Tendida sobre el
lecho recién humedecido por los fragores de la lucha, dormías con cierta
placidez. Tu rostro, bañado por algunos mechones de cabello, me advertía la
tranquilidad del sueño. Echada boca abajo tu cuerpo es otro. Y allí estaban tus
nalgas. Hace unos minutos mi cara ardía entre ellas y ahora están allí,
reposando las embestidas, sintiendo la tensión del endurecimiento de la saliva
sobre la piel que las cubre. Pensé en Charles Bukowski que afirmaba en su libro
Escritos de un Viejo Indecente que “el culo es el alma del sexo”. Una frase
hermosa, en especial para los que creen en la existencia del alma. También
recordé a Lawrence cuando describía las nalgas de su Lady Chatterley, decía algo
así como “la redonda e inactiva firmeza de las nalgas”. Mi querido Lord Byron las
describía como “algo extraño y hermoso de contemplar” Oh, Byron, tú
y yo sabemos que no se trata sólo de contemplar. Más aún si estamos de acuerdo
con Dalí al aceptar que “es en el culo donde se pueden desentrañar los mayores
misterios de la vida” Él tenía que saberlo mejor que nadie.
Verte así tendida con tus nalgas desnudas, recién lamidas desde el alma de la nada, me hizo imaginarte como una Venus Calipigia, sólo que tú estás dormida y quien está observando tus nalgas soy yo. Creo que también la llamaban Aphrodite Kallipygos que significa “diosa de hermosas nalgas” Para los griegos las nalgas eran una zona extraordinariamente hermosa debido a esa curvatura endemoniada por donde baja la memoria del canto de los pájaros. En esa curvatura, la curvatura de tus nalgas, pueden respirarse lomos de costas iluminadas y sólo allí el cielo ventila muelles sangrantes donde las partidas eran hacia otros tiempos. Los griegos se obsesionaron tanto con las nalgas femeninas que optaron por edificarle un templo a la “diosa de hermosas nalgas”.
Tus nalgas emborrachan al vértigo haciendo del hambre una costumbre feroz. Tus nalgas, como diría Leopoldo Panero son la transparencia en la plenitud de la piel. Tus nalgas que me hacen jugar con Lezama Lima viendo en ellas una nube alambrada que sirve para moler insectos redorados o sueños giradores. O con Octavio Paz que me indica desde su silencio que tus nalgas carnosas adiestran la blanca disciplina de los dientes. Tus nalgas patrias de sangre. Tus nalgas vivas que le gritan a Joaquín Pasos que el hueco del cuerpo lo cargo colgado en mi lengua. Tus nalgas que me inventan y reinventan el deseo. Y pienso otra vez en los griegos. Y pienso que el templo más digno para tus nalgas es mi sexo erguido, henchido, cubierto de venas gigantes donde gravitan orgías demoníacas, demonios con puñales en los dientes, velorios de éxodos fantásticos y ángeles que se templan unos con otros.
-Qué estás pensando, me sorprendió tu voz. Pensaba en algo que escribió Desmond Morris, te respondí de manera automática. Tu rostro me indujo a pensar que querías saber qué era eso que había leído. Desmond Morris escribió por ahí que si las nalgas redondas distinguían a los seres humanos de las bestias, así pues, los monstruos de la oscuridad debían de carecer de este rasgo anatómico. Continúa Morris: Así fue como el Diablo obtuvo la duradera reputación de que no tiene nalgas. Los primeros europeos estaban completamente convencidos de que el Diablo, aunque podía asumir forma humana, nunca podía completar la transformación porque, por más que lo intentase, nunca conseguiría que le crecieran las redondeadas nalgas humanas. Ésta, la característica del cuerpo más exclusiva y gloriosamente humana, estaba más allá incluso de sus poderes diabólicos… Las primeras fortificaciones e iglesias a menudo mostraban esculturas de mujeres haciendo alarde de sus redondeadas nalgas para ahuyentar a los espíritus malignos, con los traseros descubiertos mirando hacia fuera desde las entradas principales.
-En eso pensabas? Quiere decir que si enarco mi cuerpo levantando en alto mis nalgas, podré exorcizar los demonios de esta habitación. ¿Podré exorcizar tus propios demonios? Según lo que cuenta Morris, si. No sabía qué otra cosa responder. Entonces lo hiciste. Levantaste tus nalgas ante mis ojos. Todo podía verse a través de ellas. El alma, los templos griegos, la poesía, el deseo, las ansias por vomitar lejos de mí a todos los demonios de mi cuerpo, de la habitación y del mundo. Giraste tu cabeza hasta que tus ojos se amarraron a los míos. –Libérate. Ayúdame a salvarte y haz que salgan mis lágrimas por el placer de tenerlo enganchado entre mis nalgas, entrando y saliendo con la misma ofuscación de un niño cuando posee un juguete nuevo y no quiere que se lo quiten. Querías que viera en tu cuerpo la compensación que la vida me daba después de tanta desgracia. –Encaja tu sexo entre mis nalgas y libera al templo de los mercaderes, azótame con las ramas del relámpago, encuentra dentro de mí a la muerte preñada de culpas y retoña entre calambres húmedos. Encájame de un tiro todas tus venas y vomita al final rosarios de semen arrancados directamente de las ventanas apolilladas del olvido. Descárgate en palmadas salvajes sobre mis redondeces de carne dura. Piensa en Bataille y su Historia del Ojo. Descarga en mi pozo el tiempo que te hace breve. Sálvate y con los fluidos que se desnuden daré de beber a mi doble apariencia que te anula.
Publicado el 14 mayo 2010 por Vmunozarteaga
LAS NALGAS Y LOS QUEVEDOS
¿Lo bello puede ser
vulgar? Al hablar de algo tan delicado como los traseros, pudoroso nombre para
las nalgas, un músculo propicio para el deseo y la vuluptuosidad, son pocos que
en la literatura (seria, por no decir pomposa) se refieren a la anatomía y en
particular a las nalgas. A veces tan bien vistas, pero tan mal oídas.
Nadie más sublime y
vulgar que Francisco de Quevedo en la poesía y en la prosa. Un maestro de la
lengua y sus usos. Y es que de sus anécdotas se pueden contar miles. Me parece
que la mejor definición poética del amor es de él. Gran observador, veamos cómo
define a las nalgas:
"Dicese
trasero por que lleva como sirvientes a todos los miembros del cuerpo delante
de sí, y tiene sobre ellos particular señorío. Culo, voz tan bien compuesta,
que lleva tras de sí la boca que lo nombra. Y así ha sido quien le ha puesto
nombre tan gravísimo y latino, llamándolo antífonas o nalgas, por ser dos;
otros, más propiamente, le llaman asentaderas; algunos tancalilo, y no he
podido ajustar por muchos libros que he revuelto para sacar la etimología; lo
más hallado es que se ha de decir tancahigo, por lo arrugado y pasado que
siempre está."
Creo que está es
una de las formas más perfectas de la naturaleza, se puede pasar mucho tiempo
observando las curvas sublimes de un par de nalgas.
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