Chris Truby empezó a ver
pornografía a los diez años cuando buscó en internet la palabra «melones».
Aquella búsqueda inocente derivó en otras, y en menos de una hora Chris estaba
viendo un vídeo de título «La reina de las corridas en las tetas». Quizá
hubiera considerado que el vídeo era una rareza si no fuera porque el contador
de reproducciones pasaba de los tres millones. Ahora, con quince años, a
Chris le cuesta mantener una erección si no tiene delante imágenes de sexo
extremo.
Es la voz omnisciente y
severa de Emma Thompson en la adaptación de la novela de Chad
Kultgen, Hombres,
mujeres y niños¸ compendio de los usos y costumbres despersonalizadores de
la sociedad 2.0 y del carácter de trastorno obsesivo compulsivo que ha
adquirido el sexo en la escalara de valores occidental. El joven Chris no va a tardar en darse
cuenta de que lo que ha conformado su imaginario erótico no solo no tiene nada
que ver con el mundo real sino que interfiere en sus percepciones, sus
sensaciones, sus tendencias, hasta el punto de no poder consumar el primer
polvo de su vida. Antes de esa cita ensaya con un balón de rugby conveniente
agujereado y lubricado, pero algo no va bien. La cabeza está en otra parte.
Está en esas imágenes de sexo extremo, como el vídeo de transexuales con
máscaras de hockey entregados alegremente a la sodomía que le ha enseñado a su
amigo Danny durante el almuerzo, para súbita inapetencia de este. A Chris le
sucede lo contrario que al Fernán Gómez de El
viaje a ninguna parte y su
«¡Esto del cine es una mierda!». ¡Esto de la realidad es una mierda! Mi chica
no me recibe vestida de enfermera sexy, su ropa interior no es de vinilo negro,
no suplica que le deje satisfacerme. Sobre todo, es de carne y hueso.
Descartamos estereotipos
en favor de la creatividad y la aventura
¿La vida sexual de Chris
sería menos conflictiva para él mismo y para su pareja si en vez de toparse con
la reina de las corridas en las tetas hubiera aterrizado con su puntero en
cualquiera de los sitios de Feck y su pornografía sostenible? Amarna Miller, que hará de
cicerone por los callejones de Feck no lo tiene tan claro. No se trata de eso. Ha trabajado para Feck, pero
mucho más para las grandes productoras de pornomainstream: «Si después
de ver Batman un niño no llega a su casa, se pone
una capa y empieza a pegar a todo el mundo es porque alguien le ha
enseñado a diferenciar fantasía de realidad. Lo que hace falta es más educación
sexual, no menos porno, sea Feck o BangBros. Si no queremos que los
adolescentes repitan lo que están viendo en pantalla tenemos que explicarles
cuáles son las prácticas más positivas para ellos. ¡Así de fácil!». Tan fácil
como le resulta a un crío de siete años cepillarse el control parental de
Windows. Pero Amarna tiene razón. A pesar de que en I Feel Myself, Gentlemen
Handling, I Shot Myself o Beautiful Agony no se muestra nada que pudiera distorsionar la sexualidad
de los chavales, siempre hay que presuponer que la pornografía no está pensada
para menores de edad. En todo caso eso formaría parte de la ética al margen del
porno, de educación para la ciudadanía, de los dos rombos y a la cama con El pequeño vampiro a las nueve y media. La balada de un
mundo en el que todo el porno fuera como el de Feck sonaría bien dentro del
«Imagine» de Lennon,
y ya sabemos cómo acabó la utopía de John y Yoko. The
dream is over.
Despertamos del sueño y
toca preguntarse qué tiene de especial esta productora que llegó de Australia
con un manifiesto tatuado en el pecho.
Beneficioso para nuestras
colaboradoras. Gratificante para nuestro público
Amarna habla de Feck como
de un programa de iniciación. Pasitos de bebé, escalones, escalafones. Las
chicas promocionan de una web a otra según su disposición y según su
aceptación. Una estructura cuasi asamblearia, porno podemita. De I
Shot Myself y las
instantáneas de la desnudez a los primeros planos de la petite mort enBeautiful
Agony, hasta embarcar en el buque insignia I
Feel Myself: ellas, solas o en compañía de otras como ellas, masturbándose.
