Uno se pasa la mitad de la
vida delante de una pantalla y la otra mitad delante de otra pantalla. El
tamaño aquí sí que no importa. Probablemente es el artefacto cotidiano más dado
por hecho en estos tiempos y sociedades en las que vivimos. En el trabajo y en
el ocio. En cualquier soporte. De ordenador, de móvil, de televisión, de lector
de libros. Y si esto es así, por su pronta accesibilidad, entonces el porno
podría ser el nuevo sexo. ¿Se ve más porno que se folla? Soy incapaz de
decirlo.
Pero sí que es cierto que la pornografía parece haber alcanzado las
cotas de aceptación en la cultura de masas más altas de su propia historia.
Hablamos de porno con los amigos con mucho menos rubor que antaño y seguimos en
redes sociales a nuestra actriz o actor favorito de una forma ya no totalmente
natural —equiparable a hacer lo propio con tu cantante o futbolista
favorito— sino quizás incluso trendy.
Así, el porno, un recurso de la autosexualidad habitualmente referenciado a la
soledad y a lo raruno, va dando pasos hacia un fenómeno compartido, incluso de
comunidad, fuera de oscuros foros de internet. Pierda o no algo de su potencial
para el morbo en el proceso.
Consecuentemente, el feedback del público respecto de la
producción pornográfica es cada vez mayor. ¿Tenemos el porno que queremos?
¿Basta solo con lo que nos ofrecen los pornógrafos habituales? ¿Queremos un
acercamiento a la realidad? ¿Queremos una fantasía exacerbada que jamás
seríamos capaces de llevar a nuestras camas? ¿Queremos quince minutos de plano
fijo ginecológico? ¿Necesitamos realmente que un actor porno,
además de follar, cante?
Un proyecto que se ha
planteado tener en cuenta este nuevo paradigma de interconectividad y de
cercanía entre espectador y pornógrafo es el que propuso Erika Lust con la serie de escenas cortas arropadas bajo el título XConfessions.
Adalid del porno para mujeres, la directora sueca afincada en Barcelona se
dirigió a su comunidad de seguidores —labrada durante años a base de compartir
con el público su visión particular de la pornografía, dirigida especialmente
a mujeres— y les pidió una confesión de su intimidad o de sus fantasías,
en el formato de un breve texto publicado en
una web con registro creada para el caso.
Erika se comprometía a rodar cortometrajes a partir de esas escuetas ideas —a
razón de uno o dos al mes— y dar salida así a las lúbricas ficciones —o
realidades— ajenas. De esta forma, el espectador se convertía en la chispa
inicial de la inspiración erótica y sexual, dejando luego en las manos y la
mirada de la directora la materialización de la misma.
Lo que la pornografía de
Lust es y lo que no es
Antes de profundizar un
poco más en lo que se ha producido a partir de este proyecto, me parece
imprescindible hacer una limpieza de preconceptos establecidos que he podido
observar navegando entre comentarios y reacciones a la filmografía de la
directora. Porque uno de los aspectos que más me llama la atención de la obra
de Erika Lust son las reacciones que a veces provoca entre los espectadores de
pornografía convencional. Mi suposición es que buena parte de ellas provienen
de espectadores que han visto sus películas de forma parcial o en un día
peculiarmente malo. Porque uno no entiende, por ejemplo, la especie de histeria
que lleva a pensar que de la aparición de un porno idealmente dirigido a
mujeres todo el porno rodado hasta ahora vaya a ser rodado así, como si de una
moda totalizadora se tratara y fuera a dejar al público masculino sin sus
pajas. Más absurda me parece esta reacción si además tenemos en cuenta que este
tipo de producciones siguen siendo un pequeño islote comparado con el océano de
porno pensado específicamente para un público masculino, que es lo que ha
abundado en la historia del género.
No, Erika Lust hace su
pornografía desde su punto de vista particular y difícilmente Brazzers, Reality Kings, Cumlouder o Torbe van a dejar de hacer lo suyo o irse a
la ruina por ello. Lo que tenemos aquí es una forma diferente de hacer las
cosas que atraerá —o que más correctamente se podría decir que ya ha atraído— a
una parte concreta del público consumidor de pornografía. Cierto es que ha
habido un surgimiento —quizás sería más correcto decir una visibilización del
público femenino espectador de este género— que ha aumentado la demanda, pero
difícilmente esto irá en detrimento de la pornografía mainstream que ya se venía haciendo.
