lunes, 26 de febrero de 2018

Feck: ¿Porno ético? ¿Porno responsable? - Enrique Campos


Chris Truby empezó a ver pornografía a los diez años cuando buscó en internet la palabra «melones». Aquella búsqueda inocente derivó en otras, y en menos de una hora Chris estaba viendo un vídeo de título «La reina de las corridas en las tetas». Quizá hubiera considerado que el vídeo era una rareza si no fuera porque el contador de reproducciones pasaba de los tres millones. Ahora, con quince años, a Chris le cuesta mantener una erección si no tiene delante imágenes de sexo extremo.

Es la voz omnisciente y severa de Emma Thompson en la adaptación de la novela de Chad Kultgen, Hombres, mujeres y niños¸ compendio de los usos y costumbres despersonalizadores de la sociedad 2.0 y del carácter de trastorno obsesivo compulsivo que ha adquirido el sexo en la escalara de valores occidental. El joven Chris no va a tardar en darse cuenta de que lo que ha conformado su imaginario erótico no solo no tiene nada que ver con el mundo real sino que interfiere en sus percepciones, sus sensaciones, sus tendencias, hasta el punto de no poder consumar el primer polvo de su vida. Antes de esa cita ensaya con un balón de rugby conveniente agujereado y lubricado, pero algo no va bien. La cabeza está en otra parte. Está en esas imágenes de sexo extremo, como el vídeo de transexuales con máscaras de hockey entregados alegremente a la sodomía que le ha enseñado a su amigo Danny durante el almuerzo, para súbita inapetencia de este. A Chris le sucede lo contrario que al Fernán Gómez de El viaje a ninguna parte y su «¡Esto del cine es una mierda!». ¡Esto de la realidad es una mierda! Mi chica no me recibe vestida de enfermera sexy, su ropa interior no es de vinilo negro, no suplica que le deje satisfacerme. Sobre todo, es de carne y hueso.

Descartamos estereotipos en favor de la creatividad y la aventura
¿La vida sexual de Chris sería menos conflictiva para él mismo y para su pareja si en vez de toparse con la reina de las corridas en las tetas hubiera aterrizado con su puntero en cualquiera de los sitios de Feck y su pornografía sostenible? Amarna Miller, que hará de cicerone por los callejones de Feck no lo tiene tan claro. No se trata de eso. Ha trabajado para Feck, pero mucho más para las grandes productoras de pornomainstream: «Si después de ver Batman un niño no llega a su casa, se pone una capa y empieza a pegar a todo el mundo es porque alguien le ha enseñado a diferenciar fantasía de realidad. Lo que hace falta es más educación sexual, no menos porno, sea Feck o BangBros. Si no queremos que los adolescentes repitan lo que están viendo en pantalla tenemos que explicarles cuáles son las prácticas más positivas para ellos. ¡Así de fácil!». Tan fácil como le resulta a un crío de siete años cepillarse el control parental de Windows. Pero Amarna tiene razón. A pesar de que en I Feel Myself, Gentlemen Handling, I Shot Myself o Beautiful Agony no se muestra nada que pudiera distorsionar la sexualidad de los chavales, siempre hay que presuponer que la pornografía no está pensada para menores de edad. En todo caso eso formaría parte de la ética al margen del porno, de educación para la ciudadanía, de los dos rombos y a la cama con El pequeño vampiro a las nueve y media. La balada de un mundo en el que todo el porno fuera como el de Feck sonaría bien dentro del «Imagine» de Lennon, y ya sabemos cómo acabó la utopía de John y Yoko. The dream is over.
Despertamos del sueño y toca preguntarse qué tiene de especial esta productora que llegó de Australia con un manifiesto tatuado en el pecho.