Y corriéndose.
La compañía se fundó en
2003 bajo unas directrices tan simples que uno se da de cabezazos contra el
monitor por no haber llegado antes. Desde I Shot Myself llamaban a la acción a chicas urbi et
orbi y les proponían un trato sencillo y directo: «Son sets de fotos que las chicas se hacen
a sí mismas. En su casa, en el patio trasero, en el campo». En Melbourne, un
tal Richard se entrega a la infernal tarea de
elegir entre miles de candidatas, miles de retratos. «Si aceptan tus fotos, y
es bastante probable que te las acepten si sigues las pautas que te dan, te
pagan una cantidad de dinero y las publican en la web». Se entiende por qué el
material es gratificante para el público. Puede que no tanto para el
malacostumbrado Chris Truby, pero sí para el consumidor no disfuncional de
material erótico. Ni los panfletos de tendencias pueden torcer el apetito por
esas fotos de mujeres desnudas.
Menos obvia se adivina la
otra parte del axioma: «beneficioso para nuestras colaboradoras». Hablamos de
dinero, claro. Hasta que alguien funde Onanistas Sin Fronteras, el porno es y
será dinero. Para comprender qué es lo que marca la diferencia, Miller empieza
por explicar cómo funcionan las remuneraciones en la industria: «En el porno te
pagan por escena. Las ruedas y no vuelves a saber nada más de la compañía ni de
lo que pasa con tus vídeos o con tus fotos«. Pagan bien, muy bien. La sexta
potencia económica mundial es la única donde las damas ganan más que los
caballeros. Tres veces más.
Aunque nadie se hace rico
firmando cheques. «Firmas un modelo de contrato que es bastante abusivo y al
firmarlo renuncias a percibir más dinero, incluso aunque ese vídeo se venda a
terceros, o se saque en colecciones, deuvedés». Es el sueño húmedo de Florentino
Pérez, quedarse con todos los derechos de imagen de sus
jugadores, presentes y futuros, y con el mármol de la lápida en usufructo.
Feck, sin embargo, apela en cierta manera a esa suerte de silogismo disyuntivo
que llaman «buen capitalismo», o comercio justo, si prefieren. Tienen un
producto vendible, demanda ilimitada y, ¡oh, sorpresa!, optan por no estrujar
el limón con una prensa hidráulica. «Feck es la única productora del mundo que
conozco que da royalties. No solo te
pagan por la escena, sino que jamás venden el material a terceros y, lo más
importante, después de grabar tu escena o enviar tus fotos sigues recibiendo
dinero por cada reproducción, por cada foto descargada. Esto es inaudito en el
porno».
Ahora sí empezamos a
entrever esa pátina de responsabilidad en Feck. No más joselitos ni marisoles
en el porno. Tanto vales, tanto produces, tanto ganas. Una ecuación en
principio bastante sencilla que a nuestra especie le está costando
interiorizar. Y las cuentan salen; ninguna compañía se mantiene a flote más de
diez años con cinco mil trabajadores, eventuales o no, si los números se
tiñen de rojo embargo. La buena praxis no te catapulta a la lista Forbes pero
es rentable.
Imagen: Feck.