Dicho lo cual, vale la pena señalar, a raíz de varios
comentarios leídos en lo ancho y largo de internet, lo que la pornografía de
Erika Lust —y en concreto la de este reciente XConfessions— es
y lo que no es:
—No es X-Art o Hegré-Art o
cualquier otra forma de porno o erotismo esteta rodado en camas, sofás o
camillas de masaje, con luz matutina y música de intro estilo chill-out ibicenco. Y digo todo esto, aunque no lo
parezca, con todo mi respeto para ese tipo de producciones. Lust busca crear
piezas bellas y estéticas, sí, pero hay dos razones que lo diferencian de lo
anterior. La primera es que nunca rueda dos veces en el mismo sitio. Evita, de
esta forma, la repetición y el abuso de los mismos espacios que
desvirtualizarían cualquier fantasía rodada, haciéndola largamente aburrida. Es
más, quitando el hecho de que casi todo lo rueda en el formato de escenas
cortas —no ha trabajado el largometraje todavía— ninguna de sus producciones se
parecen entre ellas e incluso apenas repite actores (siendo la excepción, ahora
sí, en estas últimas producciones). La segunda diferencia esencial con estas
producciones «blancas» es que las escenas de Lust siempre llevan algún
componente argumental, por mínimo que este sea. Y en XConfessions esto es más que evidente en tanto que
parten de las historias de los espectadores. Es por ello que los comentarios o
críticas que asemejan unas y otras producciones se me antojan provenientes de
espectadores que confunden el ver toneladas de porno con no ya saber de porno,
sino entender lo que tienen delante de sus narices, para poder sentenciar una
similitud de estilos y sus técnicas cinematográficas. Es más elaborado y menos
industrial hacer lo que hace Lust. Pero algunos, para saber verlo, deberían
devolver las neuronas al cerebro un rato.
—No tardan horas en
ponerse a follar. Porque
precisamente, una de las grandes virtudes de Lust es dibujar la historia con
unos cuantos planos. Con unas pocas acciones, en apenas un minuto o dos, nos
marca quién son los personajes, donde están y lo que va a suceder. A veces
incluso lo hace con la pareja de actores ya en faena. Por lo cual, ni la
historia será completamente anónima y aséptica, ni tendremos que esperar mucho
a que el sexo empiece.
—Es porno para mujeres,
sí, pero también lo es para hombres. De hecho, aunque la perspectiva de
Lust es feminista y su constante manifiesto lo es, yo señalaría que su punto de
vista es un punto de anclaje que le sirve para arrastrar la pornografía
convencional rodada para un público masculino hacia un punto más intermedio,
más ecuánime, que dignifica un poco más tanto la figura actoral femenina, como
la masculina. La actriz ya no es solo un objeto sobre un sofá que va a ser
follada por uno o más agujeros y el actor ya no es un pene ambulante de cabeza
cortada. De esta forma, vuelve Lust a los inicios «ingenuos» de la pornografía
donde la voluntad, más que filmar solo a la fémina, era rodar «el sexo», el
encuentro de la pareja en el momento de cama. En sus escenas tanto hombres como
mujeres espectadores, podrán disfrutar de cuotas de cámara mejor repartidas
para ambos sexos.
—Y, por favor, no es
softcore. Toda
la filmografía de Lust contiene escenas de sexo explícito. En XConfessions,
además hay varios polvazos de los de quitar el sentido. Porque la oferta es variada:
tanto a los que gustan del juego erótico suave como a los que buscan ver un
buen empotramiento furtivo verán su necesidad satisfecha.
Con lo que fantaseamos
Los microrrelatos del
público fueron la materia prima para estas escenas, pues. Una materia prima muy
variada que acabó reflejándose en la selección hecha por la directora para los
rodajes; también lo ha sido la selección de cortos que se usaron para editar
los dos volúmenes en DVD hasta la fecha. Erika no parece haber tirado hacia lo
fácil, si bien no ha descartado los fetiches más comunes que pueden funcionar
de cara a un amplio público. Muchas de las escenas podrían etiquetarse, como se
hace habitualmente con el porno al por mayor: couple, bondage, amateur, voyeur, footfetish, oral sex, milf, threesome, sex at work… Todas esas
denominaciones ya frecuentes en el mercado común del porno podrían aplicarse a
una u otras escenas que integran en estos volúmenes. Sin embargo, la traslación
de estas fantasías del público al corto pornográfico están aquí tan limpias de
los vicios y lugares comunes habituales del género —y de eso hay que atribuir
una parte del mérito a su origen en los relatos ajenos— que realmente parece
algo nuevo, casi ingenuo, como si la pornografía pudiera esquivar los años que
estuvo discriminada y se rodaba en feos camastros, se
compraba en oscuras tiendas y se visionaba en salas marcadas con una
letra escarlata. Como si solo se tratara de rodar y mostrar un aspecto más de
la vida, narrar una historia de corte sexual, sí con morbosidad y picardía,
pero sin cortapisas y prejuicios. Lo que tendría que haber sido.