Beneficioso para nuestras colaboradoras. Gratificante para nuestro público
Amarna habla de Feck como de un programa de iniciación. Pasitos de bebé, escalones, escalafones. Las chicas promocionan de una web a otra según su disposición y según su aceptación. Una estructura cuasi asamblearia, porno podemita. De I Shot Myself y las instantáneas de la desnudez a los primeros planos de la petite mort enBeautiful Agony, hasta embarcar en el buque insignia I Feel Myself: ellas, solas o en compañía de otras como ellas, masturbándose. Y corriéndose.
La compañía se fundó en 2003 bajo unas directrices tan simples que uno se da de cabezazos contra el monitor por no haber llegado antes. Desde I Shot Myself llamaban a la acción a chicas urbi et orbi y les proponían un trato sencillo y directo: «Son sets de fotos que las chicas se hacen a sí mismas. En su casa, en el patio trasero, en el campo». En Melbourne, un tal Richard se entrega a la infernal tarea de elegir entre miles de candidatas, miles de retratos. «Si aceptan tus fotos, y es bastante probable que te las acepten si sigues las pautas que te dan, te pagan una cantidad de dinero y las publican en la web». Se entiende por qué el material es gratificante para el público. Puede que no tanto para el malacostumbrado Chris Truby, pero sí para el consumidor no disfuncional de material erótico. Ni los panfletos de tendencias pueden torcer el apetito por esas fotos de mujeres desnudas.
Menos obvia se adivina la otra parte del axioma: «beneficioso para nuestras colaboradoras». Hablamos de dinero, claro. Hasta que alguien funde Onanistas Sin Fronteras, el porno es y será dinero. Para comprender qué es lo que marca la diferencia, Miller empieza por explicar cómo funcionan las remuneraciones en la industria: «En el porno te pagan por escena. Las ruedas y no vuelves a saber nada más de la compañía ni de lo que pasa con tus vídeos o con tus fotos«. Pagan bien, muy bien. La sexta potencia económica mundial es la única donde las damas ganan más que los caballeros. Tres veces más.
Aunque nadie se hace rico firmando cheques. «Firmas un modelo de contrato que es bastante abusivo y al firmarlo renuncias a percibir más dinero, incluso aunque ese vídeo se venda a terceros, o se saque en colecciones, deuvedés». Es el sueño húmedo de Florentino Pérez, quedarse con todos los derechos de imagen de sus jugadores, presentes y futuros, y con el mármol de la lápida en usufructo. Feck, sin embargo, apela en cierta manera a esa suerte de silogismo disyuntivo que llaman «buen capitalismo», o comercio justo, si prefieren. Tienen un producto vendible, demanda ilimitada y, ¡oh, sorpresa!, optan por no estrujar el limón con una prensa hidráulica. «Feck es la única productora del mundo que conozco que da royalties. No solo te pagan por la escena, sino que jamás venden el material a terceros y, lo más importante, después de grabar tu escena o enviar tus fotos sigues recibiendo dinero por cada reproducción, por cada foto descargada. Esto es inaudito en el porno».
Ahora sí empezamos a entrever esa pátina de responsabilidad en Feck. No más joselitos ni marisoles en el porno. Tanto vales, tanto produces, tanto ganas. Una ecuación en principio bastante sencilla que a nuestra especie le está costando interiorizar. Y las cuentan salen; ninguna compañía se mantiene a flote más de diez años con cinco mil trabajadores, eventuales o no, si los números se tiñen de rojo embargo. La buena praxis no te catapulta a la lista Forbes pero es rentable.
Imagen: Feck.