Mostramos la belleza de
cualquier cuerpo, no importan la talla, las formas, la edad
Un manifiesto se parece
mucho a un programa político. Es una enumeración de intenciones, una totalidad
a la que luego hacer enmiendas según convenga. Feck se mantiene bastante fiel a
su programa. «Lo que pretenden es mostrar una belleza realista», continúa
Miller. «Cogen a chicas naturales, no les gustan los implantes de pecho, no les
gustan las chicas con cirugía, no hay maquillaje». Sin una Ana
Pastor a mano que
ejecute un fact check estalinista hay que comprobar si esto
es cierto y acudir a la fuente. Y es cierto solo en parte. Pubis con vello,
pubis sin vello, axilas peludas, piernas peludas, o todo lo contrario. En I
Shot Myself podemos
toparnos con modelos a las que Botero daría el visto bueno, maduras,
glotonas, aunque prima la estética de Rembrandt. No hay
ni rastro de las «zorras, feas, viejas, malencaradas» de las que hablaba Virginie Despentes. En I
Feel Myself el corsé
se ajusta mucho más. Delgadez, piel tersa (y caucáisca a ser posible), las
facciones deliciosas y el rubor de la juventud. Ese punto del manifiesto
debería reescribirse: «Mostramos la belleza de cualquier cuerpo… que nos
parezca bello». Pecados veniales que tendrían que purgar por igual estos
australianos y hasta el último director nuevaolero que coqueteó en la playa con
Pauline o se enamoró de unas rodillas ilegales. La belleza está en los ojos del
que mira, de acuerdo, pero los que miran suelen abrazar cánones muy parecidos.
Feck se limita a despojar esos cánones de la parafernalia de club de striptease.
La propia Amarna Miller es
una anomalía entre todas las modelos que han desfilado por la productora. «Es
muy raro que trabajen con pornstars,
y mucho más raro que te lleven a Australia, como a mí, a rodar unas escenas;
pero yo me ajusto al perfil de vecinita de enfrente que buscan». Tras anotar
las señas de ese vecindario es inevitable preguntar si emplear a estrellas
porno no contraviene las aspiraciones de realismo, de naturalidad. «Ellos no
sabían que yo había trabajado en el porno hasta que llegué allí, pero no les importó.
No se trata de amateurs contra profesionales sino de encajar en el modelo que
buscan».
Lo que buscan para sus
vídeos, lozanía al margen, tiene un nombre: orgasmo. Orgasmos über
alles. En las hermosas agonías «ni siquiera hay desnudez, todo es
implícito». Para contemplar a la mujer corriéndose en toda su inmensidad hay
que pagar peaje en I Feel Myself. En tu
sofá, delante del ordenador o arrugando las sábanas blancas en el set de
rodaje, correrse es innegociable.
Subvertimos los modelos
dominantes en el erotismo
No impostar, no falsear,
presentar el placer femenino tal cual. La ética también es eso. Para ilustrar
lo que Feck hace por «empoderar a la mujer» Amarna recuerda a un novio-martillo
que tuvo con dieciocho años. «Estaba muy traumatizado porque yo no me
corría con la penetración, solamente me corría tocándome el clítoris. Me hizo
pensar que estaba enferma, hasta el punto de recomendarme ir a un sexólogo».
Más significativa aún es la historia de uno de sus clientes exclusivos. «Aparte
de todo el porno y de todo lo que ya sabemos, vendo vídeos custom. La gente me paga, me dan unas
directrices, grabo un vídeo para ellos y se lo mando. Hubo un chico que quería
ver cómo me corría de verdad, así que me hice un dedo como me hago un dedo en
mi casa. Yo no grito muchísimo, ni me muevo muchísimo. Más que nada estoy en
silencio, concentrada, y cuando me corro a lo mejor emito algún sonido, pero
poco más». De no ser porque Miller no admite reembolsos, he ahí un cliente
insatisfecho dispuesto a pedir la hoja de reclamaciones. «Me mandó un mensaje
diciendo que no esperaba que fuese así». Primero los Reyes Magos se convierten
en los padres y ahora esto. Pobre hombre.
Ese modelo dominante al
que alude el manifiesto ha permanecido inmutable desde los días en que Alfonso
XIIIdedicaba a su pornoteca privada el esperma que no
desperdigaba engendrando bastardos. Porque el tercer acto en la pornografía se
llama eyaculación, a menudo entre las tetas de la reina virtual del joven Chris
Truby. Feck y en concreto I Feel Myself fulminan no solo ese tercer acto,
también los dos primeros. No hay macho alfa, no hay introducciones absurdas.