Los temas a los que se ha
dado ventaja casan perfectamente con las mejores especialidades de Lust como el
costumbrismo aplicado al sexo o la fantasía de tinte onírico. Por un lado,
destaca la cotidianía erotizada: un polvo en el almacén del curro, una pareja
montando muebles en casa a los que les entra una urgencia inesperada de
follarse el uno al otro, unos vecinos que se espían mientras se lo montan… son
historias con tal plausibilidad que permiten emplazarlas en tonos casi
costumbristas: algo que nos podría haber pasado alguna vez o que nos han
contado y que nos gustaría que pasara. El otro tema recurrente —algo menos
usado que el anterior— es un cierto onirismo, donde los propios protagonistas,
en algunas situaciones parecen imaginar o soñar con lo que desean,
interviniendo aquí fantasías de rol donde se juega a la persecución, a la
dominación, a la sumisión o al voyeurismo. Y el tercer tema que me parece
propio a destacar es el de la inversión de roles. Lust juega la carta feminista
dándole la vuelta a ciertas cuestiones habituales en la fantasía masculina
heterosexual. Por ejemplo, si a un chico le puede resultar erótico una chica en
ropa masculina —una camisa o incluso ropa interior—, ¿por qué no un chico al
que su pareja lo viste con su ropa, mientras se enrollan?
Finalmente, cabe mencionar
el casting de actores y actrices seleccionados.
Puede decirse claramente, que Lust parece contar ya —como ha sucedido con
anterioridad con otros pornógrafos célebres— con su propio castingde
referencia. Así como hasta la fecha había rodado muy puntualmente con diversas
actrices y actores, apenas sin repetir, aquí cuenta ya con un plantel que le ha
funcionado tremendamente bien. Por la parte masculina, se diría que ha
encontrado ese modelo de chico alternativo y bello que andaba buscando y que se
distancia de los cánones más comunes del género, buena parte de ellos definidos
por el exceso de musculación y tatuajes. Bien es cierto que seguramente los
actores de esta serie de cortos se pasen alguna que otra hora en el gimnasio,
pero Joel Tomas, Kristopher
Kodjoe y Maximiliano
Gamberro —por decir tres nombres— pasarían perfectamente
por modelos de ropa interior masculina o por ese guapo camarero de discoteca.
Igualmente, remarcar que no estamos hablando de «niños bonitos» cuando cumplen
—y con creces— su función de actores porno. Para las actrices ha habido un tono
variado, pero también alternativo. Y esto va a parecer un comentario altamente
superficial, pero Erika ha evitado casi totalmente a las rubias, de bote o de
cualquier otro tipo. Sí que ha recurrido a actrices ya estrellas del porno mainstream, como la
española Carol Vega o la polaca Misha
Cross, que han dejado grandes escenas, han entendido bien el
tipo de pornografía de Lust y han demostrado tener tanto tablas sexuales como
interpretativas, por escasa que sea la interpretación solicitada. Mención
especial debo hacer a la pelirroja Amarna Miller que sorprenderá gratamente al público
tanto por la forma en que la cámara la adora como por su entrega al sexo de una
forma espontánea y bastante salvaje, con una naturalidad desmedida. Y nota
también buena para la excelente química entre Joel Tomás y Alexa
Tomás y su
versatilidad como pareja porno artística. Lust los ha usado hasta en tres
escenas con roles y entornos completamente diferentes, por lo que sus escenas difícilmente
resultarán repetitivas al espectador.
Cortos recomendados
Para finalizar este
artículo selecciono cuatro cortos que, en mi opinión, son excelentes; eso sí,
sin querer quitarle mérito al resto.
I fucking love Ikea – Escena que abre el primer volumen,
muy bien seleccionada para prender la mecha de la serie de forma divertida,
desenfadada y un poco gamberra. El cóctel lo compone un amago de parodia
de la pornografía mainstream,
un saque de ingenio en la «pornificación» de los catálogos de la célebre marca
de mobiliario doméstico —nótese el guiño a la popular relación de amor/odio del
público hacia la misma en el título— y mucho mucho sexo sin freno. Carol Vega
está en su salsa en esta pieza, precisamente al recordar a estas escenas de
corte más convencional. Sin embargo hay que destacar también la versatilidad de
la actriz para muy sutilmente interpretar distintos personajes, sin mediar
apenas palabra, en otros cortos de XConfessionscomo We know you are watching o The
art of spanking.