Mostramos la belleza de cualquier cuerpo, no importan la talla, las formas, la edad
Un manifiesto se parece mucho a un programa político. Es una enumeración de intenciones, una totalidad a la que luego hacer enmiendas según convenga. Feck se mantiene bastante fiel a su programa. «Lo que pretenden es mostrar una belleza realista», continúa Miller. «Cogen a chicas naturales, no les gustan los implantes de pecho, no les gustan las chicas con cirugía, no hay maquillaje». Sin una Ana Pastor a mano que ejecute un fact check estalinista hay que comprobar si esto es cierto y acudir a la fuente. Y es cierto solo en parte. Pubis con vello, pubis sin vello, axilas peludas, piernas peludas, o todo lo contrario. En I Shot Myself podemos toparnos con modelos a las que Botero daría el visto bueno, maduras, glotonas, aunque prima la estética de Rembrandt. No hay ni rastro de las «zorras, feas, viejas, malencaradas» de las que hablaba Virginie Despentes. En I Feel Myself el corsé se ajusta mucho más. Delgadez, piel tersa (y caucáisca a ser posible), las facciones deliciosas y el rubor de la juventud. Ese punto del manifiesto debería reescribirse: «Mostramos la belleza de cualquier cuerpo… que nos parezca bello». Pecados veniales que tendrían que purgar por igual estos australianos y hasta el último director nuevaolero que coqueteó en la playa con Pauline o se enamoró de unas rodillas ilegales. La belleza está en los ojos del que mira, de acuerdo, pero los que miran suelen abrazar cánones muy parecidos. Feck se limita a despojar esos cánones de la parafernalia de club de striptease.
La propia Amarna Miller es una anomalía entre todas las modelos que han desfilado por la productora. «Es muy raro que trabajen con pornstars, y mucho más raro que te lleven a Australia, como a mí, a rodar unas escenas; pero yo me ajusto al perfil de vecinita de enfrente que buscan». Tras anotar las señas de ese vecindario es inevitable preguntar si emplear a estrellas porno no contraviene las aspiraciones de realismo, de naturalidad. «Ellos no sabían que yo había trabajado en el porno hasta que llegué allí, pero no les importó. No se trata de amateurs contra profesionales sino de encajar en el modelo que buscan».
Lo que buscan para sus vídeos, lozanía al margen, tiene un nombre: orgasmo. Orgasmos über alles. En las hermosas agonías «ni siquiera hay desnudez, todo es implícito». Para contemplar a la mujer corriéndose en toda su inmensidad hay que pagar peaje en I Feel Myself. En tu sofá, delante del ordenador o arrugando las sábanas blancas en el set de rodaje, correrse es innegociable.
Subvertimos los modelos dominantes en el erotismo
No impostar, no falsear, presentar el placer femenino tal cual. La ética también es eso. Para ilustrar lo que Feck hace por «empoderar a la mujer» Amarna recuerda a un novio-martillo que tuvo con dieciocho años. «Estaba muy traumatizado porque yo no me corría con la penetración, solamente me corría tocándome el clítoris. Me hizo pensar que estaba enferma, hasta el punto de recomendarme ir a un sexólogo». Más significativa aún es la historia de uno de sus clientes exclusivos. «Aparte de todo el porno y de todo lo que ya sabemos, vendo vídeos custom. La gente me paga, me dan unas directrices, grabo un vídeo para ellos y se lo mando. Hubo un chico que quería ver cómo me corría de verdad, así que me hice un dedo como me hago un dedo en mi casa. Yo no grito muchísimo, ni me muevo muchísimo. Más que nada estoy en silencio, concentrada, y cuando me corro a lo mejor emito algún sonido, pero poco más». De no ser porque Miller no admite reembolsos, he ahí un cliente insatisfecho dispuesto a pedir la hoja de reclamaciones. «Me mandó un mensaje diciendo que no esperaba que fuese así». Primero los Reyes Magos se convierten en los padres y ahora esto. Pobre hombre.