Una chica aparece acostada en la cama. Se toma su tiempo. Hace todo lo que la
mayoría de los hombres no creen que sea necesario hacer. Se acaricia los
pechos, para. Se acaricia los muslos, y vuelve a parar. Desliza una mano bajo
las bragas, pero solo tantea el terreno. Otra vez los pechos, otra vez los
muslos. Dildos o dedos, o los dedos de una amiga, o una almohada. La historia
puede terminar con espasmos y gloria a Dios Padre o con un suspiro que suena a
epifanía, pero no hay dos desenlaces iguales, porque no hay guion. «Si lo haces
en tu casa, tú decides qué vas a enseñar y cómo vas a enseñarlo, si vas al
estudio, el de la cama blanca, que siempre es el mismo, te preguntan si quieres
o no que los técnicos se queden en la habitación. Yo estoy muy acostumbrada a
rodar con gente alrededor, pero quien no lo esté puede pedir que salga todo el
mundo. Hay cámaras por todos lados. Se puede dejar todo el set de cámaras
dispuesto, tú te quedas en la cama y te pones a lo tuyo».
Mostramos a la mujer como
alguien poderoso, independiente del hombre
Antes de empoderarnos, no
obstante, conviene saber de dónde venimos. Mejor que eso: adónde vamos.
Conviene poder elegir. La directora Erika
Lust, impulsora de un concepto, «porno para ellas», del que ahora prefiere
desmarcase «porque mi público no son solo mujeres, son personas modernas,
inclusivas, con una actitud positiva hacia el sexo», no forma parte del
colectivo Feck, pero comulga con sus postulados. No necesitamos más joselitos
ni marisoles; tampoco tracilords, ni muñecas rotas. «Yo no trabajo con performers que tengan menos de
veintiún años, y aun así siempre les explico las repercusiones de ser una
actriz porno. Solo trabajo con personas que están seguras de lo que quieren, y
luego los escucho. ¿Qué quieren hacer? ¿Con quién quieren hacerlo? Por
supuesto, se debe trabajar con una remuneración justa y con el máximo cuidado
para la salud». La salubridad a Feck se le presupone. En ausencia de
penetraciones e intercambio de fluidos y con un juego de cama de anuncio de
detergente las ETS lo tienen complicado para proliferar. Pero Erika introduce
un matiz capital: la madurez. Las decisiones que se toman con
dieciocho años son impulsivas, osadas, probablemente necesarias, pero en
general no viajan contigo más allá de la siguiente esquina. Salvo si tu
decisión es rodar porno. El porno que veía Chris Truby con diez años, el
que ve con quince y el que verá con cuarenta y cinco. La vida pasa, el
porno queda… en internet.
¿Cómo calibrar la madurez
de las modelos? Es imposible hacerlo desde el graderío, aunque el perfil tipo
en Feck muestra a una mujer de clase media, cultivada, inquieta. Todo lo que el
estereotipo porno acalla. Por sus lecturas, sus gustos y sus lemas vitales,
desgranados en las páginas de cada una de las chicas, no parecen encajar en la
imagen de white trash a la fuga, con la brújula apuntando al
cartelón de Hollywoodland, que termina rodando una doble penetración para el Torbe del Valle de SanFernando. Dostoyevski, Lovecraft, Houellebecq, Toni
Morrison, Neruda, HarmonyKorine, Gondry, CatStevens, Brel, Max
Richter… Seguimos
sin saber si las «vecinas» de Amarna Miller son lo suficientemente maduras para
afrontar un pasado en el porno, pero tienen criterio, un buen puente hacia todo
lo demás. Alguna incluso nombra a Wittgenstein.
¿Hubiera disfrutado Wittgenstein de I Feel Myself o ya se quedó a gusto del todo con el Tractatus? Al fin y al cabo
para él ética y estética eran lo mismo.