Before the guests arrive – En toda serie de cortos o de
películas porno de escenas cortas, todo buen amante del porno acaba por señalar
su escena favorita. Una a la que vuelve con frecuencia. Muchas de las escenas
de XConfessions me han gustado bastante. Pero creo que
mi favorita —por la de veces que he vuelto a ella— de toda la serie es esta
brevísima pieza de apenas cinco minutos. La situación que ilustra es la de una
pareja que empieza a follar en la cocina de su piso, con los fogones en marcha
y los invitados llamando a la puerta. La escena empieza ya tórrida desde el
primer segundo y el ritmo con el que se desarrolla es perfecto para la idea que
busca. Los elementos de la cocina en marcha, la presión del reloj que va
marcando los segundos, los súbitos cambios de postura de Kristopher Kodjoe y
Amarna Miller, montándoselo por toda la encimera, la premura del timbre de la
puerta que suena con los invitados esperando fuera… Es el proverbial
«quiqui rápido» materializado en escena porno. La pieza parece sencilla
pero entraña una calidad técnica y de montaje excelente. Servidor la ha visto
varias veces en bucle. Desnudo de cintura para abajo; ¿o acaso los críticos de
música escuchan los discos con tapones en los oídos? De nuevo, quiero
distinguir a Amarna Miller : es fascinante cómo clava la mirada en su pareja de
baile, todo el morbo que destila y su forma de dejarse llevar hacia auténticos
orgasmos ante la cámara. Su talento, además, le ha valido un Premio Ninfa a la
mejor actriz en la edición de este mismo año. Sin duda alguna seguiremos su
carrera con gran interés.
Lets make a porno – Escena que es una deliciosa
contradicción. ¿Cómo le damos la vuelta a una escena amateur?
¿Cómo dotamos de calidad a algo amateur sin que se pierda su esencia? La
directora se propuso grabar una escena con una pareja que no habían rodado
jamás porno en su vida y cuya fantasía —confesión— era precisamente eso. Pero
esta pieza no se queda solo en rodar una escena amateur,
sino que Lust la aprovecha para jugar al metacine o más bien dicho en este
caso, al metaporno. Porque crea dos universos simbólicos. Uno es el de la
escena rodada donde invita a dos personas «reales» a follar en un entorno donde
la única realidad existente es la pareja retozando en la cama. El otro universo
es el de la misma escena, vista desde fuera donde —como en las escenas amateurs— se
revela el acto de la filmación del coito casi a modo de documental behind the scenes, con todos
sus integrantes, cámaras, ayudantes y la propia Erika alrededor —que parecen
casi como silenciosos duendes escondidos en el set—. En el proceso se van
recogiendo infinidad de detalles, de pequeñas bellas imperfecciones, casi como
las que aparecen en los vídeos amateur,
pero cuyos directores no destacan o no saben destacar. Lust lo hace y va
alternando uno y otro universo en el montaje final de la escena dando como
resultado una reverencia tanto al sexo en sí mismo —con todos sus besos, sudor
y orgasmos— como a la pornografía bien hecha.
A blowjob is always a
great last-minute gift idea! –
Esta escena parece haber quedado fuera de la selección dirigida a las
películas, pero puede contemplarse en la página web de XConfessions.
La destaco aquí primero por su tremenda capacidad cómica —pude verla en una de
las presentaciones de la serie en un cine en Barcelona y el público disfrutó
ampliamente con ella— y por lo irreverente que resulta; también por ser una de
las pocas piezas homoeróticas. Demuestra un conocimiento total de todos los
vídeos de mamadas habidos y por haber y de sus respectivos clichés filmados
en primer plano: el juego con la saliva, el lametón de arriba abajo, el
agolpamiento del miembro en la cara interna de la mejilla, el deepthroat. La escena empieza
casi de forma inocente y poco a poco va aumentando su tono para convertirse
tanto en parodia de las escenas habituales de mamadas como en un gran vídeo de
temática toy. Y todo ello
en un espacio público. Independientemente de la orientación sexual de cada uno,
esta escena hay que verla. A quien no le ponga cachondo, una sonrisa al menos
le sacará
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