Ese modelo dominante al que alude el manifiesto ha permanecido inmutable desde los días en que Alfonso XIIIdedicaba a su pornoteca privada el esperma que no desperdigaba engendrando bastardos. Porque el tercer acto en la pornografía se llama eyaculación, a menudo entre las tetas de la reina virtual del joven Chris Truby. Feck y en concreto I Feel Myself fulminan no solo ese tercer acto, también los dos primeros. No hay macho alfa, no hay introducciones absurdas. Una chica aparece acostada en la cama. Se toma su tiempo. Hace todo lo que la mayoría de los hombres no creen que sea necesario hacer. Se acaricia los pechos, para. Se acaricia los muslos, y vuelve a parar. Desliza una mano bajo las bragas, pero solo tantea el terreno. Otra vez los pechos, otra vez los muslos. Dildos o dedos, o los dedos de una amiga, o una almohada. La historia puede terminar con espasmos y gloria a Dios Padre o con un suspiro que suena a epifanía, pero no hay dos desenlaces iguales, porque no hay guion. «Si lo haces en tu casa, tú decides qué vas a enseñar y cómo vas a enseñarlo, si vas al estudio, el de la cama blanca, que siempre es el mismo, te preguntan si quieres o no que los técnicos se queden en la habitación. Yo estoy muy acostumbrada a rodar con gente alrededor, pero quien no lo esté puede pedir que salga todo el mundo. Hay cámaras por todos lados. Se puede dejar todo el set de cámaras dispuesto, tú te quedas en la cama y te pones a lo tuyo».
Imagen: Feck.
Mostramos a la mujer como alguien poderoso, independiente del hombre
Antes de empoderarnos, no obstante, conviene saber de dónde venimos. Mejor que eso: adónde vamos. Conviene poder elegir. La directora Erika Lust, impulsora de un concepto, «porno para ellas», del que ahora prefiere desmarcase «porque mi público no son solo mujeres, son personas modernas, inclusivas, con una actitud positiva hacia el sexo», no forma parte del colectivo Feck, pero comulga con sus postulados. No necesitamos más joselitos ni marisoles; tampoco tracilords, ni muñecas rotas. «Yo no trabajo con performers que tengan menos de veintiún años, y aun así siempre les explico las repercusiones de ser una actriz porno. Solo trabajo con personas que están seguras de lo que quieren, y luego los escucho. ¿Qué quieren hacer? ¿Con quién quieren hacerlo? Por supuesto, se debe trabajar con una remuneración justa y con el máximo cuidado para la salud». La salubridad a Feck se le presupone. En ausencia de penetraciones e intercambio de fluidos y con un juego de cama de anuncio de detergente las ETS lo tienen complicado para proliferar. Pero Erika introduce un matiz capital: la madurez. Las decisiones que se toman con dieciocho años son impulsivas, osadas, probablemente necesarias, pero en general no viajan contigo más allá de la siguiente esquina. Salvo si tu decisión es rodar porno. El porno que veía Chris Truby con diez años, el que ve con quince y el que verá con cuarenta y cinco. La vida pasa, el porno queda… en internet.
¿Cómo calibrar la madurez de las modelos? Es imposible hacerlo desde el graderío, aunque el perfil tipo en Feck muestra a una mujer de clase media, cultivada, inquieta. Todo lo que el estereotipo porno acalla. Por sus lecturas, sus gustos y sus lemas vitales, desgranados en las páginas de cada una de las chicas, no parecen encajar en la imagen de white trash a la fuga, con la brújula apuntando al cartelón de Hollywoodland, que termina rodando una doble penetración para el Torbe del Valle de SanFernando. Dostoyevski, Lovecraft, Houellebecq, Toni Morrison,   Neruda, HarmonyKorine, Gondry, CatStevens, Brel, Max Richter…  Seguimos sin saber si las «vecinas» de Amarna Miller son lo suficientemente maduras para afrontar un pasado en el porno, pero tienen criterio, un buen puente hacia todo lo demás. Alguna incluso nombra a Wittgenstein. ¿Hubiera disfrutado Wittgenstein de I Feel Myself o ya se quedó a gusto del todo con el Tractatus? Al fin y al cabo para él ética y estética eran lo mismo.