Nuestras obras tienen un
valor cultural y artístico
Enterrar los cimientos de
una productora de pornografía en el ininteligible universo del filósofo alemán
no ha lugar, pero incluso las galaxias más alejadas entre sí pueden llegar a
colisionar si se les da el tiempo suficiente. Si alguien se siente espoleado
por lo que está leyendo y se propone iniciar una colaboración fructífera con
estos erotómanos de las antípodas debe evitar en la medida de lo posible el selfie de cuarto de baño con rollo de papel
higiénico al fondo. Bajar la tapa del váter también da puntos. Pero la noción
de lo que es o no artístico va por barrios. Incluso el porno nació artístico y
bohemio a su manera. El Hollywood de Segunda B, El otro Hollywoodde Legs
McNeil.
El escay, los estampados
florales o el mueble-televisor no entran dentro del patrón formal del producto made
in Feck. No, mientras Ikea no dé el visto bueno al ajuar de
nuestros padres. Hay una marca de la casa para lo filmado en su estudio; cama
de dos por dos, iluminación de sombras chinescas que oscurece todo menos las
curvas de la modelo. Lo que ellos controlan está bien definido, pero su criba
para la «externalización» desemboca de igual manera en homogeneidad. Con la
creatividad desatada y el catálogo del monstruo sueco a mano, hasta un cono de
tráfico en mitad del loft parece un elemento familiar. Esa es la
idea. El ambiente cuidadosamente descuidado de los chicos de hoy en día.
Bienvenidos a la república independiente de mi casa. Ahora, paso a masturbarme.
No se toman a la ligera lo
de al arte por el sexo, o por la desnudez. En Feck:Art completan la transición de pornógrafos a mecenas. Exponen
en una galería de Melbourne la «bella obscenidad de los creadores emergentes» y
premian con tres mil dólares la obra más bella y más obscena (no
necesariamente por ese orden). A Miller, antigua alumna de Bellas Artes, ese
concepto, hazlo tú mismo y hazlo bonito, le puso las orejas de punta: «Podía
pensar en sets de fotos que realmente me interesaran, y como estudié fotografía
era una forma de animarme a hacer más cosas».
Facturamos erotismo que
puede atraer tanto a hombres como a mujeres
¿Le importan el mobiliario
y las pistolas de Warhol al consumidor habitual de porno?
Pregúntenle al consumidor habitual de porno que tengan más a mano. O
pregúntenselo al espejo. Una voz anónima, masculina, comenta que «a mí lo que
no me gusta de esto es que no haya pollas. Sin polla, no me puedo identificar».
Sí, esa necesidad de una polla subrogada en pantalla es la que mueve la
maquinaria del pornomainstream, cien mil millones de euros al año.
Entonces, ¿no son los hombres legión entre los suscriptores de Feck? Erika Lust
opina que «probablemente el setenta por ciento de los suscriptores sean
tíos». Son los más entusiastas, los más participativos en los foros de I
Feel Myself, los que más interactúan con las modelos; sin embargo,
según Amarna, «las chicas no suelen hacer comentarios, sobre todo si ven que
están rodeadas de hombres». La pescadilla que se muerde la cola. Aun así,
mientras ese estudio de la Universidad de Essex,
que afirma que todas las mujeres son bisexuales y/o lesbianas, no tenga un poco
más de base que la mera fantasíathreesome de un científico solitario, es lógico
deducir que la mayoría de los que disfrutan con los frescos del orgasmo
femenino son hombres. Incluso el cliente decepcionado por el éxtasis
minimalista de Miller puede llegar toparse con su clímax ideal entre la montaña
de material de Feck. No existe el «porno para ellas», existen los clichés. Las
mujeres que discrepen de los profesores de Essex (y tal vez la voz anónima que
necesita ver pollas) encuentran en Gentlemen Handling la misma medicina que los varones
heterosexuales reciben de I Feel Myself: seres
del sexo opuesto, de muy buen ver, entregados a sus labores.
Es indiferente que en The Best Porn cataloguen a Gentlemen Handling como «porno gay» y no hagan lo propio
con I Feel Myself. Esto forma parte de la
tarea que Amarna, Erika, Feck y algunas otras aldeas que resisten al invasor se
han impuesto: repensar(nos). Nunca es tarde. Ni siquiera para Chris Truby.
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