Vemos a la venezolana Carolina Petkoff con
sus turgentes cualidades físicas y lo segundo que se nos ocurre (lo primero es
deseo) es preguntarnos cuándo y cómo fue que nos comenzó a gustar lo exagerado.
Típico que un joven latinoamericano camina por las
calles de cualquiera de nuestras ciudades tomado de la mano con su amada novia
y pasa una mujer de dimensiones hinchadas y preciosas como Carolina Petkoff.
El joven trata de disimular, pero la chica es la que
confiesa haber notado su presencia para criticarla. Algún comentario como “está
toda operada” sale de la boca de esa hipotética pero probable novia. El joven
sigue sin decir nada hasta que ella busca interpelarlo: “¿A ti te gusta una
mujer como esa?
La respuesta del muchacho usted la sabe, ella también,
todos la sabemos. No le gusta: le encanta. Pero evidentemente ese muchacho
prefiere guardarse sus gustos reales y responde: “A mí me gustas eres tú, mi
amor” –palabras mágicas que deben ir acompañadas por un ligero cambio de tema
para el que se recomienda algo importante que olvidó decirle.
Vemos a la venezolana Carolina Petkoff con sus
turgentes cualidades físicas y lo segundo que se nos ocurre (lo primero es
deseo) es preguntarnos cuándo y cómo fue que nos comenzó a gustar lo
exagerado.
La respuesta es siempre. Siempre nos gustaron esas dimensiones.
Siempre deseamos a mujeres como ella. Los senos grandes han sido interesantes
para los hombres desde que aparecieron sobre la Tierra por dos motivos: son la
característica física más evidente que diferencia a ambos sexos, y porque
además unos similares fueron su primera fuente de placer cuando apenas eran
lactantes.
Pero los hombres también aman las piernas atractivas y
las nalgas torneadas. El motivo es que la naturaleza ha hecho que todas las
especies se sientan atraídas sexualmente por semejantes que parezcan sanos. Eso
con la intención de que los genes se transmitan efectivamente a la siguiente
generación –leer “El amor, las mujeres y la muerte” de Arthur
Schopenhauer.
Evidencia de la antigüedad de los gustos por la
voluptuosidad y la grasa aquí y allá en el cuerpo de la mujer es la Venus de
Willendorf, escultura prehistórica con enormes senos y enorme trasero que
simboliza la importancia de la fertilidad.
Ante tales obviedades la pregunta que habrá que hacerse
es cuándo nos comenzaron a gustar las flacas como la novia del hipotético chico
de la historia. Para eso habrá que remontarse, a falta de datos anteriores, a
la locura de los años 70 por la modelo Twiggy, flaquita con senos
mínimos y traserito de niña que hizo que las mujeres tetonas de su generación
usaran trapos debajo de la camisa para ocultar sus atributos y verse más
‘elegantes’, y que además condicionó a todas las de las generaciones ulteriores
a ser siempre delgadas.
Los hombres más elegantes vieron a las niñas bien
proclamar su delgadez y se maravillaron al punto de que ahora muchos dicen
preferirlas como modelos de pasarela solo que para alardear de que consiguieron
una así, pero la verdad es que cuando están solos o entre amigos procuran al
igual que un camionero de esta parroquia a una delicia como Carolina Petkoff
sin que les importe un bledo que sus atributos sean artificios estéticos para
causar deseo.
Por Redacción Nalgas y Libros 21 Abril, 2017
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