Nuestras obras tienen un valor cultural y artístico
Enterrar los cimientos de una productora de pornografía en el ininteligible universo del filósofo alemán no ha lugar, pero incluso las galaxias más alejadas entre sí pueden llegar a colisionar si se les da el tiempo suficiente. Si alguien se siente espoleado por lo que está leyendo y se propone iniciar una colaboración fructífera con estos erotómanos de las antípodas debe evitar en la medida de lo posible el selfie de cuarto de baño con rollo de papel higiénico al fondo. Bajar la tapa del váter también da puntos. Pero la noción de lo que es o no artístico va por barrios. Incluso el porno nació artístico y bohemio a su manera. El Hollywood de Segunda B, El otro Hollywoodde Legs McNeil.
El escay, los estampados florales o el mueble-televisor no entran dentro del patrón formal del producto made in Feck. No, mientras Ikea no dé el visto bueno al ajuar de nuestros padres. Hay una marca de la casa para lo filmado en su estudio; cama de dos por dos, iluminación de sombras chinescas que oscurece todo menos las curvas de la modelo. Lo que ellos controlan está bien definido, pero su criba para la «externalización» desemboca de igual manera en homogeneidad. Con la creatividad desatada y el catálogo del monstruo sueco a mano, hasta un cono de tráfico en mitad del loft parece un elemento familiar. Esa es la idea. El ambiente cuidadosamente descuidado de los chicos de hoy en día. Bienvenidos a la república independiente de mi casa. Ahora, paso a masturbarme.
No se toman a la ligera lo de al arte por el sexo, o por la desnudez. En Feck:Art completan la transición de pornógrafos a mecenas. Exponen en una galería de Melbourne la «bella obscenidad de los creadores emergentes» y premian con tres mil dólares la obra más bella y más obscena (no necesariamente por ese orden). A Miller, antigua alumna de Bellas Artes, ese concepto, hazlo tú mismo y hazlo bonito, le puso las orejas de punta: «Podía pensar en sets de fotos que realmente me interesaran, y como estudié fotografía era una forma de animarme a hacer más cosas».
Facturamos erotismo que puede atraer tanto a hombres como a mujeres
¿Le importan el mobiliario y las pistolas de Warhol al consumidor habitual de porno? Pregúntenle al consumidor habitual de porno que tengan más a mano. O pregúntenselo al espejo. Una voz anónima, masculina, comenta que «a mí lo que no me gusta de esto es que no haya pollas. Sin polla, no me puedo identificar». Sí, esa necesidad de una polla subrogada en pantalla es la que mueve la maquinaria del pornomainstream, cien mil millones de euros al año. Entonces, ¿no son los hombres legión entre los suscriptores de Feck? Erika Lust opina que «probablemente el setenta por ciento de los suscriptores sean tíos». Son los más entusiastas, los más participativos en los foros de I Feel Myself, los que más interactúan con las modelos; sin embargo, según Amarna, «las chicas no suelen hacer comentarios, sobre todo si ven que están rodeadas de hombres». La pescadilla que se muerde la cola. Aun así, mientras ese estudio de la Universidad de Essex, que afirma que todas las mujeres son bisexuales y/o lesbianas, no tenga un poco más de base que la mera fantasíathreesome de un científico solitario, es lógico deducir que la mayoría de los que disfrutan con los frescos del orgasmo femenino son hombres. Incluso el cliente decepcionado por el éxtasis minimalista de Miller puede llegar toparse con su clímax ideal entre la montaña de material de Feck. No existe el «porno para ellas», existen los clichés. Las mujeres que discrepen de los profesores de Essex (y tal vez la voz anónima que necesita ver pollas) encuentran en Gentlemen Handling la misma medicina que los varones heterosexuales reciben de I Feel Myself: seres del sexo opuesto, de muy buen ver, entregados a sus labores.
Es indiferente que en The Best Porn cataloguen a Gentlemen Handling como «porno gay» y no hagan lo propio con I Feel Myself. Esto forma parte de la tarea que Amarna, Erika, Feck y algunas otras aldeas que resisten al invasor se han impuesto: repensar(nos). Nunca es tarde. Ni siquiera para Chris Truby.


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