sino que vagabundeaban a la búsqueda del placer sobre cada pulgada de
su cuerpo, tan bien calificado para proporcionar las más exquisitas
sensaciones.
Mientras tanto, no pude evitar la
observación del bulto que había en la parte delantera de la camisa del joven,
que sobresalía y mostraba el estado en que estaban las cosas detrás del telón;
rápidamente se la quitó, deslizándola sobre su cabeza y ahora, en cuanto a
desnudez, no tenían nada que reprocharse recíprocamente”.
*****
Mientras tanto, el campeón de cabeza
roja del muchacho, que hacía poco había salido del pozo domado y confuso, se
había recuperado hasta una condición inmejorable y estaba gallardo y
empenachado entre los muslos de Polly que, por su parte, no dejaba de mimarlo y
mantenerlo de buen humor, acariciándolo y hasta recibiendo su extremo
aterciopelado entre los labios que no le correspondían; y o no podía saber si
lo hacía para procurarse un placer o para volverlo más voluble y facilitar su
entrada, pero tuvo un efecto tal que el joven caballero pareció, por el brillo
de sus ojos, que resplandecían con más esplendor en su rostro arrebolado,
recibir un aumento en su placer. Se puso de pie y tomando a Polly en sus brazos
la abrazó y dijo algo en voz demasiado baja para poder oírlo, llevándola
entonces hasta el extremo del diván y deleitándose en castigar sus muslos y su
trasero con ese rígido vergajo suyo que los golpeaba gracias al impulso que le
daba con la mano y los hacía resonar, sin lastimarla más de lo que se proponía,
y a que ella parecía encontrar en ello un gusto tan juguetón como él.
Pero imaginad mi sorpresa cuando vi a
ese joven pícaro y holgazán acostarse boca arriba y tirar de Polly hasta
colocarla encima suyo; ésta, cediendo a su humor, lo montó y con las manos
condujo a su favorita ciega hacia el sitio adecuado y, siguiendo su impulso se
apoyó directamente sobre la punta llameante del arma del placer en la que se
empaló, por la que fue atravesada y clavada en toda su envergadura; de este
modo quedó sentada unos instantes sobre él, disfrutando y saboreando su
situación, mientras él jugaba con sus provocadores pechos. A veces, Polly se
inclinaba para recibir sus besos, pero finalmente el aguijón del placer los
impulsó a acciones más fieras: entonces comenzó la tempestad de subidas y
bajadas que, para el combatiente más bajo eran, arremetidas, al tiempo que
cruzaba las manos sobre ella y la acercaba a él con dulce violencia: los
invertidos golpes del martillo sobre el yunque trajeron prontamente el momento
crítico, en el que todos los signos de una conspiración conjunta para el
éxtasis nos informaron del punto en que se hallaban”.
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